Derian Passaglia escribe sobre Leonora Carrignton, su novela «La trompetilla acústica» y la relación que tuvo con las figuras del movimiento surrealista: Breton, Miró, Dalí, Picasso, entre otros.
Por: Derian Passaglia
Leonora Carrington cumple con las tres condiciones por las cuales Medea era temida por toda la población de Corinto: es extranjera, sabia y bruja. Nacida en una familia aristocrática de Inglaterra, en una mansión en el pueblo de Chorley, se exilia a México después de la ocupación nazi en 1939. Antes había tenido una educación cristiana en un convento, pero no siguió las pautas de las señoritas de la alta sociedad destinadas al matrimonio; leía y leía y su universo se poblaba de fantasmas y duendes, de gnomos y gigantes, producto de su educación irlandesa y del contacto con la mitología celta.
Más tarde ingresó en una academia de arte en la ciudad de Londres, donde conoció al gran pintor Max Ernst, que la introdujo en el surrealismo. Viajó a París y estuvo en contacto con los popes del surrealismo: Breton, Miró, Dalí, Picasso. Carrington tenía veinte años y Max Ernst cuarenta y siete cuando empezaron una aventura amorosa. En 1939, los nazis la arrestaron y sufrió un ataque psiquiátrico. Huyó a España y fue internada en un sanatorio de Santander gracias a los esfuerzos de su padre. En 1914 se escapó del hospital y se fue a Lisboa, donde encontró refugio en la embajada de México. A partir de entonces su vida transcurrirá en México, donde se casa dos veces y sigue frecuentando a los surrealistas que estaban exiliados en el país, como André Breton, Benjamin Peret y la pintora Remedios Varo, de la que fue amiga.
Extranjera, sabia y bruja. Medea le suplica a Creonte que la deje quedarse unos días en Corinto y el rey accede diciéndole que “pronuncias palabras dulces al oído” y le pide que “no haga discursos”. Creonte no sabe los planes de Medea. Va a envenenar con un manto dorado a sus propios hijos, los hijos que tuvo con Jasón, porque él la engañó con la princesa Creúsa. Al final de su vida, Leonora Carrington despreció a los surrealistas, a pesar de que toda su obra puede enmarcarse dentro del género: “Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos”.
La trompetilla acústica es su obra maestra literaria. Comienza como una novela convencional sostenida por un fino hilo fantástico: una vecina le regala una trompetilla a la narradora (que a veces es narradora y a veces narrador indistintamente) con la que puede escuchar conversaciones. Como la narradora es muy vieja, la familia la manda a un geriátrico y conoce personajes extravagantes. A partir de ese momento, el carácter surrealista de la novela se acentúa hasta el punto del absurdo. Sucede un cataclismo, aparecen personajes con nombres de apariencia mitológica como Anubeth y estalla la narrativa por dentro.
La novela se parece a sus pinturas, donde aparecen figuras misteriosas de largas túnicas, con cabezas de árboles o peces, en habitaciones que no siguen una escala normal, mujeres gato tienen la mirada perdida y las gigantas se alzan en la tierra entre aves que revolotean en el cielo. Siempre hay gatos. Chiquitos, grandes, con caras casi humanas, gordos, flacos, deformes. Otros cuadros parecen la escena de un rito mágico que finalizó. La trompetilla acústica es una de las grandes novelas del siglo XX y una de las que mejor atrapó el espíritu del surrealismo, porque no se trata del puro nonsense, o de la simple escritura automática como técnica, sino que la fantasmagoría de una estética se desarrolla a lo largo de una novela que da toda la impresión de ser convencional. Tradición y ruptura, conservación y vanguardia, así escriben los mejores.