Paraländer reseña hoy el manga Ikkyu (volumen 1). Se trata de la biografía del poeta-bonzo Ikkyu Sōjun del siglo XIV, una obra de Hisashi Sakaguchi (Glénat, 1999, Barcelona).
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Por: Paranaländer
El arhat, el liberado del mundo,
tiene poco de humano.
El que está pasando bien en el burdel
es demasiado humano.
De los dos, ¿quién es peor?
¿Quién es mejor?
Tener un alma divina
y un demonio, juntos.
(Ikkyū Sōjun 一 休 宗 純 /1394-1481)
Ikkyu (volumen 1) es el manga biográfico del poeta-bonzo Ikkyu Sōjun del siglo XIV, obra de Hisashi Sakaguchi (Glénat, 1999, Barcelona). El relato empieza cuando Ikkyu sale totalmente borracho de la casa de las geishas y la gente, en pleno día, se indigna de ver al monje como cualquier borrachito pueblerino, despojado de su aura de arhat.
Nos pinta de cuerpo entero al bonzo rebelde. La época, siglo XV, caótica, en que el Japón vivía entre el shogunato de Hojo en Kamakura y el emperador Godaigo en Kemmu. Gokameyama, emperador del sur, ya habían transferido los tres tesoros sagrados (el espejo de Yata, la espada de Kunasagi y la joya sagrada de Yasakani) al emperador del norte Gokomatsu, como señal de que la sucesión al trono sea alterna entre las dos cortes.
En el amanecer del 1 de enero de 1394 nació Ikkyu en Rakusei. Lo llamaron Senguikumaru. Su madre es Iyono Tsubone, princesa de Teruko de 17 años, que da a la luz en la clandestinidad. Ikkyu desde muy niño pregunta por su padre ausente. Un día su madre le revela la identidad de su padre y le dice que por tal motivo debe ingresar al monasterio budista Angokuyi y separarse por siempre. Tiene 6 años. El monje le da el nombre de Shuken.
Esta parte del relato es genial en su crítica al maltrato infantil y a la rigurosidad arbitraria en el régimen zen (Un Kubrick del mundo zen es el manga) que los occidentales suelen idealizar sin saber de su intimidad: ¡el zen es un régimen militar! Donde el novicio es nada, literal. Hay todo tipo de abuso, incluso pedofilia se insinúa. Allí aprende Ikkyu que el aliento humano es impuro, no debe soplarse sobre Buda (¡su escultura!). Ikkyu es tan astuto que desde entonces da la espalda al mismísimo gordote y acaponado Buda, juaz. Allí memorizó el decálogo, que incluía el famoso no beberás. Permanecerás sobrio. Unnyara Munnyara. Ikkyu es todo un verdadero trickster, de otra es imposible que, si uno sobrevive al rigor del monasterio del budismo rinzai, no haya quedado loco o estúpido.
De los 84 mil preceptos recopilados durante mil años, tres son los que resumen su esencia: todo es vanidad, el éxtasis del espíritu y el silencio del nirvana. El shogunato nombraba entonces a los maestros de los templos budistas, les daba tierras y les protegía. Toda esta parafernalia con la esperanza supersticiosa de acceder al famoso “Paraíso del Oeste”.
Una prueba de fuego de la habilidad sofística del pequeño Ikkyu ocurre cuando lo convocan al nuevo palacio del shogun local y éste le plantea el enigma de domar a un tigre pintado en un biombo. Ikkyu pide una cuerda y responde: suéltenlo, juaz. Digna de las boutades de Diógenes el cínico con el pobre Alejandro. Resentido, el shogun manda traer pescado e Ikkyu se lo zampa en un santiamén. Pensando que esta vez ha atrapado al pilluelo, el shogun le reclama a Ikkyu: los que sirven a Buda no pueden comer pescado ni carne. Nuestro filosofo miri retruca. Yo si puedo. Tengo hambre.
Todo este primer tomo se centra en los primeros años hasta alcanzar los 18 años del bonzo, poeta y rebelde Ikkyu. Su autor, que procedía de la animación antes de hacer manga, completó 4 tomos (en Glénat, en otra editora salieron 6) sobre Ikkyu antes de morir en 1995.