El retraso en la llegada de las vacunas no obedece a problemas políticos locales, ni a un déficit de gestión en materia de salud pública, sino a una cuestión estrictamente geopolítica: la inserción del Paraguay en un mundo que acelera su reconfiguración.
La pandemia de coronavirus mostró la doble cara del desarrollo humano en nuestra época. Por una parte, la comunidad científica internacional logró producir en tiempo récord varias vacunas que están mostrando efectividad. Por otra parte, esas vacunas -elaboradas en países centrales pero probadas en muchas naciones periféricas- son hoy acaparadas por los países más ricos y su llegada a los países en desarrollo está siendo dificultosa.
Las ya golpeadas promesas de la globalización y su mundo sin fronteras nacionales gobernado únicamente por el libre intercambio comercial, vuelven a sufrir un golpe de realidad que las contradice. En este segundo año de pandemia estamos viviendo el recrudecimiento de un “nacionalismo de vacunas”, en el cual los grandes Estados determinan, por la fuerza de su poderío económico, quiénes serán los habitantes del mundo que lograrán el privilegio de inmunizarse antes que otros.
Considerando todo esto, hay que entender que el retraso en la llegada de las vacunas no obedece a problemas políticos locales, ni a un déficit de gestión en materia de salud pública, sino a una cuestión estrictamente geopolítica: la inserción internacional del Paraguay en un mundo que, potenciado por la crisis pandémica, acelera su reconfiguración.
Está claro que estamos en un mundo en el que el multilateralismo está en jaque: las relaciones entre países se dan directamente entre sus líderes, sin mediación de instancias supranacionales. Así, el buen vínculo entre Mario Abdo y Vladimir Putin permitió negociar de Estado a Estado cerca de un millón de inmunizantes Sputnik V, aunque su llegada se realice a cuentagotas debido al retraso global en la producción de vacunas, pues los laboratorios no logran dar abasto para satisfacer un mercado -literalmente- mundial.
Al mismo tiempo, esta pandemia deja ver la profunda crisis que vive la integración de nuestro continente, dado que los países de nuestra región actúan por separado, sin coordinación, solidaridad ni espacios comunes desde donde elevar la voz de nuestro destino común de naciones latinoamericanas.
Teniendo en cuenta el actual escenario, es hora de que Paraguay comience a revisar su alianza histórica con Taiwán y debata públicamente con la ciudadanía su posición de no reconocimiento de la República Popular China. Si bien hay que reconocer que el Gobierno taiwanés nos ha brindado una enorme ayuda y respaldo en materia de salud, Paraguay debe orientar su política exterior de acuerdo con sus necesidades internas.
Lo cierto es que hoy día China continental es una de las potencias más poderosas del mundo -encaminándose a convertirse en la más importante de aquí a unos años- y, lo que es más importante, es el centro de producción de vacunas anticovid más fuerte del planeta. Hoy nuestro país, a diferencia de nuestros vecinos, tiene vedado el acceso a más de tres tipos de inmunizantes que son masivamente elaborados en las fábricas del gigante asiático.
Así, en un mundo en el que el egoísmo nacional es el parámetro de las relaciones internacionales, abogar por el acceso universal a las vacunas, como lo hizo el presidente en la última cumbre de presidentes del PROSUR, es un horizonte que debe orientar las acciones de los gobiernos para lograr un verdadero multilateralismo en la comunidad internacional. Mientras estas legítimas aspiraciones esperan por ser realizadas, Paraguay debe actuar con pragmatismo, de acuerdo a las reglas de juego vigentes, y poner en primer plano el interés inmediato de su pueblo: avanzar en la vacunación y salir de la pandemia.