Paranaländer trae en esta edición un recuento de algunos relatos del “Libro de maravillas de la India”, escrito por Burzug ibn Shahriyar allá por la segunda mitad del siglo X.
Por: Paranaländer.
Un Claudio Eliano persa, una fuente consultada y saqueada a tutti plein por los autores de “Las Mil y una Noches” (sobre todo por los viajes de Simbad el marino abasida), un etnógrafo de maravillas medievales musulmanas, que abrevó a su vez en La Odisea, Eldad Ha-Dani y el anónimo autor del viaje de Andrés y Matías al País de los Caníbales, es Burzug ibn Shahriyar, que vivió en la segunda mitad del siglo X en Siraf o en Ram-Hurmuz y es autor del Kitab Adja’ib al-Hind o “Libro de maravillas de la India”.
Sobrevivió de este texto un solo manuscrito árabe, hallado en la Biblioteca de Santa Sofía (Istambul), del que existen dos traducciones francesas, una versión inglesa y una rusa (Aquí, una vez más, seré pesado y diré que esta es la enésima prueba contundente de la insignificancia cultural y literaria de la lengua española), escrito probablemente en el último tercio del siglo X, y se compone de 123 relatos y anécdotas de viajes, procedentes todos, según su autor, de marinos y comerciantes que recorrían en esa época las aguas del océano Índico.
“Un extraño pez, al que Burzug llama zhalum, y que es probablemente una suerte de dudong o manatí, se habría caracterizado por tener los genitales como los de los seres humanos, tanto en el caso de los machos como en el de las hembras”.
Otra historia maravillosa tiene que ver con la isla de las mujeres, mujeres lujuriosas que succionan y dejan hechas piltrafas a los pocos náufragos que recalan en sus playas.
Aparece la historia maravillosa de Wak-Wak, el árbol de frutos humanos. “En el país de Wak-Wak, isla mítica, se encuentra un árbol grande y frondoso, de hojas redondas y frutos como calabazas, aunque algo mayores, que parecen caras humanas. Al ser mecidas por el viento, las calabazas emiten un sonido como de voces. Adentro solo hay aire. Pero si se las arranca del árbol todo el aire escapa de ellas, y los frutos se encogen hasta quedar reducidos a suerte de pequeñas vejigas oscuras”.
Este tema era muy popular y ya había aparecido un siglo antes en el Kitab al haiyawan, “Libro de los animales”, de Al-Yahiz, “donde el árbol de los frutos humanos se llama Wak-Wak y es un árbol frondoso de cuyas ramas penden auténticos animales y mujeres, suspendidos aquellos por las cerdas y éstos por los cabellos. Las mujeres son hermosas y gritan sin cesar Wak-Wak. Pero cuando los marinos, ansiosos de hacerles el amor, las desprenden de las ramas, ya no hablan más y, como si fuesen flores más que frutos, se secan y se mueren”.
Las mujeres-frutos aparecen hasta en el Alexanderleid de Lamprecht, y derivó en las historias de las muchachas-flores.
En Qazwini en su “Cosmografía o Libro de las maravillas de la creación”, describe el árbol de frutos humanos, siempre bellas mujeres, en una isla remota. El “Libro de geografía”, de un autor anónimo de la España musulmán del silgo XII, llama al Wak-Wak de Hueque. “De él, en el mes de mayo, brota completamente una figura femenina de extraordinaria belleza que queda colgada de los cabellos. En junio comienzan a desprenderse hasta caer al suelo. Cuando eso ocurre el árbol despide a la mujer-fruto diciendo huec-huec. Los privilegiados que han presenciado y tocado a las chicas afirman que son de carne sin huesos. En tierra las mujeres se marchitan, se secan y oscurecen. Y al año siguiente recomienza el mismo proceso”.