Paranaländer, de la estirpe de los pobres diablos de Robert Reitzel, dispara a quemarropa sobre 6 maestros de la sofística contemporánea (Aira, Campitos Cervera, Lamborghini, Thoreau, Duchamp y Rimbaud).
Por: Paranaländer.
Contra la zoncera de Aira (“prefiero lo nuevo a lo mejor”), el estilete de Karl Kraus:
La anticipación no necesariamente tiene que ver con el talento. Como dijo el satírico austríaco Karl Kraus, “no es el inventor lo que importa, sino el que mejor lo dice».
“Publicar, luego escribir” (el santo Lamborghini): los que militan cada día de pan por este autor glorificado por estudiantillos de la UBA agria, les digo que tal adagio es anacrónico, del periodo analógico de la escritura. Hoy todo es escritura publicante, ad infinitum corregible, en las aguas de la fluidez fluyente par excellence que es la red.
“La belleza útil”, Campitos Cervera.
¿Ça va, ma puce? ¿Esto qué engendro será? ¿Un concurso de Miss universo? ¿Un vaso humanoide? ¿El asesinato de Stalin?
El cursi Thoreau y su “No puedo hacer mis días más largos, así que intento hacerlos mejores”.
Este sofisma no se sustenta en ningún momento. La vida es un infierno, ¿qué necesidad hay luego de prolongar tal existencia caída y tormentosa? Mejorar el infierno me suena a, en un campo de concentración, pasar del gaseo a la mirada que fulmina.
“No hay solución, porque no hay ningún problema”, la falacia duchampiana.
Este chanta pretende disolver el problema tildándolo de “ingenuo”, pateándolo hacia la vanidad. Huye hacia una genealogía de los planteamientos vanos o fuera de lugar, hacia el mercado de pulgas de “los falsos problemas”.
“Yo es Otro” del vagabundo Rimbaud.
Este buen lector de Hegel traducido al franxute, devela que el “todo devenir hegeliano” nada realmente puede cambiar de una cosa a otra porque para que tal suceso acaezca hay que ser algo previamente. En la filosofía de la contingencia todo puede volverse otro. En el Rimbaud hegeliano es, en cambio, imposible por una razón precisa, semejante yo no podría devenir otro más que porque no tendría ninguna alteridad en la cual devenir.
Es decir, primero hay que tener una identidad para pasar a ser un otro luego, nunca al mismo tiempo, pues es contradictorio ser y no ser al mismo tiempo.
El principio de contradicción liquida al poeta-niño.