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domingo, noviembre 24, 2024

La poesía, ñe’ë porã, de los indios guaraníes

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Apelando a Pierre Clastres, Paranaländer defiende la poética guaraní y critica duramente las consideraciones del escritor Tadeo Zarratea sobre el tema en cuestión.

Por: Paranaländer

Cruzando no hace mucho por la presentación de un libro en la feria del libro local, quedé anonadado por unas consideraciones llenas de temeridad (o provocación o acaso mera exhibición atroz y supina de ignorancia) del escritor en guaraní Tadeo Zarratea: afirmaba pomposamente que no consideraba jamás poesía guaraní los textos orales transcritos de nuestros indios (suponemos que aludía sobre todo al Ayvu Rapyta).

Esperando que esta falacia no siga circulando voy a recurrir a una autoridad en el mundo guaraní para refutarla. Me refiero al libro que pretende ser una antología de los grandes textos guaraníes: Le grand parler. Mythes et chants sacrés des lndiens Guarani, Editions du Seuil, 1974, de Pierre Clastres. El libro contiene textos de Nimuendaju (versión española Recalde), Ayvu Rapyta (recopilados por Cadogan), Thévet y Clastres (grabaciones de 1965 y traducidos por Cadogan). Hago extractos del mismo:

«Bello el lenguaje que enuncia”. “Nos sentimos satisfechos por haber podido, a través de este trabajo, tornar perceptible al lector todo lo que encierra de poesía y de profundidad el pensamiento de los indios guaraníes».

«Bello lenguaje, habla sagrada, agradable a los oídos divinos, que los consideran dignos de sí. Rigor de su belleza en boca de los sacerdotes inspirados que las pronuncian; embriaguez de su grandeza en el corazón de los hombres y de las mujeres que los escuchan. Esos ñe’ë porã, Bellas Palabras, retumban aún en los lugares más secretos de la floresta que, desde siempre, abriga a aquellos que, autonombrándose Ava, los Hombres, se afirman así depositarios absolutos de lo humano. Hombres verdaderos por tanto y, exacerbados por un orgullo heroico, elegidos de los dioses, marcados por la señal de lo divino, esos que se dicen igualmente los Yeguakava, los Adornados. Esas plumas de las coronas que ornan sus cabezas murmuran al ritmo de la danza celebrada en homenaje a los dioses. La corona reproduce la llameante cabellera del gran dios Ñamandu».

«Pobres en mitos, los guaraníes son ricos en pensamiento. ¿Qué piensa el pensamiento guaraní? Piensa el mundo y la infelicidad del mundo, coloca la cuestión de las causas: ¿por qué los hombres son demasiado humanos? Intenta una arqueología del mal, quiere hacer una genealogía de la infelicidad. ¿Por qué nosotros, bellos adornados, los elegidos de los dioses, somos expuestos a una existencia doliente de imperfección, de inacabamiento e incompletud? Amargura de la evidencia que se impone a los pensadores guaraníes: nosotros, que nos sabemos dignos de vivir la vida de los que están en lo alto, nos vemos reducidos a vivir aquella de los animales dolientes. Queremos ser dioses y sólo somos hombres. Objeto de nuestro deseo: yvy mara’ey, la Tierra Sin Mal; espacio de nuestra condición: yvy mba’e megua, la tierra mala. ¿Como esto es posible? ¿Dónde está el mal, de donde viene la infelicidad? Es lo que profieren, en una fresca noche de invierno, en su floresta del Paraguay, junto a una hoguera que atizaban pensativamente de vez en cuando: las cosas en su totalidad son uno. Y, para nosotros, que no habíamos deseado eso, ellas son malas».

«Se sabe que casi todos los guaraníes conocen y saben contar los mitos de la tribu. Mas sólo una minoría de hombres sabe hablar con los dioses y recibir sus mensajes: los sabios son los señores exclusivos de las Bellas Palabras, detentores respetados del arandu porã, el bello saber».

Contra la etimología en el guaraní.

«Estamos bien colocados para saber cómo ese ejercicio es peligroso cuando se trata de la lengua guaraní. Está constituida de tal manera, que a cualquier grupo mínimo formado ya sea de una o dos vocales, ya de una consonante y una vocal, se le puede asignar un sentido. De modo que se podría, aparentemente, analizar cada termino compuesto y, a partir del sentido de cada elemento, descubrir el sentido original del término en cuestión. Mas es justamente la facilidad del procedimiento lo que torna incierta, para no decir ilusoria, cualquier pesquisa etimológica. Tomemos como ejemplo un término corriente: ysypo, nombre genérico de las lianas. Podemos separarlo en ysy, la resina, y po, la mano. El sentido etimológico de la palabra ysypo sería entonces: la mano de resina. Mas podemos llevar más lejos el análisis, aislando tres elementos: y, el agua; sy, la madre; y po, la mano. En este caso ysypo significaría, de hecho: la mano de la madre del agua. Y así vemos que la etimología corre el riesgo de ser, en guaraní, una pesquisa estéril».

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