Ningún opositor se animó a hacer acto de presencia en las manifestaciones recientes, confirmando el rol marginal que protagonizan como referentes de la sociedad civil.
Las protestas recientes contra el gobierno dejan al descubierto un hecho poco comentado hasta el momento: la escasa confianza que genera la oposición entre los que salieron a las calles a reclamar demandas históricas en áreas como salud, educación y lucha contra la corrupción.
La respuesta de los partidos políticos de la oposición está lejos de ser coherente. Algunos piden enjuiciar al presidente Abdo Benítez, al vicepresidente Hugo Velázquez y llamar a elecciones; otros contestan que no hay causales para enjuiciar al vicepresidente de la República. Esto sin mencionar a los que en un rapto de lucidez recuerdan que no existe la figura de un nuevo llamado a elecciones en caso de doble acefalía en nuestra Constitución.
La oposición parece hoy regirse por el “teorema de Baglini”, en honor al dirigente argentino de la Unión Cívica Radical que lo enunció. Dicho teorema reza que “el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder”.
Esto significa que cuanto más lejos se encuentra una fuerza política del poder, mayor es la irresponsabilidad de los planteos, mayor es el desvarío y el imperio de la fantasía en los contenidos proferidos. Es en este sentido que debe comprenderse el hecho de que la oposición no articule con seriedad una posibilidad real de cambio de gobierno y se limite a proponer eslóganes de cumplimiento imposible.
Esta realidad queda al descubierto con más fuerza aun si analizamos el espíritu que anima a las recientes movilizaciones. El eslogan que capitanea las diferentes reivindicaciones es el ya clásico “qué se vayan todos”, es decir, un repudio al sistema político en su totalidad, y no únicamente al partido de gobierno.
No es casualidad que ningún referente opositor se anime a hacer acto de presencia en manifestaciones recientes, pues se saben repudiados como integrantes de un mismo establishment político que gestiona la torta del Estado desde 1989.
Si la oposición tuviese una adhesión masiva o representara una esperanza para el Paraguay sería la cara visible de los últimos acontecimientos. Iría al encuentro de la gente sin temor al escrache, en vez de estar fogoneando desde las sombras la desestabilización política.
Los amagues de participación de algunos dirigentes fueron radiados de manera contundente: Kattya González echada del INERAM, Celeste Amarilla repelida en las redes sociales al anunciar su presencia en el “nuevo marzo paraguayo”y Efraín Alegre sumido en la irrelevancia y ridiculizado por sus intentos de capitalización política, son apenas algunas muestras de que la casta opositora no genera entusiasmo como opción real de poder.
Los diferentes integrantes del sistema político deben abandonar la irresponsabilidad política y tomar nota con seriedad de lo que ocurre: la clase media emergente, producto de la estabilidad económica de los últimos 15 años, salió a las calles a exigir transformaciones estructurales, a hacer oír la voz de una nueva generación y exigir con fuerza un Paraguay acorde a las expectativas del siglo 21.