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sábado, noviembre 23, 2024

125 años de Juan L. Ortiz

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En este artículo, Derian Passaglia conmemora el aniversario 125 del nacimiento del poeta Juan L. Ortiz: «dedicó toda su obra no a escribir sobre el paisaje de Entre Ríos, sino a volverse progresivamente paisaje en la materia de las letras y las palabra».

Por: Derian Passaglia

Se conmemoran 125 años del nacimiento de uno de los grandes poetas de la poesía argentina: Juan L. Ortiz, mejor conocido como Juanele, la L. misteriosa en medio del primer nombre y el apellido es “Laurentino”. La obra de Juanele -como la de otros grandes poetas argentinos: Viel Temperley, Leónidas Lamborghini- puede ubicar su tradición en el futuro, porque todavía espera convertirse en la gran figura de la poesía del siglo XX. En el litoral argentino, sin embargo, conserva el estatus de mítico, después de la publicación de su Obra completa por la Universidad del Litoral, y las sucesivas reimpresiones a partir de las décadas de los ochenta y noventa.

Juan L. Ortiz vivió toda su vida al margen de los ambientes literarios del centro, ajeno al mainstream, convertido en un secreto entre escritores y poetas que lo visitaban para escuchar al gran maestro hablar, saber si existía, si estaba vivo, para conocer el cuerpo, los ojos y la voz de quien escribiera un poema como El Gualeguay. Solo salió de su casa y su provincia para una visita breve a China y otros países socialistas en 1957. Después de eso, y salvo por una estancia corta también en Buenos Aires para estudiar Letras (carrera que no terminó), nunca abandonó Entre Ríos. Hasta 1942 vivió en Gualeguay y posteriormente se muda a Paraná, donde muere en 1978. Una provincia del noroeste de un país tercermundista se apoderó del espíritu de un poeta y lo convirtió en la voz donde la tierra manifestó su canto. ¿Qué hay en Entre Ríos?

A Juan L. Ortiz no parecía importarle otra cosa que la poesía. La publicación no era para él ni un efecto secundario de la escritura. Hugo Gola, en el documental sobre la vida de Juanele, dice que se autopublicaba sus libritos, los cosía, los imprimía y repartía entre sus amigos unos números. Después, como en un sorteo, entregaba el ejemplar numerado al amigo que correspondía. En la década del 70, reunió esos libritos finos en un único libro que le publicó la biblioteca Constancio C. Vigil de Rosario: En el aura del sauce; la misma biblioteca de la que mi mamá me sacaba libros prestados porque quedaba a la vuelta de su trabajo. Una vez, me sacó la obra completa de César Vallejo y no la devolví más. “Quedatelo”, me dijo mi mamá. A Juanele lo empecé a leer en otra biblioteca, la Nacional de Rosario, en los recreos de las clases de la facultad de Humanidades. Leía y leía, en el silencio de la sala, como ahora, sin entender. Pero ese es un primer efecto de su lectura: su ritmo es tan poderoso que la semántica se vuelve una forma, una sintaxis, y no importa tanto averiguar los significados como seguir escuchando su música, hipnótica y eterna.

Más que un poeta de poetas, Juanele es un poeta de narradores, de prosistas, de universos que se despliegan en la página y desarrollan un argumento de las palabras mismas. Oscar Fariña lo homenajea así en un poema: “Me pasé toda la tarde leyendo / a Juan L. Ortiba / y no entendí una goma”. Es cierto lo que dice Fariña, el que quiera leer a Juanele pensando en entender, en significados, en coherencia lógica de un discurso tal y como se entiende la codificación, va muerto. Juan José Saer le afanó a Juanele el estilo, principio constructivo de toda la obra del autor santafesino. Ojalá Saer leyera a Juanele superficialmente, como Fariña, que puede producir una novedad a través de su no entendimiento; Saer cree entender a Juanele, y le copia la sintaxis, es decir, aquello que en Juanele es paisaje Saer lo transforma en su marca de autor.

Juan L. Ortiz dedica toda su obra no a escribir sobre el paisaje de Entre Ríos, sino a volverse progresivamente paisaje en la materia de las letras y las palabras. Opera al igual que un mago o un brujo: con la pluma con la que escribía, transfiguraba el ser de lo que era en el ser del paisaje hasta volverse uno, fusionarse, como dice su poema más famoso: “De pronto sentí el río en mí, / corría en mí / con sus orillas trémulas de señas, / con sus hondos reflejos apenas estrellados. (…) Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”.

La poesía de Juanele es cercana a la narración porque se desplaza siempre hacia adelante, y no concibe la unidad del poema como un sentido cerrado y concluido, sino como un elemento abierto, indeterminado, donde siempre hay que buscar lo que quiere decir en el verso siguiente, por eso puede parecer que es difícil de entender. En la poesía de Juanele, el sentido está abierto, y las lecturas así se multiplican. Pensó el paisaje como los poetas chinos antiguos, como una imagen; a esa imagen no la volvió material, sin embargo, sino simbólica como los poetas franceses. Su poesía es flujo y su punto de vista el de un dios que agita el paisaje a su antojo desde el cielo celeste e interminable de la provincia de Entre Ríos.

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