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jueves, noviembre 21, 2024

El fracaso de la élite paraguaya en la pandemia

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Mucho se habla de los errores de las autoridades en gestionar la crisis que desencadenó la pandemia de covid-19. En esta columna, Luis Manuel Benítez resalta que la élite intelectual, científica y empresarial de nuestro país ni siquiera estuvo a la altura para criticar los errores gubernamentales.

Por: Luis Manuel Benítez

El covid-19 ha expuesto la fragilidad de nuestro modo de vida. De un día para otro, nos hemos visto obligados a repensar nuestra cotidianeidad. Vivimos hoy balanceando riesgos y beneficios en cada actividad que nos proponemos realizar. Hemos puesto en tela de juicio la conectividad internacional y  sentido en carne propia las flaquezas de un modelo de administración del Estado basado en relaciones lineales entre las necesidades de servicios y su aprovisionamiento. Este problema no es exclusivo del Paraguay, y países con enormes recursos han sido devastados por el covid-19. El mundo entero se ha visto forzado a tomar un nuevo planteo en el día a día.

Las grandes crisis son momentos que generan condiciones que pueden dar lugar a cambios profundos, trascendentales, pero lastimosamente esta situación está siendo desperdiciada en Paraguay: la pandemia expuso la impotencia de las élites civiles paraguayas. La eterna postura crítica que caracteriza a nuestras élites ha resultado ser producto de vanos aires de grandeza; de mucho sombrero y poco ganado. No se ha realizado la promesa de la capacidad organizativa y ejecutiva que la industria dice tener, ni la Sociedad Científica ha podido construir los cimientos de un futuro basado en ideas de progreso y desarrollo. Los pocos resultados tangibles se resumen en algunos comités, reuniones en Zoom, artículos en periódicos y grupos de WhatsApp con gran intersección de participantes.

Se han escuchado instrucciones del tipo “lo que hay que hacer es” predicadas por voceros de grupos de interés, médicos prominentes convertidos en expertos epidemiólogos y virólogos, industriales, educadores y muchos autodenominados expertos, quienes hicieron uso de todas las plataformas disponibles para pontificar. Resultó imposible oponerse a su prédica, pero no por lo sustantivo de las propuestas sino porque las mismas han carecido de contenido.

Las opiniones parecen orientadas a la prensa, diseñadas para un público con una mínima capacidad de atención como acto de marketing personal. No es aparente la intención de generar un debate profundo y productivo, y el resultado es obvio: una nota que será resumida en 280 caracteres para Twitter para luego terminar distribuida en grupos de WhatsApp. El resumen del resumen del mensaje se ha convertido en el mensaje y carece por completo de cualquier sustantividad.

Una breve exploración del sitio del “Comité Científico para la contingencia contra el covid-19” del CONACYT revela lo elemental de los análisis realizados. Los reportes de avance citan conversatorios, entrevistas y algunas guías referenciales. El más notable, el grupo salud pública, el cual debería haber tenido una relevancia central en este proceso, ha producido un informe de dos páginas (publicado en julio del año pasado) y una guía para el uso de mascarillas.

Lamentablemente, la oportunidad no solo está siendo desperdiciada por los científicos. Nuestros líderes empresariales, aquellos emprendedores que saben cómo organizar el Estado de forma correcta pero que «no han tenido la oportunidad», decidieron mantener la posición segura de eternos críticos en lugar de enfrentar el riesgo de contribuir. Han participado en innumerables conversatorios con las respectivas carteras, pero estas tertulias rara vez exponen causas ni presentan soluciones con caminos concretos de implementación y, lo más importante, no dejan rastro. Tal vez esto haya sido intencional porque uno no se equivoca si no toma riesgos y la infalibilidad retrospectiva tiene un enorme capital en política.

Hoy, a casi un año de la llegada del covid-19, la ventana se ha cerrado. La vida en pandemia se ha normalizado y se acercan elecciones. Nuestras élites no han podido comprender que el poder no es posesión sino ejercicio y este descuido los dejará debilitados. El daño ha sido autoinfligido y, si bien la debilidad política podría ser coyuntural, la falta de acción en tiempo de crisis no tiene olvido. El autovandalismo iconoclasta, producto de decidir no tomar riesgos, borrará cualquier rastro de su existencia de la historia paraguaya.

La pregunta es: ¿qué necesitamos en un momento de crisis como este? Necesitamos mejorar el debate y el discurso. El poder que confiere la participación en la élite debe estar apoyado en discusiones profundas, con detalles y especificidades. Necesitamos planes concretos y caminos para su ejecución. No basta con decir “lo que hay que hacer es”, debemos acompañarlo con “así se puede hacer, estos son los motivos por los cuales es importante hacer esto y acá está el plan”. No es aceptable que, en momentos de crisis, quienes se autodenominan intelectuales, técnicos, empresarios comprometidos o especialistas -y se creen parte de una minoría esclarecida- escapen  de su responsabilidad histórica y se desvinculen de su situación de privilegio, diciendo “no es mi trabajo, para eso pago mis impuestos”.

Fundamentalmente necesitamos horizontes. Necesitamos destinos aspiracionales a los cuales apuntar. Necesitamos que nuestros líderes inspiren y que nos permitan creer que el futuro guarda un lugar mejor. Necesitamos una élite que corra riesgos, que construya, opine y debata. Necesitamos una élite que trascienda las capacidades técnicas y pueda construir un debate integral, integrado y de calidad.

Necesitamos una élite con entereza moral para la crítica. Por sobre todo, necesitamos una élite dispuesta a sacrificar un sistema que ha sido de enorme beneficio para tantos.

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