José Duarte escribe sobre «General General» (1975), novela del olvidado escritor paraguayo Lincoln Silva que satiriza a dictadores y revolucionarios.
“La revolución es una ruptura en el orden común de los días, al mismo tiempo que una promesa de felicidad colectiva en la historia […] una manera de reciclar las ambiciones de la religión mediante la política, pues la revolución es una búsqueda de salvación.”
François Furet
Por: José Duarte
Leí sobre Lincoln Silva por primera vez hace unas semanas y me invadió una gran curiosidad sobre la obra de este escritor paraguayo, fallecido en el año 2016 en el más absoluto olvido, luego de retornar al país tras un largo exilio.
Son escasísimas las referencias que encontré googleando: un par de notas periodísticas de medios locales de este año anunciando la reedición póstuma de sus novelas que llevará a cabo la editorial Arandura, una interesante nota publicada en el diario argentino Infobae sobre su derrotero y, finalmente, un análisis de Hugo Rodríguez Alcalá sobre el que me referiré hacia el final.
¿Por qué semejante silencio sobre un escritor que supo cosechar elogios de Ricardo Piglia y David Viñas, entre otros? ¿Simple negligencia de nuestra elite cultural? ¿Silenciamiento de una prosa corrosiva, sin indulgencias para nadie? Estas preguntas y algunas más me impulsaron a conseguir una de sus novelas más célebres, General General, publicada en 1975 por la editorial Crisis, de Eduardo Galeano.
En cada palabra, frase y párrafo de dicha novela se respira la existencia de un régimen dictatorial. Lo que devela dicha atmósfera opresiva es el proyecto del protagonista Benedicto Sanabria, un carismático líder de una revolución que se propone “purificar” el Paraguay. El contrapunto del autoritarismo no es un persona virtuosa y esclarecida , sino más bien el misticismo de un personaje que se considera vector de designios divinos próximos a realizarse. El título del libro no remite al dictador en funciones como uno podría imaginar a simple vista; hace referencia al “héroe” de la novela que emprende una lucha total contra el orden establecido.
Aunque se evita el realismo o la intención de construir una “novela histórica”, es difícil no interpretar la obra como una alegoría del autoritarismo en general y del stronismo en particular. Sobre este punto, no deja de ser perturbador y apasionante que Lincoln Silva elija un registro cómico para narrar lo trágico. Lejos de la retórica de la denuncia, el autor agudiza el ingenio lírico de los que denostan al protagonista Benedicto Sanabria (el héroe revolucionario de la novela), apela al humor (incluso cuando narra brutales escenas de tortura), se divierte poniendo en boca de sus personajes citas apócrifas de Goethe sobre Paraguay, ironiza sobre el catequismo del marxismo a los indígenas, etc.
En la novela no hay lucha de buenos contra malos: la moral es permanente despreciada, ridiculizada, satirizada sin piedad, a lo sumo limitada a un instrumento ideológico del poder. El personaje Benedicto Sanabria carece de los atributos típicos del justiciero portador de ideales prístinos. Es un personaje que en nuestra época estaría completamente “cancelado”: instrumenta su carisma para secuestrar y someter sexualmente a menores de edad, responde a las acusaciones de la dictadura con chistes homofóbicos, no le incomoda que su esposa se prostituya para costear su proyecto emancipatorio. Controversial, delirante, convencido de ser la encarnación del espíritu objetivo, excesivamente ecléctico en sus referencias teóricas, Benedicto Sanabria actúa, sin embargo, bajo las coordenadas clásicas de los revolucionarios profesionales del siglo XX, es decir, bajo la hipótesis de estar en posesión de una carta blanca otorgada por la mismísima Historia para llevar a cabo sus propósitos.
General General no es únicamente una novela sobre el clima opresivo que caracterizó a nuestro país durante el siglo pasado. Es también, y sobre todo, una sátira implacable de los “revolucionarios paraguayos”, como bien lo señala Hugo Rodríguez Alcalá en su artículo “Sobre la ficción humorística de Lincoln Silva”. De este modo, Silva parece sugerir que la narración del autoritarismo exige cierta distancia crítica, capaz incluso de ironizar cruelmente sobre los que piensan que sus luchas están sostenidas por garantías trascendentes, tales como las condiciones objetivas de la historia, la predestinación divina, o cualquier otro destino manifiesto. En efecto, ¿existe representación más autoritaria que el convencido de actuar en nombre de un fin superior a la finitud humana, llámese Dios, Historia, Clase o Raza?
En este sentido, hay algo de ingenuidad en Rodríguez Alcalá cuando se pregunta cómo es posible que un “escritor militante” (sic) ridiculice con saña a la figura del revolucionario. En un intento por salvar esta incorrección intolerable -quizás el motivo mismo del silenciamiento del escritor por parte de sus pares- Rodríguez Alcalá afirma que la novela en cuestión es solo una condena al “revolucionario amateur”, al atraso autóctono del insurgente paraguayo que no cuenta con los medios suficientes para sus propósitos y que, por lo tanto, no subyace en la novela ningún cuestionamiento general a la idea misma de revolución.
Mi punto de vista es el inverso. General General no es la narración sobre un país provisto de peculiaridades que impiden “objetivamente” una revolución, tampoco trata de la carencia “subjetiva” en los revolucionarios locales. Si bien todo eso puede estar sugerido en la novela, ésta va más allá de cualquier nota costumbrista, interpelando con fuerza una idea de alcance universal como lo es pensar el acontecimiento revolucionario como telos de la historia.
Así, la locura del personaje central de la novela es metafísica y no psicológica: no descansa en un simple desorden cognitivo del protagonista, sino en la embriaguez mística a la que conducen las ideas de predestinación, necesitarismo y ausencia de todo elemento contingente en el acontecer histórico (es aguda la ironía de Silva con el “marxismo calvinista” que sustenta al ecléctico Benedicto Sanabria). Este personaje no está en déficit con el tipo ideal del líder revolucionario; es, más bien, una suerte de síntesis exagerada de diferentes protagonistas de las revoluciones de la modernidad, con la particularidad de que en el personaje de Benedicto Sanabria se hace patente la deuda que la perspectiva revolucionaria tiene con la teología.
De esta manera, lo que se pone en jaque, por medio de una acumulación de burlas, es el mito de la misión histórica que recaería sobre una determinada clase social o partido de vanguardia. En síntesis, todas aquellas lecturas que concibieron al proletariado y sus diferentes sucedáneos como relevos seculares de Cristo, capaces de resolver el misterio de la historia (Manuscritos económico-filosófico de 1884 dixit) mediante el advenimiento de alguna forma de sociedad sin clases, jerarquías y poder.
Antes que una realidad local -y en esto cobra valor la relevancia de esta obra literaria-, el blanco de la despiadada sátira del escritor Lincoln Silva es una filosofía de la historia que secularizó la providencia, erigió falsos profetas y convirtió a supuestas clases universales en vectores objetivos del tiempo humano. Este es el telón de fondo que narra General General, el sustento de las humoradas sistemáticas de la novela: no se trata de una falla local, idiosincrática, sino del lúcido señalamiento, ya en los años 70, del naufragio del relato milenarista de la revolución.