«Bad Bunny, antes que regaettón, trap o pop, hace otra cosa. Inaugura el género del pop psicológico, el thriller de las pasiones», explica Derian Passaglia en este gran artículo sobre el pop, lo latino, la psicología y la poesía.
Por Derian Passaglia
Un auto a toda velocidad por una calle oscura en la madrugada. Quien lo conduce está callado, desesperado por llegar a la casa de su amante. La velocidad es un símbolo: no puede esperar a verla. La escena instala un dramatismo de thriller psicológico de los años ochenta, pero es la imagen que recrean los primeros versos de la canción “120” de Bad Bunny en su último disco El último tour del mundo (2020). El año pasado, Bad Bunny sacó tres discos y los tres son brillantes. Ganó premios Grammy y se jacta en temas de El último tour… de no haber ido a la premiación.
Su último disco es oscuro y dramático y la música se acerca a la imagen. Música e imagen, mejor dicho, entablan una relación extraña en Bad Bunny, y son indisociables. Es la imagen que Bad Bunny compone de sí mismo la que le da verosimilitud a lo que canta, a las letras y al ritmo, como si su sola voz desgarrada bastara para saber que no miente: lo que canta, lo que dice, es sincero. Por eso puede llegar al corazón del pueblo como ningún otro artista contemporáneo. Bad Bunny escribe y canta como habla, lo que permite una conexión inmediata con el que lo escucha.
No me puedo contener cuando suena Bad Bunny: bailo cortando cebolla en la cocina, mientras riego las plantas; lo canto mientras corrijo trabajos prácticos sentado horas y horas delante de una pantalla que me enceniza los ojos. En una entrevista, Bad Bunny dijo que no sabe tocar ningún instrumento pero que le gustaría aprender. Y también dijo: “hay que romper con eso de que los gringos son dioses… No, papi”. La reivindicación del idioma castellano parece una toma de posición política vintage en una cultura latinoamericana bombardeada por ejércitos de medios y consumos norteamericanos hace ya décadas y décadas. Pero Bad Bunny no solo reivindica el castellano, sino que se enorgullece de su propio lenguaje, del español local de Puerto Rico, “sin cambiar el acento”.
“Chingar”, “frontear”, “bellaquear” son verbos que aprendí escuchando reggaetón. Bad Bunny no se preocupa por pronunciar el inglés correctamente y al mismo tiempo entremezcla vocablos ingleses en su castellano neobarroco. Construye un lenguaje propio, elegante en su extravagancia y fino en sus excesos. No le importa ni interesa conquistar un público internacional. Bad Bunny canta las tradiciones del mundo contemporáneo con la lengua cotidiana.
Ricky Martin es el antecedente inmediato de Bad Bunny. La música latina como género nace con Ricky Martin. “Fuego de noche, nieve de día” es quizá la canción más dramática que existe, una telenovela en sí misma. Después cantó Livin’ la vida loca, se vendió al neoliberalismo y se reconvirtió, empuñando causas y banderas de colores. Pero Ricky Martín cantó en inglés, se abrió a otros mercados, borró sus orígenes boricuas. Lo hizo cuidadosamente, no dejó rastros: Ricky Martin es la imagen del latino estereotípico del mundo. Bad Bunny es uno más, un pibe de barrio. Sufre y le pasan cosas. Lo deja la novia, lo llaman las chicas, enrola y toma para olvidar.
“Ey, ey, por ti me monto en el carro / me estás tentando / eres una serpiente / psíquica, te metiste en mi mente”. La canción “120” introduce la acción desde el primer verso. Para el reggaeton y el trap, los autos de lujo son una figura retórica que representan el éxito y el crecimiento personal. Bad Bunny usa esa figura literaria de un género para cambiarle el signo: se sube al auto impulsivamente, sin pensar en lo que hace, dominado por las pasiones, para verla a ella. La letra y la música narran el viaje. En ese trecho, de casa a casa, en una ciudad que se imagina desierta y anochecida, se puede sentir la conciencia torturada del yo que canta. Bad Bunny, antes que regaettón, trap o pop, hace otra cosa. Inaugura el género del pop psicológico, el thriller de las pasiones.
Los tres versos siguientes construyen una imagen surrealista y gótica. La “serpiente psíquica” remite a la Hiedra Venenosa de Batman, pero también a la antigua tradición medieval de relatos con dragones que custodiaban tesoros enormes. ¿Qué tesoro custodia esta serpiente? La imagen es hermosa y es muy difícil arrancarla de la cabeza: una “serpiente psíquica” que carcome la mente de Bad Bunny mientras maneja a toda velocidad por la avenida… Los versos están cortados de tal manera que podrían tener otro sentido, Bad Bunny enamorado de una mujer misteriosa que conoce los secretos de las artes oscuras de la mente. En cualquier caso, Bad Bunny tiene algo que Ricky no: es un poeta.