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viernes, noviembre 22, 2024

Una lectura testimonial de El jardín de las maquinas parlantes. Parte trece

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La magia no solo es tema y argumento en El jardín de las máquinas parlantes. Comprende el universo entero que se narra, cada palabra tiene significado porque remite a la magia. Borges habló de la magia como un procedimiento narrativo y lo diferenció del psicologismo.

Por: Derian Passaglia

La magia es lo contrario al psicologismo, que es el recurso de los malos relatos, o de los relatos lineales. La exposición psicológica de un sujeto en un relato derivó en lo que se conoce como literatura del yo. El antídoto de la literatura del yo es la magia, porque ante la magia el narrador en primera persona que cuenta su vida, o las causas y los efectos que lo llevaron a ser el que es, no sabe qué hacer: en estas novelas del yo no hay ninguna magia.

La magia es la forma, el artificio novelesco como le llama Borges, los procedimientos que se usan en la construcción literaria. El único procedimiento que activa la literatura del yo es el de la autenticidad, que consiste en escribir como salga, sin mediación, como si no hubiera un papel y una escritura de por medio, sino como si el mismo autor se dirigiera directamente a su lector o a sí mismo. El proceso de construcción de la literatura aparece borrado, como si no existiera. Si no existe la literatura, hay que preguntarse cuál es la gracia de este tipo de relatos. Se intenta así aproximar la vida y la literatura, que lo escrito parezca vivido, que no haya diferencias entre lo que se narra y lo que se vive. Pero si solamente hay vida, ¿dónde queda la literatura? ¿Qué lugar tiene el hecho mismo de escribir y leer, que es precisamente lo que vamos a buscar cuando agarramos un libro?

En la literatura del yo la literatura no está, ni siquiera está como ausencia o como elipsis, solo aparece uno de los términos: el yo. Dentro de este pronombre caben los dramas más trágicos y cualquier tipo de miserias imaginables. El fin es doble. Por un lado, mostrar a ese yo en su vulnerabilidad, como si la narración pudiera delimitar una identidad con todas sus aristas, sus defectos y virtudes. Se busca dar una idea total de un personaje que funciona como una persona real, como si la construcción ficticia no existiera. Por otro lado, hay un deseo de identificación por parte del que escribe, que busca aproximarse al lector a través de acciones y sentimientos familiares. La identificación iguala autor y lector, porque los dos se sienten parte de la misma temática: separaciones, padres alcohólicos, abandónicos o tiránicos, madres primerizas, etc.

Hay una suposición ideológica en la base de esta forma de escribir literatura, y es que la vida no es lo mismo que la literatura, pertenecen a mundos que no se tocan, o que apenas se rozan de cuándo en cuándo. Si vivir es algo diferente a leer y escribir, entonces el lugar que queda reservado para la literatura, ¿cuál es? La vida es literatura, y no hay ninguna diferencia entre vivir, leer y escribir, porque son tres esferas que pertenecen al mismo universo de realidad. La literatura se llena con lo que pasa en la vida, depende necesariamente de ella para existir; y al mismo tiempo sin literatura no habría vida posible, porque es en la imaginación y en los relatos donde cobra sentido la existencia.

La magia no solo es tema y argumento en El jardín de las máquinas parlantes. Comprende el universo entero que se narra, cada palabra tiene significado porque remite a la magia. Borges habló de la magia como un procedimiento narrativo y lo diferenció del psicologismo. Las causas y los efectos corresponden a la novela psicológica, la novela de personaje, la que solo puede decir yo; la magia, en cambio, propone otra causalidad, donde los efectos son secretos y misteriosos.

Los chichis y magos manijean a Sotelo (o sea lo hechizan) solamente porque quieren experimentar con él. De la única manera en que los magos pueden aprender magia es usar como conejillo de indias a alguien al azar. Hay venganzas personales, también, como en Harry Potter. Pero en el mundo de El jardín… un mago puede estudiar su materia agarrando al primer gil que se les cruce por enfrente. Un poco como las llamadas por teléfono que hacíamos de chicos. Abríamos la guía, ese libraco enorme de papel amarillo de letras minúsculas, pasábamos el dedo por las páginas, y en el nombre y apellido donde quedaba quieto el dedo índice, como un mudra mágico, llamábamos y hacíamos una broma.

La causalidad mágica se explicita. Los misterios y oscuridades alrededor de las causalidades de la magia quedan al descubierto, porque el mismo protagonista tiene que conocer ese mundo oculto. De Quevedo, su Maestro, prácticamente le da un curso acelerado de magia en un capítulo, y con eso muestra la forma del relato y su funcionamiento.

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