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viernes, noviembre 22, 2024

El tembecuá de Mansilla

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Paranaländer se divierte con los humos de antropólogo del escritor Mansilla, herido en Curupayty, enamorado de las kyguavera y las naranjeras de Villeta, buscador de oro en Mbaracayu, intrigado por los tembecuá.

 

Por: Paranaländer

 

El general Lucio Victorio Mansilla (Buenos Aires, 1831-París, 1913), estuvo en Tuyuti. Mordió el polvo en Curupayty (se jactaba de una herida conquistada en batalla tan clamorosa). En el Amambay -donde vino en busca del oro que le adulaban encontraría en las tierras ganados por pelear en la Guerra Guasu-, dizque descubrió una cascada. “Hacía días que caminaba sin poder encontrarme con los indios tembecuás, los cuales habitan, diseminados, la región boreal del viejo Paraguay, que se extiende a lo largo de las serranías de Amambay y Maracayú y de las márgenes del río Igatimí, tributario del Paraná”. Escritor aupado a la inspiración por dosis exponenciales de café siguiendo el hábito de Voltaire. Sus ideas políticas: “que mientras el Brasil nos aprieta, el Paraguay nos alivia”. Se refiere al influjo del café y de la naranja sobre el consumidor argentino. Sus ideas sobre el Paraguay son menos frívolas: “Los que entienden guaraní son los que más saborean la malicia del sexo”. Admira a las mujeres cargadoras de naranjas de Villeta: “Es aquélla una lengua llena de doble sentido, como toda lengua elíptica. Visten estas mujeres un tipoy o camisa blanca corta, ceñida a la cintura. Hay mucho que sospechar y que ver al través de aquellos pliegues sin almidón”. Maracayú se llamaba su perro zahorí paraguayo.

Y el 24 de noviembre de 1878, a la hora de ponerse el sol, estuvo al pie del cerro de Maracayú. Fue amigo y corresponsal de Fontana, autor de “El gran chaco” (1881), que le asustó con “el dibujo adjunto representa la cabeza muerta de un guerrero de la Nación Toba, copiada del natural, momentos antes de ser ella separada del tronco que la sustentara, cuando aún palpitaba la carne y resonaba en mi oído la voz valiente y sonora que, dominando entre el estruendo de las armas y el ardor de la pelea, retemplaba el espíritu de los indios”.

Prefiere al toba disecado antes que al tembecuá de carne y hueso. “Acabo de contemplar la choza miserable de un tembecuá (Labio agujereado), y pensando en estos indios pusilánimes y degenerados, he recordado una frase de Luis Jorge Fontana, el joven naturalista argentino.

“Cuán diferente es de la cabeza de un tembecuá, y cómo se comprende mirándola, estudiándola, y comparándola, que los valientes conquistadores no pudieran jamás sojuzgar nación tan aguerrida. ¡Esa cabeza toba!”

Precisemos el sitio de sus tierras paraguayas: “Pasó esto cerca de Zanja-moroti (Moroti quiere decir blanco en guaraní), o sean las nacientes del río Amambay, que no está al norte del mojón de límites, como dicen los mapas oficiales del Brasil, el de Keith Johnston, y otros, sino al sur, es decir, como a seis leguas de la latitud 23º 12’”.

El Salto del Guaira, hoy mero fantasma itapuense, es su meta antes de morir: “Yo no me moriré, lo espero, sin contemplar ese espectáculo imponente, descrito por la pluma magistral de Azara con estos tintes vivaces: «Está en los 24º 4′ 27» de latitud observada, y es un espantoso despeñadero de agua, digno de que lo describiesen Virgilio y Homero”.

Tembecuá se llama uno de sus escritos recopilados como parte de las “Charlas del jueves” (Entre nos: Causeries del jueves, 1889/90, 5 volúmenes, previamente publicados en el diario «Sud América», son relatos breves, anécdotas, conversaciones o diálogos que guardaba en su memoria, en su mayoría autobiográficos). En 1878 quizá se conocía con ese nombre a alguna parcialidad Paî Tavyterâ (“El idioma paĩ Tavyterä pertenece a la familia tupí-guaraní, grupo tupina-guaraní, subgrupo guaraní I y contiene los dialectos teüi, tembekuá y kaiwá (o kaiowá”). Existe un artículo de Wanda Hanke titulado “Chiripa y Tembecuá en las selvas del Paraguay” (Revista de Indias, 1960), que no he podido consultar, pero es citado por Loukotka (“Clasificación de las lenguas indígenas sudamericanas”, 1968): “Tembecua – hablado por los vecinos de la tribu lvitiigua (Yvytyigua). [Hanke 1960]”. Es lo que intenta dilucidar el proto-antropólogo Mansilla: “No incluye Azara a los Tembecuás entre los Guanás, como tampoco incluye a éstos entre los Guaraníes, ni hablando de los Caiguás menciona a los Tembecuás”. Y sube su apuesta: “Pienso que lo que Azara, o su editor, llama Imbeguás, es una corrupción de Tembecuás; y en ello me confirma la circunstancia de que los actuales Tembecuás viven, ¡coincidencia singular!, en las cercanías del arroyo Bolascuá, llamado por ellos Guaná, a lo cual se agrega que sus usos y costumbres se parecen a los de los antiguos Guanás. Como ellos, se conchaban por la comida y por un tanto para hacer un rozado, una sementera, abrir una picada, faenas varias, por fin”. Llega a la conclusión de que el labrete o cañuto que llevan estos indios en los labios es resina vegetal fosilizada, especie de ámbar. “Con efecto, Tembecuá es un vocablo compuesto de TEMBE, labios , y CUÁ, agujero ; lo que quiere decir que estos indios tienen desde ab initio la costumbre de usar en el labio inferior un cañuto puntiagudo de un dedo poco más o menos de largo, para lo cual en la primera infancia se agujerean dicho labio, y cuyo cañuto, que tiene un diámetro de tres o cuatro líneas, en la parte que entra en el agujero -de modo que quede derecho formando con la boca un ángulo agudo-, es hecho de la goma de un árbol cuyo nombre no he podido averiguar. Ahora bien, este cañuto, que el indio ostenta inmediatamente que se presenta en público, por decirlo así, y tiene un brillo resinoso y un color trasparente y traslúcido, a lo que se agrega que es insípido, que a nada tiene gusto, y que frotado desarrolla electricidad, lo mismo que el lacre. En otros términos -y llego al fin-, esta sustancia presenta todos los caracteres externos del ámbar (electrón), tanto que no hay quien a primera vista por tal no lo tome. No hace mucho tiempo que el ámbar era considerado un mineral. Sábese hoy día que no lo es. Y todavía se dice: ¡que no hay qué ver en el Paraguay! ¿Y el cañuto de un tembecuá?”.

 

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