En la tradición oriental el motivo del doble proviene quizá de la filosofía taoísta. No es únicamente un motivo literario, sino la forma de concebir la totalidad del mundo, como si dos fuerzas opuestas, el ying y el yang, fueran la unidad del universo
Por: Derian Passaglia
En el libro de poesía Punctum (1996), Martín Gambarotta vuelve a Confucio un personaje de ficción y le cambia una letra: Confuncio por Confucio. En un poema, Confuncio esperando el micro en la terminal observa la siguiente escena:
y en ese momento sin explicación posible
ve irse a una parte de su persona, Kwan-fu-tzu
por una calle mientras la otra, una fracción
a la vez de sus mil partes
hasta ese momento indivisibles
se queda parada.
En otro poema, a Confuncio se le asigna un símbolo: “Si cada persona tiene un objeto asignado / que lo representa, Confuncio / es un arquero, despintado, de metegol”. La tradición oriental es vista desde la perspectiva occidental a través de los objetos que muestra y por esa capacidad de observación, una forma de sentir y experimentar el mundo muy distinta a como se la experimenta en occidente. Quizá por eso, en el poema de Gambarotta, Confuncio se desdobla sin explicación y se ve irse mientras él mismo, otra parte de él, sigue esperando el micro.
En las películas del tailandés Apichatpong Weerasethakul, nombre que desafío al lector a escribir sin googlear, un mismo personaje se multiplica, aparece otro que es igual al que está en una pieza de hotel mirando la tele, pero esto no tiene ninguna consecuencia narrativa: es otra versión de sí mismo que se mete a la ducha y se baña. La cámara se queda con esta nueva versión del personaje, un monje, bañándose en la pieza del hotel, y al otro se lo olvida. Estas apariciones y desdoblamientos, no remiten, como pudiera aparentar, al género fantástico, donde el tema del doble es un motivo tradicional de la literatura.
Ahí están los relatos de Hoffmann y de Poe, donde el doble adquiere el significado de lo otro, aquello que es igual pero se diferencia de la identidad propia. El tema del doble es también el argumento central del clásico de Stevenson: dos fuerzas opuestas, el bien y el mal, luchan por la posesión de un cuerpo en El extraño caso del dr. Jekyll y mr. Hyde.
Borges tiene dos relatos sobre el doble. “Borges y yo” y otro que no me acuerdo el título, donde él mismo como personaje, ya viejo, se sube a un avión para dar una conferencia en Estados Unidos. En una plaza, se encuentra a su yo de dieciocho años, que no sabe quién es el viejo pero el viejo sí sabe quién es él. “Borges y yo”, un cuento por demás de ególatra, se engolosina con su propia figura para propagar el secreto de su propio mito. Borges, ciego, sabe para ese momento que es un rockstar, un influencer.
“El yin -dice Wikipedia- es el principio femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción. El yang es el principio masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración”. Dos elementos opuestos que no remiten a la persona sino al mundo, a todas las cosas existentes. No debiera extrañar entonces que nuestro opuesto, nuestra otra mitad, la parte que no conocemos de nosotros mismos o simplemente una parte más de nosotros mismos, entre algún día por la puerta de casa y nos diga que trajo medialunas para la merienda.