Según un informe de la CEPAL, en América Latina las tareas de cuidado recaen fundamentalmente sobe las mujeres, y las medidas de confinamiento y distanciamiento agregan presión al trabajo doméstico. Además, por las tareas laborales que realizan, también están más expuestas al contagio del COVID-19.
La pandemia de coronavirus nos golpeó como un tsunami inesperado, arrasando el mundo tal cual lo conocíamos, dejando estragos que todavía complican la construcción de una «nueva normalidad». Ahora bien, no todos las personas que habitan el planeta atraviesan la crisis de la misma manera, ya que las desigualdades sociales históricas se profundizaron a raíz de la cuarentena.
En América Latina este cuadro es aun más dramático porque es la región más desigual de la Tierra. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) perteneciente a las Naciones Unidas, llamó la atención en este sentido al advertir, en un informe especial, que la crisis sanitaria pone de relieve «la injusta organización social de los cuidados en América Latina y el Caribe«.
Por «tareas de cuidado» se hace referencia a todas las tareas que suponen el cuidado de personas vulnerables o no, que en su mayoría recaen sobre las mujeres. Se trata de un trabajo invisibilizado, en la mayoría de los casos no remunerado, englobando una serie de tareas como: limpieza, aseo, cocina, cuidado de personas mayores, niños, enfermas o con discapacidades.
El coronavirus ha provocado que las criaturas dejen sus clases y se queden en casa, que los adultos mayores y personas con comorbilidades observen un estricto aislamiento social, entre otras cosas, lo que repercute en el aumento del trabajo doméstico y de cuidados, tradicionalmente asignado a las mujeres.
La CEPAL destaca que en la región, las mujeres dedican 3 veces más de tiempo a trabajo doméstico que los hombres. Con la pandemia, al aumentar las personas dependientes y la necesidad constante de aseo para asegurar la protección contra el virus SARS-COV-2, esta desigualdad de género crece. Y la situación es aun peor en los hogares con menos recursos, porque generalmente hay mayor hacinamiento, ergo, más cantidad de personas dependientes que necesitan cuidados.
Además, por la cuarentena los sistemas sanitarios de todos los países recomiendan no asistir a hospitales y la atención de salud se traslada a los hogares, aumentando la presión sobre las mujeres.
Por otra parte, la mayoría de los empleados de blanco de América Latina y el Caribe son mujeres (72%), y estas han visto aumentar la demanda en sus trabajos, concomitante a la acentuación de la presión del trabajo doméstico.
Este mismo panorama se observa en el caso de las trabajadoras domésticas que en la región, representan el 11,4% de las mujeres.
En el caso de Paraguay son más de 230.000 empleadas domésticas sobre un total de 3,5 millones de personas económicamente activas (es decir, al rededor del 7%). En su gran mayoría están trabajando sin contrato, fuera de regulación y con un grado de vulnerabilidad laborar total. Asimismo, se exponen más al riesgo de contagio si hubieran personas infectadas en los hogares donde desempeñan sus tareas.
Por eso, la CEPAL insta a los gobiernos a aplicar políticas con enfoque de género, cuidando que «el tiempo de las mujeres no se convierta en el factor de ajuste del que disponen los Estados para afrontar la crisis y los nuevos escenarios económicos». Señala que uno de los desafíos más grandes de la región es » a reorganización social de los cuidados para alcanzar la plena corresponsabilidad entre el Estado, el
mercado y las familias«.