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sábado, noviembre 23, 2024

La reflexión cotidiana y el silencio visual de las plataformas. Primera parte

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 César Zapata presenta la primera parte de un ensayo sobre el filósofo chileno Humberto Giannini, acercando a los lectores los elementos centrales de su «arqueología de la experiencia cotidiana».

No fue el hecho que abandonara su hogar a los 15 años para intentar convertirse en oficial de  la marina mercante, y que después de ello con poco menos de 17 años decidiera que ya no tenía otra posibilidad más que vivir solo: «es que me había acostumbrado a la libertad». Tampoco que, como tuvo que trabajar para subsistir, hiciera su ensañanza media en la jornada nocturna, educación considerada muy irregular y de nivel mas bien discreto, por no decir deficitario. Lo que en realidad me impresionó es que después de estar en Italia cursando una beca para hacer un doctorado en filosofía, haya sido  un alumno indisciplinado que sólo entró a las clases de un profesor que le pareció interesante: Enrico Castelli,  y que en consecuencia regresó a Chile, sin el título esperado bajo el brazo, cosa que con el tiempo regularizaría.

Se trata de Humberto Giannini, lo conocí después de una resaca de esas, de esas que tenian los estudiantes del filosofía en el Valparaíso eterno, el mismo puerto que inundó con insumos poéticos  al joven Ruben Darío. En este puerto principal del Chile, recién destetado de la polvora de Pinochet, habían algunas líneas oscuramente claras: podías ser un estudiante normal, podías ser un sujeto político batallando en la contingencia o podías ser una especie de producto de exportación de la bohemia porteña. Medio poeta, medio intelectual, ebrio, nihilista, adicto a los humos y a lo que pueda aparecer,  y, en el mejor de los casos, poseedor de una relativa solidez, más bien sofista, en el análisis político de la enmarañada actualidad, aunque, en cualquier caso,  disfuncional en la organización colectiva. Esto último fue mi feliz opción desde el tercer año de la carrera.

Caminaba medio arrepentido, ufff …!! los excesos de  la noche anterior, por la  avenida Pedro Montt y en el escaparate de una librería, un libro se declaraba con el título: La reflexión cotidiana. Hacia una arqueología de la experiencia (1987). Eso es justo lo que hay que pensar, me dije, en la cotidianeidad. En fin me fui a dormir la noche que me faltó y dos semanas después compré el libro, así  conocí a Giannini.

Algunos años después estaba en su casa en Ñuñoa (Santiago) haciéndole una entrevista, regalándole mi primer libro de poemas y recibiendo de su parte dos de sus obras: Desde las palabras (1981) y La experiencia moral (1992). El profesor tenía una amabilidad y generosidad a toda prueba, nunca perdimos contacto del todo, apenas me radiqué en Santiago, lo ubiqué para que me diera una recomendación para encontrar algún trabajo, enseguida me invitó a tomar un café a su casa y me obsequió otra de sus obras: Del bien que se debe y del bien que se espera (1997). Y también me dijo que si quería podía asistir a un seminario doctoral que estaba impartiendo en la U. de Chile, por supuesto que asistí e incluso tuve la confianza de hacer extensiva la invitación a un compañero de armas.

Humberto Giannini desarrolló una filosofía cuyo tema por excelencia fue lo cotidiano

Debo decir que su texto en primera instancia me desilusionó, pues me encontré con una fenomenología en su versión arqueológica más bien rigurosa. Yo esperaba el poema de lo cotidiano, el relato mágico de las cosas simples. Bueno, era un estudiante de provincia en Valparaíso y mi cabeza reclamaba una especie de iniciación mística. Pero al perseverar en la lectura fui resignificando términos como: domicilio, calle, trabajo, rutina e iba encontrando ese trasfondo que hace interesante a los asuntos de siempre, la sombra que da profundidad al objeto.

En este ensayo de dos partes, intentaremos exponer de manera general y ojalá lo más exacta posible parte de lo que podríamos llamar el primer Giannini, el filósofo de lo cotidiano, pues creo factible decir que existe un segundo Giannini, que apunta al terreno de lo moral. Una vez hecho esto, vamos a arrojar los conceptos ganados al 2020 en Latinoamérica (por extensión al resto del planeta), en su empeño, en la mayoría de los casos, precario, por continuar realizando las clases a través de una plataforma virtual y con ello sacar adelante una educación en reclusión domiciliaria.

Un filósofo del suelo.

Durante mi estadía como un chileno más en Chile, solía enemistarme con la tribu filosófica local, pues nunca leí algún comentario serio de la obra de Giannini. Al contrario, la ola posmoderna que polulaba en los 90’ santiaguinos, y que enarbolaba la figura de Foucault como deidad incuestionable, lo rotulaba de aristotélico-tomista y con esto cerraba los ojos a algo que justamente les podría haber sido de buen sabor para su paladar dramáticamente posmo foucualtiano, me refiero al hecho de que Giannini, al igual que Fukó, es en un sentido muy preciso un arquéologo.

Pues bien, entremos en terreno: ahora mis queridos animales humanos les voy a decir como era su vida o la vida de la mayoría de ustedes antes de la pandemia, como si fuera presente.

Sales de tu casa, caminas, tomas locomoción o conduces por la calle para llegar a tu trabajo, vuelves a tu casa. Sales de tu casa, caminas, tomas locomoción o conduces por la calle para llegar a tu trabajo, vuelves a tu casa. Sales de tu casa, caminas,  tomas locomoción o conduces por la calle para llegar a tu trabajo, vuelves a tu casa. Sales de tu casa, caminas, tomas locomoción o conduces por la calle para llegar a tu trabajo, vuelves a tu casa. Idem. Fin de semana en tu casa, la familia, con suerte en la noche te diviertes con alguna situación social, que reposas otro domingo en tu casa. Llega el lunes y sales de tu casa, caminas…

Creo que os quedó claro, verdad.

Humberto Giannini es un arqueólogo pues realiza una excavación en el terreno de lo cotidiano e identifica una trayectoria común: casa, calle, trabajo, casa. Y dado que es una trayectoria que regresa al mismo punto del que salió la llama «la reflexión cotidiana». Por favor piense en ello y evíteme largas explicaciones, piense y se dará cuenta que al parecer todos los animales, incluso los no humanos cumplen este mismo movimiento reflexivo (retorno, regreso) en su cotidianeidad: la hormiga, la cucaracha, los leones… este grado de universalidad no es algo menor.

Giannini es amable, solicitemos que nos repita cómo llegó a esa conclusión. Bueno, nos contestaría realizando una excavación en la experiencia individual, hasta llegar a un suelo común. Este método se llama arqueología, es decir el intento de acceder a una capa subterránea que haga  posible que el individuo tenga consciencia de que vive una experiencia, tal hecho sólo sucede a través de la relación con algo distinto de él, es decir: los otros o lo otro en general. Lo común se constituye en el matrimonio de lo individual con los otros (consciencia intencional de Husserl). En este sentido lo común es subterráneo, pues oficia de suelo o fundamento. Y este suelo es nombrado como: experiencia común, una vez situado en él, comienza la labor  fenomenológica que intenta describir la articulación o estructura de dicho suelo subterráneo. En este caso de la cotidianeidad, la descripción recae sobre la trayectoria reflexiva: domicilio, calle, trabajo, domicilio. La cual es observada desde el espacio tiempo en el que se despliega.

Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, célebre por su mandato de volver a «las cosas mismas»

No es una arqueología que opere directamente en la historia como la que hace Foucault, sino más bien opera en la existencia. Giannini es algo así como un postexistencialista, pues está limpio del hedor europeo de las guerras mundiales, en él no palpita el trauma del horror hacia los humanos que inundó el olfato alemán y francés, su acercamiento a la existencia cotidiana es mas frío, no hay culpa al mirarse al espejo, solo hay descripción.

Uno de los intentos inaugurales en donde Giannini aplica su método arqueológico es en el lenguaje, mediante lo que denominó etimología fundamental, desde ahí trata de acceder a la experiencia común, en el entendido que es justamente el lenguaje quien porta experiencia común.

«En el lenguaje que recibimos nos viene transferido…./ el pensamiento y el mundo ya hecho de los otros; nos viene transferido el tanto de ser que ya somos, A esta transferencia tranquila, sin sobresaltos, de un mundo a través del lenguaje es a lo que llamamos: experiencia común” (Desde las Palabras 1981)

No se trata de una digresión etimológica histórica, sino de usar la digresión histórica como puerta para entrar a lo que aún permanece en las palabras a pesar del tiempo, esto es a “la experiencia común” que las hizo posible.

Una de las vertientes teóricas que posiblemente abren este primer intento es su ensayo acerca del Cratilo de Platón, que publica en el texto antes citado con el título de: A propósito de la rectitud de los nombres. En este dialogo platónico existen dos posiciones que se enfrentan, por un lado los sofistas que aluden a las palabras como meras convenciones, representados en la figura de Hermógenes y una vertiente renovada de la filosofía de Heráclito (permeada por Platón y en consecuencia por Parménides) que aceptando la máxima de su maestro que predica el movimiento, el devenir continuo de la realidad, pretende que «para saber, pues, qué es cada cosa en su devenir, es preciso rehacer todo el camino de la experiencia común. Todo, hasta el momento constitutivo (prehistórico) en que la cosa fue aprehendida y dicha en su ser deviniente”.  Este momento es cuando el humano escucha el logos, que queda como una suerte de sedimento en el continuo devenir, dicho de otro modo, es el momento en que la palabra dice lo que la cosa es en su devenir, el momento en que se muestra lo que permanece en el cambio.

Pero, Giannini no se estaciona en el lenguaje, sino que mas bien toma de su estudio, justamente el método arqueológico y lo aplica a lo cotidiano y posteriormente a la moral. Ahora bien, retornemos a la reflexión cotidiana, anunciando que en la segunda parte de este ensayo, analizaremos sus topos uno por uno: casa, calle, trabajo, desde el espacio tiempo, y veremos desde ahí la ruptura que implica esta  pandemia, en donde el espacio-tiempo para los otros, es decir el espacio-tiempo del trabajo se estrella de bruces con el espacio-tiempo para sí mismo propio del domicilio. Transgresión que muchas veces tiene el costo del ocultamiento visual. ¿Se me escucha bien? ¿Alvaro Benitez, está aquí? Pregunta el docente algo perturbado desde una habitación de su casa.

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