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sábado, noviembre 23, 2024

Literatura sin códigos. Tercera parte

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Derian Passaglia presenta la tercera y última parte de un ensayo sobre el Borges de Bioy Casares. El texto fue leído en las Tertulias Literarias del Centro Cultural Juan de Salazar.

Bioy Casares fue valiente por única vez en su vida, después de una vida entera dedicada a satisfacer mujeres sedientas de sexo en las sombras, en camas ajenas. De haberse enterado Borges, ¿cómo se lo hubiera tomado? ¿Habría sido comprensivo con su amigo? ¿Habría entendido, como tantas veces teorizó en sus ensayos, y otras tantas en sus cuentos, que todos los hombres son un solo hombre y que si Bioy escribía sobre él no quería decir que escribía sobre él sino sobre todos? ¿Habría aplicado las reglas de su propia literatura a las intenciones literarias que se desprenden de los motivos de la escritura del diario? Bioy le dio a Borges un poco de su propia medicina, dejó escrita para la posteridad la última lección del maestro, aceptó finalmente su lugar, se corrió a un costado, le entregó el living, la comida, los libros y lo dejó hablar.

Frodo y Sam son amigos, Thelma y Louise son amigas. Van juntos por el mismo camino, el deseo de una es el deseo de la otra, tiran para el mismo lado. Se apoyan, se encubren, se necesitan. Sin el otro, no serían nada, estarían incompletos, el relato no tendría sentido. La famosa frase que Borges pronunció en una entrevista para la televisión española es negada por el diario de Bioy. La amistad sí necesita frecuencia. Al final de su vida, es cierto, la frecuencia de las cenas en casa de Bioy se espaciaron en el tiempo por razones conocidas y no conocidas. Hay un espacio en el lenguaje entre los dos amigos por donde se abre el Borges de Bioy, es un espacio fronterizo, un lugar en el que las palabras que se decían no podían llegar, un lugar que incluso le permite a Bioy Casares quedar ligado para siempre a Borges, hasta el punto de que ni la muerte podrá separarlos. El Borges siempre será el Borges de Bioy, la creación de un escritor considerado vulgarmente menor por estar a la sombra del más grande. La relación que une a Borges y a Bioy es inseparable, pero no supone términos de igualdad sino jerarquía.

La jerarquía de la amistad entre Borges y Bioy tiene niveles. El Borges es “de” Bioy, como si el escritor más grande de todos los tiempos, la encarnación misma de lo que significa ser un escritor con mayúsculas, haya sido otro. La preposición “de” incluye a Bioy, Bioy depende de Borges para existir, porque Borges es el núcleo sustantivo principal de la construcción “el Borges de Bioy”. Puede parecer un análisis demasiado gramatical, y lo es, pero muestra que en el término dependiente de la construcción principal, el Borges de Bioy, hay una figura que se coloca por encima de la otra, que no son dos amigos en términos de igualdad (en ese caso sería “Borges y Bioy”). El sustantivo principal de la construcción, Borges, tiene una voz sagrada en el diario, lo que dice importa, cada uno de sus parlamentos puede leerse como una revelación sobre la literatura misma; el término dependiente de Borges, es decir “de Bioy”, no puede formar una oración por sí solo, siempre va a depender de otro sustantivo. Indistintamente, la figura dependiente del sustantivo principal, Bioy, coloca a Borges por encima o por debajo suyo, lo hace vivir como en aquellas grandes novelas realistas del siglo XIX, con sus complejidades, sus sentimientos, sus pensamientos, su psicología entera.

El diario de Bioy abre un espacio de silencio entre dos amigos. El Borges de Bioy Casares es un secreto inconfesable, un hecho de la realidad sobre el que nunca se va a poder enterar el otro, la persona que inspiró el relato. En algún punto, es trágico: sabemos algo que no sabe el personaje principal de la historia. Quizá en el cielo o el infierno, adonde hayan ido a parar, Bioy y Borges estén riéndose de todos nosotros o peleados a muerte. Lo cierto es que en ese silencio que se abre en una amistad de más de cinco décadas entramos nosotros, lectores, con hambre de saber cómo vivía un genio. Amigo y espía, doble agente de la literatura, Bioy no puede decirle, no le dice que escribe sobre él. Quizá sea el único texto que Borges no leyó de su amigo y quizá sea la razón por la cual el lector no pueda dejar de leer el diario, persiguiendo el misterio que se puede formular en una pregunta: ¿cuándo se va a enterar Borges?

Teniendo en cuenta las formas tradicionales de considerar la amistad, Borges no parece amigo del narrador Bioy, sino una función del texto que derrocha saber, que toma posición sobre la literatura, que ofrece juicios novedosos, sentencias, proverbios, versos, fragmentos en inglés y francés y alemán y latín de grandes obras, de obras menores también, de escritores conocidos y desconocidos, de traducciones y traductores, de biógrafos y biografiados, de amigos poetas, de publicaciones, de cuentos y novelas y textos sagrados, un aleph privado, íntimo, de sí mismo, una literatura que cuenta su propia historia en tercera persona del singular, narrada por un gentleman de la aristocracia que escribe la obra de su vida.

Mujeres, plata, autos, facha, éxito, un genio de la literatura del siglo XX sentado en el living de su casa. Adolfo Bioy Casares lo tenía todo. La gran operación literaria, el recurso con el que Bioy narra a Borges, es la de vulgarizar a través de la forma un material elevado. Borges escribía cuentos fantásticos, le gustaban los tigres, los laberintos y los espejos, la literatura inglesa, la filosofía de Schopenhauer, los colores de la tarde en los patios y los zaguanes. El Borges que muestra Bioy no se diferencia en nada al Borges público, no cambia de aquel ciego de mirada perdida que recitaba versos de memoria en inglés en entrevistas y conferencias. Pero Bioy lo bajó al living de casa, lo mostró débil, desdentado, lleno de contradicciones, íntimo, en una forma que recuerda a las entradas de diario y que se revelan como la gran novela realista de una nación sobre uno de sus personajes históricos más importantes.

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