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miércoles, mayo 1, 2024

«País de las maravillas»: el repetido eslogan de una crítica sin imaginación

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Desde hace 15 años el eslogan «país de las maravillas» es la única respuesta que se profiere en ocasión de los informes anuales de gestión gubernamental, que por mandato constitucional deben detallar las acciones llevadas a cabo por el poder ejecutivo.

Casi de idéntica forma, como viene sucediendo de manera sistemática desde hace casi tres décadas, año tras año e incluso bajo idéntica premisa, desde algunos sectores políticos y mediáticos se acusó al mandatario de haber pintado “un país de maravillas”.

Coincidentemente, dicha expresión se puso de moda en un momento de la historia donde Paraguay empezó a dejar atrás la nefasta década de los años ’90 y los gobiernos comenzaron a tener verdaderos logros para exhibir. Este año no fue la excepción, cuando respondiendo a un mandato de la Constitución de 1992, el presidente Mario Abdo Benítez, el pasado jueves 1º de julio, se dirigió ante el Congreso de la Nación para presentar su informe de gestión.

Recordemos que en  su artículo 238, numeral 8, La Carta Fundamental prescribe, como uno de los deberes del jefe de Estado, “dar cuenta al Congreso, al inicio de cada período anual de sesiones, de las gestiones realizadas por el Poder Ejecutivo, así como informar de la situación general de la República y de los planes para el futuro”.

Lo que la invariable respuesta a los informes de gestión demuestran es la falta de creatividad no solo de la oposición, sino de la opinión pública y su ejército de «formadores de opinión». Ningún presidente de los últimos 15 años escapó al calificativo de rigor, con lo que dicha frase, más que un cuestionamiento serio, pareciera ser un simple reflejo condicionado del que lo profiere, cercano al movimiento cerebral del zombi, o con suerte, a la respuesta de aquellos mamíferos superiores a los que se enseña alguna destreza en los zoológicos.

Antes de Marito, ya Nicanor, Lugo y Cartes recibieron la misma crítica, luego de pronunciar sus respectivos informes de gestión. De ese modo, el eslogan de “país de maravillas” pierde el dramatismo de su uso inicial en nuestro país, y se va convirtiendo en una simple liturgia de ocasión, como cuando se comenta el clima en el ascensor o se advierte a alguien que está lloviendo, es decir una devaluada expresión del folclore cotidiano.

En vez de repetir esta frase como si fuera un rezo, se debería tener la capacidad de refutar los números, mostrar sus eventuales inconsistencias y explicar con rigurosidad argumentativa por qué los logros exhibidos no son tales. Pero eso es mucho pedir para la mediocridad a la que nos tienen acostumbrados los grandes pontífices de la «crítica» en nuestro país.

En realidad, con el repetido y ya aburrido recurso al «país de maravillas», lo que pareciera sugerirse es que el presidente de la República debería violar el  mandato constitucional que lo obliga cada año a ir a rendir cuentas de su gestión ante los legisladores, para exponer minuciosamente tanto sus acciones en curso y como las proyectadas para el futuro.

Lo más grave: además de ser un lugar común, la exigencia de la oposición y de los medios de comunicación pretende borrar el registro de las obras de los sucesivos gobiernos, atentando contra la memoria histórica y el trabajo de una evaluación seria de las políticas públicas implementadas por cada administración.

Lo cierto es que para enumerar los errores del oficialismo o las cuestiones a rectificar existen la oposición, los medios de prensa y la ciudadanía, que en nuestro país está muy politizada y año a año aumenta sus exigencias para con la dirigencia. El discurso anual del presidente ante el Congreso es un espacio que sirve para el primer mandatario muestre sus avances y exhiba sus logros, y no para que concurra a infligirse latigazos y limitarse a  pedir perdón.

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