El Paraguay atraviesa -como muchos países del mundo- la segunda ola de la pandemia de Covid-19, más virulenta que la primera. La oposición, mostrando su escaso compromiso cívico, aprovecha la delicada situación para echar leña al fuego, propiciando escenarios de acefalía y concentraciones masivas que hacen que se propague el virus entre nuestra gente.
Por: Héctor Gayoso – Director de El Trueno
Difíciles momentos atraviesa la humanidad. Desde la Segunda Guerra Mundial que no existe un momento de incertidumbre y angustia como el que vive el mundo hoy a consecuencia de la pandemia de Covid-19. A diferencia del conflicto bélico, el coronavirus golpea por igual a las grandes potencias y a los países pequeños.
El Paraguay no escapa de esa situación. Es imposible desconocer la escasez de medicamentos e insumos en los hospitales públicos que llevaron a familias humildes a tener que vender sus pertenencias para salvar la vida de un ser querido. Nuestra situación exige seguir fortaleciendo nuestro sistema de salud, con celeridad y eficiencia, dejando de repetir los errores del pasado y sancionando con firmeza a los funcionarios inoperantes.
Por otra parte, el gobierno necesita comunicar mejor el esfuerzo que se hizo para saltar de 304 camas de terapia intensiva a 655 (que siguen aumentando), construir 9 pabellones de contingencia para pacientes con Covid, incorporar 6.400 funcionarios de blanco de los cuales 590 son intensivistas, pasar de tener 1 laboratorio de procesamiento de muestras a 11 activos a los cuales se incorporarán otros 5 próximamente. Todo esto, hasta el momento, permitió que el año pasado tuviéramos una relativa calma, a diferencia de lo que ocurrió en otros países de la región.
Sin embargo, como puede observarse también en el llamado primer mundo, la solución no está en los hospitales: no hay forma de que los centros asistenciales puedan aguantar contagios masivos y continuos, como ahora está ocurriendo en Paraguay. La segunda ola es más virulenta que la primera y la posibilidad de aumentar las camas UTI hasta el infinito es imposible incluso en los países más desarrollados y económicamente poderosos. Por eso, hasta que lleguen las vacunas y logremos la ansiada “inmunidad de rebaño” (que hasta ahora en todo el mundo solo Israel parece estar alcanzando), la única prevención es cumplir estrictamente con los protocolos sanitarios de distanciamiento, tapaboca, ventilación e higiene de manos.
Si bien esto no es novedad y todos los especialistas afirman que estamos en el peor momento de la pandemia, nuestra oposición vuelve a mostrar su desubicado timing al plantear un juicio político donde no solo pedían la destitución del presidente, sino también la del vicepresidente, dejando al país acéfalo en el contexto de una feroz crisis mundial.
En medio del peor momento a nivel de contagios, los representantes políticos de la oposición intentaron apagar el fuego rociándolo con nafta. En cualquier otro momento, políticamente hasta podía ser entendible que aquellos quienes escaso favor electoral reciben del pueblo busquen llegar al poder por la ventana, pero en pico de saturación de hospitales es sencillamente criminal.
Es poco probable que haya interés en la salud de la ciudadanía, lo que se llama un espíritu de Estado, porque de lo que contrario es imposible entender cómo cuando ya existía lista de espera para internarse en los hospitales, se empezó a fogonear la idea de hacer multitudinarias manifestaciones en las que confluyeron desde afectados por la desesperación que genera la crisis sanitaria, hasta militantes antivacunas y negacionistas, haciendo campañas en contra del uso de las mascarillas.
Miles de personas agolpadas en pocos metros, pasándose micrófonos, megáfonos, sin tapabocas, con legítimos reclamos, es cierto, pero generando un ambiente propicio para el contagio, cuyo único resultado -a excepción del cambio de un par de ministros- es el de nuevos de miles de enfermos que reclaman camas en hospitales, tal como estamos viendo estos últimos días. De hecho, se vio a algunos militantes políticos que estuvieron en la manifestación tomándose fotos, sin tapabocas y que, horas después, se supo que estaban contagiados.
Era el momento ideal para poner calma, pisar el freno, y que todos estiremos el carro hacia un mismo lado, pero se eligió la opción de apedrear nuestro sistema de salud que a duras penas avanza. Además, sumir al país en un clima de incertidumbre política flaco favor hace a la reactivación económica y perjudica, también, a las negociaciones sobre compras de vacunas. Hasta la propia senadora Desirée Masi manifestó en un momento que ninguna farmacéutica querría negociar con un país que puede amanecer doblemente acéfalo.
Es evidente que la gente está molesta, enojada, y con razón. Pero es deber de la clase política velar por los intereses más elevados de la República, en un momento gravísimo como el que estamos viviendo. Claro que es importante un golpe de timón, pero es un acto de enorme irresponsabilidad exponer a una crisis de ese tipo al país en el pico de la pandemia.
La hipocresía de algunos medios tampoco escapó a la mezquina especulación política en detrimento de la vida. Cuando un par de días atrás se hicieron eco de un encuentro de colorados en el interior, titularon “seccionaleros violan código sanitario”, sin embargo, los varios días de manifestación en la capital, al parecer, no constituyeron ninguna violación.
Este es un momento histórico, donde el Gobierno y la oposición deben estar a la altura de las circunstancias. Desde el Estado garantizando la provisión de medicinas y sosteniendo los servicios sanitarios, y desde la oposición no tirando más leña al fuego en un contexto especialmente grave.
En Paraguay nos merecemos políticos que desde la gestión de Gobierno muestren eficiencia y eficacia, y así también nos merecemos opositores que demuestren una propuesta superadora de la cultura del golpismo que durante largos años mantuvieron en la miseria y la pobreza a nuestro país.