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sábado, noviembre 23, 2024

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En su columna diaria, Paranaländer escribe acerca de Joaquín Morales y su libro “Poliedro o panóptico desnudo del mundo y despliegue de sus trampas, demonios y maravillas, y acerca del amor, la muerte, la poesía y otros juegos de salón”.

 

Por: Paranaländer.

 

“Poliedro o panóptico desnudo del mundo y despliegue de sus trampas, demonios y maravillas, y acerca del amor, la muerte, la poesía y otros juegos de salón” (1985,Alcándara) de Joaquín Morales (nombre de pluma de Virgilio Pessolani, Asunción 1955 -aunque alguna vez lo oí quejarse que él, en realidad, era del 59 y no del 55, como consignan algunos diccionarios -malintencionados- de literatura paraguaya chambones, pero al parecer la errata se inicia con su propia editorial como se ve en la foto de contratapa. Concesión indirecta, sin embargo, es que un verso hable de “la panza de los treinta”.), es el mejor libro de poesía del Paraguay de la década de los 80’s. Porque el Kanese bueno -coctelero de lenguas y dinamitero de sintaxis y gramáticas- recién se coagula en su relieve inconfundible en los 90’s, mientras sus libros setenteros muestran aún titubeos inconciliables con sus travesuras sintácticas posteriores, Morales nace hecho y derecho en su primer libro. Ya están todos sus tics aquí: la poliglotonería (saltar de lenguas, del alemán al latín tanto del guarani para el inglés: Optimus artifex fecit, the cut worm forgives the plow, Gott offenbar sich nicht in der Welt!, Ojehekyipaitéta nde po’a. El paisaje barrial que fascina a sus ojos de poeta curioso, la ironía como adarme contra la realidad, describir un cuadro y al mismo tiempo definir una poética o lanzar una poética bajando del colectivo urbano, el amor innato por ciertas palabras: gavota, superfetado, fabordones, pavanas. Su misoginia. Su chismorreo barrial. La glosolalia del título de esta columna…

“No hables con la boca llena de palabras”.

Aquí se perfila de sopetón -quizás- su arte poética:

“Te sorprende encontrar vulgaridad,

colores en el lienzo entremezclados,

sucios, grosera sugerencia,

gránulos de pigmento no disuelto

irritante al ojo poderoso

y exigente”.

 

Otro verso que puede funcionar indistintamente ya sea como una poética literal o una poética de la ciudad:

“la divina exuberancia con presupuesto recortado”.

En el poema “Poliedro de bolsillo” nos sumerge en una sala de cine, quizá también en un infierno dantesco menor o en el cerebro en plena tarea de concatenar sentidos e imágenes que se vengará “en sus sueños”:

“déjate guiar por la linterna

antorcha adaptada a los tiempos

estrella de oriente disminuida

hasta la iluminación de la plácida butaca

tu lugar de nacimiento:

el punto de vista

fundador de perspectivas”.

 

Muchas veces asoma esa anfibología que es marca de la casa moralesiana, como aquí, donde no sabemos si habla de poesía metalingüísticamente o de simple glotonería sexual:

“La lengua es un segundo yo superfetado,

Vestal globosa, toda fuego y carne.

Se entrega entera a la caza de apetencias,

de texturas y sabores que no se nombran

como se callan los nombres más santos.

Alarga tus temblores hacia el mundo, lengua,

y rescata para mí, tu pueblo,

un pliegue de tersura inexplicable

con que encarnizar mi idolatría”.

 

 

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