Paranaländer reseña en esta entrega el libro “Remontando el río Paraná” (2018, Eduner), de Theodore Child, un viajero británico que recopiló las memorias de su paso por el Paraguay.
Por: Paranaländer
“Advertí en la capital de Paraguay, vacas pastando en calles de pasto
con lámparas eléctricas balanceándose sobre sus cabezas”
Rescato tres momentos, de esta traducción incompleta del original “The Spanish-American Republics” (Harper & Brothers, 1891), la carga de naranjas en San Antonio por mujeres y jovencitas, la visión del Salto del Guairá (obliterado por la represa hidroeléctrica de Itaipú en 1982) y el método indio de bañado de los críos.
El cronista inglés enviado en 1890 por la revista norteamericana Harper’s Magazine, describe fascinado cómo 70 mujeres y muchachas y 10 hombres cargan 250 mil naranjas a un vapor. Naranjas de excelente sabor y aspecto, valen un dólar paraguayo por cada mil en San Lorenzo. “Las mujeres que llevan los canastos sobre sus cabezas reciben una paga de 80 centavos por día. Una buena naranja paraguaya en Buenos Aires cuesta dos centavos. Estas paraguayas, guaraníes y otras indias y mulatas de diferentes tonos de piel, vestidas de blanco, rosa, escarlata, amarillo y otros tejidos de algodón de brillantes colores de Manchester, van todas descalzas, carecen de belleza pero son alegres y gritonas, son como pájaros y monos, mujeres y niñas, con cigarros en sus bocas, como es la moda paraguaya”. “Mientras los hombres -maridos, hermanos o padres- holgazanean en la orilla, fuman y juegan a las cartas según la costumbre paraguaya, donde las mujeres trabajan y los hombres disfrutan de la vida”.
Sobre la tumba del Salto del Guairá se montó Itaipu, que el inglés aún entonces lamentaba su impenetrable virginidad: “En la catarata del Guairá comienza la frontera con Paraguay; el río Paraná corre de norte a sur, delimitando la república, y luego de este a oeste, hasta que se une al Paraguay. Los pocos viajeros que han visto la catarata del Guairá dicen de los saltos que son tan hermosos como los del Niágara, pero desafortunadamente todavía están en medio de soledades en las que el acceso es difícil”.
La visión del indio que nos ha dejado Child es prototípica del calvinista anglo norteamericano: los ven como indios-grunge, que “trabajan para satisfacer un capricho, pero no constantemente: trabajan hasta que ahorran lo suficiente para comprar un poncho, un reloj o algún otro objeto de lujo que les ha llamado la atención en una tienda, y luego ni el dinero ni la persuasión podrán hacerlos mover”.
Un elogio del indio vemos en su descripción minuciosa de la técnica de baño de los críos: “la manera en que las mujeres lavaban a sus hijos, llenándose la boca de agua, luego escupiéndola en las manos de ellos y frotándoselas en sus caras. Este procedimiento se ve constantemente en Sudamérica en indios y mestizos. La idea es que solo los bárbaros se lavaban con agua fría. Mantener el agua en la boca por unos segundos es la manera más sencilla de entibiarla”.
Por último, Child nos habla del uso argentino en las guerras contra los aborígenes. “matar a los varones y distribuir las mujeres cautivas como esposas de las tropas”.
*Theodore Child nació en Liverpool en 1846. Trasladado a París, se desempeñó como representante de la Harper & Brothers. Entre 1885 y 1892 publicó varias notas sobre arte, gastronomía, arquitectura y moda en Harper’s Magazine, que alternó con sus crónicas de viajes. Dos años después de su paso por América del Sur, emprendió un largo viaje por San Petersburgo, Afganistán y Kurdistán. Muere de cólera en Isfahán en 8 de noviembre de 1892. Las ilustraciones de sus crónicas sudamericanas fueron realizadas por Thure de Thulstrup, Frederic Remington, William Hamilton Gibson y William Allen Rogers.