Paranaländer escribe sobre la película “Matar a un muerto” (2020, Paraguay, 86 minutos, en color), y cuenta algunas puntualizaciones que hizo al momento de mirar la obra de Hugo Giménez.
Por: Paranaländer
Uno de estos fines de semana, acompañado de una amiga, llegué a videar “Matar a un muerto” (2020, Paraguay, 86 minutos, en color), primera película de ficción de Hugo Giménez, conocido previamente por su documental “Fuera de campo” (2014). Fue un ejercicio divertido, a cada puntualización de ella, un yo, quizá ficticio o sobreactuado, retrucaba otras de distinto calibre. Visión lúdica, dialéctica, de mirar una película de tema tan dramático como los crímenes de la dictadura estronista. Escoger el humor para aligerar su severidad inicial.
1978, dictadura de Stroessner. Pastor (el viejo supersticioso que cría su curundú de 7 años: guía sus actos según el cambio de humor de su itakuru) y Dionisio (el joven) entierran los “paquetes” que recalan al borde de un lago. Lo que llega debe ir bajo tierra es la consigna de esta religión. Más que un oficio de 8 horas parece la entrega a un sacerdocio antiguo. Dedicación full time. Y es que Central 3 les monitorea a ellos (Kokué 5) sin descanso (Atenti aquí, este monitoreo oral, radial, se realiza en español, mientras el resto se rueda en guaraní paraguayo, por cierto muy poco yoparaizado inverosímilmente). Hasta que un día la normalidad se quiebra. Un muerto se niega a morir.
Ella: Incoherencia 1, el mundial fue en invierno del 78 y hace calor en el plató.
Yo: para mí muestra que el estronismo no fue un delirio personal sino una maquinaria bien aceitada y de infinitas piezas, unas quizá menos llamativas que otras pero igual de imprescindibles para su cabal funcionamiento. El torturador y el enterrador son dos cuadros de la violencia estatal.
Ella: Incoherencia 2, uno estante como ese del rancho no usan jamás los campesinos.
Yo: En un momento dado la peli enfila por territorios buñuelianos (imposibilidad de salir de un sitio, de cenar), o kafkianos (imposibilidad de saber el motivo de la condena): la imposibilidad de matar al kurepi epiléptico.
Ella: Incoherencia 3, ellos toman en vasos de vidrio (hum) y el kurepí en vaso de lata. Los campesinos toman en un solo vaso de lata que hacen circulan entre los circunstantes y punto.
Yo: El invisible yaguareté que husmea en torno a los yvykuá sería el recordatorio de sus culpas, de que no son ingenuos hombres enganchados a un trabajo sucio que no pueden rehuir vaya uno a saber por qué, quizá tendrán a algún pariente también preso y temen que se conviertan en paquetes a su vez.
Ella: el tema es el otro, el kurepí como otro, quizá si fuera un paraguayo matar les hubiera parecido una faena más llevadera.
Yo: Una lectura posible, la peli es una iniciación de Dionisio al mundo de Pastor. Una bildungsroman política. Está allí en un periodo de prueba, oisu’u una especie de cuartel gore, hasta recibirse de matón pleno, ya no simple enterrador gris.
Ella: la escena final, el kurepi guareciéndose de la tan ansiada y esperada tormenta, y que se arrima también bajo el rancho, pero de todos modos no es de allí ni de acá. Queda a medio camino de la intemperie y de sus captores.
Yo: no veo dilema moral entre enterrar o matar. Mi modelo para esto es “Los hermanos Karamazov”. Cuando es acusado de parricidio Dimitri, que no ha matado en realidad al padre, él se considera igualmente culpable, desear matar ya es matar de alguna manera para Dostoievski, otra cosa es tener el coraje para realizarlo, que no llega a ser una virtud sino un defecto de última. Ergo, enterrar o matar es, al final, la misma y terrible función.