«Sans Soleil es la película que hubiera filmado Proust. El tema del documental parece ser ninguno, porque el recurso de superponer imagen tras imagen vuelve a la narrativa caótica», escribe Derian Passaglia.
Por: Derian Passaglia
Gracias a la popularización de Netflix, hoy están de moda los documentales y la no ficción. La “no ficción” es un término yanqui que nace con la publicación del libro A sangre fría (1965), de Truman Capote, que cuenta el asesinato sin motivación de una familia del sur de los Estados Unidos. El género documental ganó peso al mezclarse con el policial, ya que se presenta a un asesino o a un caso en el que se va siguiendo las pistas, evidencias y testigos. La forma de estos documentales, sin embargo, es clásica, y no tienen otro interés más que la de la curiosidad sobre el hecho, que se agota pronto. Chris Marker es el creador de lo que se llamó “documental subjetivo”, un género que también practica el director alemán Werner Herzog. Más que no ficción, más que documentales, Chris Marker interroga la realidad por medio de una cámara.
Sans Soleil (1983) es una de sus mejores películas. Muchos dicen que se trata de un ensayo. Lo cierto es que excede los límites de lo que conocemos como documental para crear algo nuevo a través de imágenes que no se presentan como ficción ni tienen la intención de mostrarse como ficticias. La ficción no es constitutiva a Sans Soleil pero igual permea la estructura del relato. Lo que se ve parece un sueño, las imágenes no persiguen una línea lógica causal, sino que siguen su propia lógica, que es la deriva y el azar.
Se trata del relato en voz en off de una mujer que lee las cartas dirigidas por un operador de cámara (¿cartas ficticias? ¿el propio Chris Marker?) que recorrió el mundo y muestra lo que filmó. La vida hormigueante en Tokio, la costumbre de la gente a través de la televisión, edificios y videojuegos; los habitantes de una isla en Cabo Verde; el rastreo de las locaciones de Vértigo de Hitchcock en San Francisco… Las imágenes van construyendo un relato que parece desordenado y caprichoso donde el único hilo conductor es la memoria y el recuerdo. Así, las imágenes se yuxtaponen a una voz que se pregunta sobre lo que ve, porque lo que está viendo es el tiempo que pasa.
Sans Soleil es la película que hubiera filmado Proust. El tema del documental parece ser ninguno, porque el recurso de superponer imagen tras imagen vuelve a la narrativa caótica; pero lo que Chris Marker pone en primer plano en las imágenes es la forma del tiempo, lo que no se puede puede atrapar, o que dura un instante, el presente mismo, y que por ser puro presente parece imposible de apresar. La imagen en Sans Soleil muestra el cambio en el momento mismo en que el cambio se produce, porque no hay arte que envejezca más rápido que el cine y no hay otro que haya mostrado el tiempo en su forma natural y presente de una manera tan directa.