Derian Passaglia escribe sobre uno de los escritores más renombrados del presente, el noruego Karl Ove Knausgård. Analiza en este artículo el segundo tomo de su obra Mi lucha, un artefacto narrativo que se pretende autobiográfico.
Por: Derian Passaglia
A Karl Ove lo terminás queriendo o lo terminás abandonando en la página 30 del primer tomo al grito de qué me importa tu vida. Y no está mal tampoco que lo abandones si no te gusta, porque el tono no lo cambia mucho a lo largo de las páginas y siempre va a ser así de monocorde o aburrido, así que no esperes otra cosa. Bueno, después de terminar el segundo tomo, confirmo lo que pensé con el primero: crea una nueva forma de narrar, ensancha los límites de la literatura, logra que “lo literario” sea ahora algo más que lo que conocíamos, etc.
Vamos a este segundo tomo. Particularmente, me gustó más el primero porque la intensidad no baja nunca. Este segundo tiene bajones, poquitos, pero tiene. Igual, me parece que es mucho más interesante que el primero en el sentido de que uno puede conocer un poco más de la propuesta de Karl Ove, de la obra que quiere construir. De todas formas, me cuesta separarlos. Van muy bien juntos y más si se leen en continuado o en el mismo año.
Al noruego no le interesa la literatura. No le importa la ficción. No estoy diciendo que no la lea, porque la lee, sino que como escritor no puede escribir algo que sea ficción. De hecho, no la soporta. No puede escribir “literatura”. “Si yo creara un mundo nuevo con los elementos del antiguo, solo sería literatura, sería ficción, y en realidad carente de valor”, escribe. O esta otra cita: “En el transcurso de los últimos años había perdido cada vez más la fe en la literatura. Leía y pensaba que eso había sido inventado por alguien”. A Karl Ove no le interesa la imaginación, los mundos posibles. ¿Qué hace entonces? Bueno, ya fue, soy escritor, algo tengo que escribir, quiero escribir, se dice a sí mismo. Prueba, prueba, y no le sale nada. Tiene miles de comienzos y nada terminado. El peso del éxito de sus dos novelas anteriores sobre las espaldas.
¿Qué hace entonces? Se pone a escribir su vida, los más íntimos detalles de cuánto odia pasear en cochecito a su hija por el centro de Estocolmo, de la relación a veces conflictiva con su esposa, de su amigo Geir, su familia. Todo, absolutamente todo. ¿Alguien antes había llenado más de quince o veinte páginas sobre el parto de un hijo y había logrado volverlo interesante? El puto parto de un primer hijo en vivo y en directo, como si fuera un programa de Discovery o History Channel.
Obviamente, esto que nosotros creemos que es toda su vida, no es más que una construcción, o una reconstrucción, de su propia vida. Así que lo que hace Karl Ove es en realidad imaginar su vida: cada detalle que cuenta no pasó así tal cual, cada pensamiento que tuvo no lo tuvo así tal cual, sino que lo imaginó y lo montó en una estructura narrativa determinada que permite que uno lo experimente como si estuviera contando todo, absolutamente todo. La relación con Linda, con sus amigos, con el odio que le genera no poder ser libre y dedicarse solamente a escribir, el lector lo experimenta como si hubiera pasado así. Es decir, no hay límites entre lo privado y lo público, por eso no distinguimos entre Karl Ove personaje y Karl Ove real. Pero es todo una construcción: está hablando no de su vida, sino de una vida, de la forma de una vida. Quiero decir: el contenido de una vida se vuelve una forma. En fin, no sé si me explico bien, no importa. Leanlo para sacarse las dudas.
Les dejo una cita que intenta aclarar esto último que digo. Acá Karl Ove está hablando sobre un documental que filmó su mujer Linda y que trata sobre su padre, o sea el suegro de Karl Ove: “En cierta manera su vida es una tragedia. Pero cuando habla sobre ella, esa vida se llena de vida, entiendes que está hablando de una ‘vida’. Con un valor propio, independientemente de lo que le haya ocurrido a él. Son cosas obvias, pero una cosa es saberlo y otra sentirlo. Yo lo he sentido al escucharlo”. Casualmente, bastante parecido a lo que pasa en Mi lucha. Dato random: en una escena, se pone la camiseta de la Selección Argentina para jugar un picadito.