Derian Passaglia escribe en esta entrega acerca del libro Las cosas que perdimos en el fuego (2016), de la escritora argentina Mariana Enríquez. El libro destaca sobre todo por la potencia de las historias y por la originalidad, en ocasiones, de sus argumentos
Por: Derian Passaglia.
Las cosas que perdimos en el fuego (2016) es el segundo libro de cuentos de la escritora argentina exitosa y multipremiada Mariana Enríquez, hoy al frente de la dirección del Fondo Nacional de las Artes en su país. El libro destaca sobre todo por la potencia de las historias y por la originalidad, en ocasiones, de sus argumentos. Prevalece la imaginación de las situaciones antes que la escritura. Como dicen ahora, muchos de los cuentos podrían haber sido un mail.
Enríquez cruza la tradición nacional (pobres y marginados del barrio de Constitución, el petiso orejudo) con formas literarias reconocibles como “géneros menores” (fantástico, terror). A diferencia de Schewblin, otra escritora de género de éxito, y más allá de los argumentos y las temáticas, el género termina siempre por amoldarse a su definición escolar: aparición de elementos sobrenaturales que pueden tener dos tipos de explicaciones, una racional y una sobrenatural.
Todos los cuentos se mueven en esa línea y, al encajar en esa definición, se convierten en buenos relatos, eso sí, buenos relatos, seguros de sí mismos, confiados, pero convencionales. El lenguaje además está pensado para un público “internacional”, legible, intachable, correcto, que lo pueda entender tanto un gallego como un gringo en futuras traducciones.
La apuesta de Enríquez es válida y funciona, como si buscara volverse una Stephen King vernácula. La forma de sus relatos es clásica, a partir de un comienzo cotidiano el relato se vuelve progresivamente extraño. Lo mejor de Enríquez sale cuando su narrativa recuerda al primer Cortázar, el de Bestiario, aquel que ambientaba la narración en viejas casonas de barrio donde sucedía un hecho puntual que alteraba la normalidad.
De hecho, King, Cortázar y Enríquez comparten el público, adolescente y no lector, o primeros lectores que se inician en la literatura, y son escritores especiales para dar en colegios secundarios, para incentivar el hábito de la lectura, para mostrar que la literatura no es lo que se piensa: una cosa muerta y sin vida de otro tiempo y lugar.