Paranaländer reseña el cómic «Ayvu Rapyta. Textos míticos Mbya Guaraní» (2019, Servilibros), basado en textos de León Cadogán (1899-1973), etnólogo paraguayo quien, a partir de su trabajo en los yerbatales de Guairá y Caaguazú, fue uno de los primeros hombres blancos en tomar contacto estrecho y frecuente con los mbya , lo que le permitió dedicarse al estudio profundo de la lengua y la cultura guaraní.
Por: Paranaländer
Ayvu Rapyta en comic, Servilibro, Asunción, Paraguay, 2019. Lleva de subtítulo «Textos míticos mbya-guaraní». Más preciso sería decir «cantos» antes que sucumbir al afrancesado término de «textos». Guion: María Gloria Pereira, Diseño e ilustraciones: Enzo Pertile, Colores: Enrique Espinoza, Texto: León Cadogan, en realidad, recopilador de los cantos mbya por intermediación de Pablo Vera (mencionado tangencialmente aquí), además de traductor y exegeta de los mismos. Es parte de la colección Mundo guaraní dedicado en especial al lector infanto-juvenil.
Tiene 32 páginas. Es la adaptación al lenguaje más sencillo del comic de tres de los 19 capítulos que contiene el Ayvu Rapyta. Ñamandu es representado como un indio fisicón (o con fibra muscular conspicua) y en posición de loto sobre una especie de planeta michimi. No termina de convencer tal encarnación medio hollywoodiana. Recordemos la advertencia cadogiana: los mbya ya no son recuperables como ese indio guerrero, invencible en la lucha, que hasta hoy es mentado por su bravura legendaria, sino más bien un guaraní que sabido sobrevivir a la devastación de su cultura gracias a una sabiduría casi estoica. En suma, en el mbya debe resaltarse más su sabiduría que su belicosidad. Así que nada de bíceps fibrosos.
La madre Jakaira posa como Maitê Proença en Dona Beija, una uiára tierna medio hippie. La narración está demasiado lastrada por el hieratismo ritualístico mbya (propio de la repetitividad rítmica de los cantos), al borde del ridículo o el histrionismo. Y en esta adaptación predomina la confusión, pues en el momento que Ñamandu se auto crea (e ilumina con su ojera resplandeciente el mundo que todavía no se ha perfilado del todo), un mainó (colibrí primigenio) le alimenta con el rocío que traspira de su jeguaka o adorno de plumas. ¡De donde salió tan simpático asistente? Nos insinúan que es el propio Ñamandu en avatar ave, como Ñamandu en su simbolismo de auto crearse sería también el propio ayvu mbya, la palabra abriendo mundo.
Hablan de tabaco en sentido positivo, en esta hora políticamente correcta en que éste ha sido desplazado del escenario por su esencia cancerígena. Aporético humo de tabaco en nuestro mundo posmoderno que reivindica lo indígena con todas sus contradicciones y valores muchas veces totalmente opuestos al nuestro.
Después veo petit interpolaciones, contaminaciones ideológicas o malas lecturas; el amor, por ejemplo, es destacado como parte importante del mundo guaraní. Esto me descolocó, no hay amor entre los guaraníes, muy claro es, creo recordar, en esto Schaden citado por Vara (h), el psicólogo correntino. Rogelio, el hijo de Cadogan, en su introducción, rodea de elogios y alabanzas al cura Melià SJ, albacea testamentario de la obra de Cadogan.
Nos narra, como una vivencia ejemplar para nuestra vida diaria, que los niños guaraníes no son golpeados nunca y curten humo de tabaco desde pequeños, que las niñas se incorporan a las tareas de las mujeres temprano y asumen con responsabilidad su misión de tener hijos, etc.
León Cadogan nació en 1889 en Nueva Australia. Hizo la escuela hasta el sexto grado, en la escuela alemana de Villarrica. Durante más de cuarenta años estudio a los guaraníes. Con los mbya tomó contacto en 1922, trabajando en los yerbatales de los departamentos de Guairá y Caaguazú. En prueba de adopción a su tribu le bautizaron como Tupã Kuchuvi Veve (Divino remolino que pasa volando). Fue el primer hombre blanco que tuvo acceso a estos cantos sagrados, universalizados luego por él, con la transcripción en libro (1959). En 1949 fue designado “Curador de indios mbya-guaraní del Guairá”. Murió en 1973.