«La literatura, entendida así, pareciera mucho más amplia que la palabra, y hasta pareciera superar los límites del lenguaje mismo, porque es tan abstracta en su materialidad que cada definición queda chica, resulta insuficiente». Por: Derian Passaglia
Harry Potter con mate amargo, así podría definirse El jardín… Hace unos meses, mirando un documental sobre ciencia ficción conducido y producido por James Cameron, uno de los entrevistados dijo que la particularidad de la ciencia ficción es que crea universos autónomos. En esas realidades nuestro mundo va en paralelo, como en los multiversos. El documental recupera un archivo de Philip Dick frente a un micrófono, mientras lee uno de sus textos y habla como un profeta: “Mucha gente dice que puede recordar vidas pasadas, yo recuerdo vidas presentes”. No sé si era exactamente así la cita, pero Dick se refiere a estos mundos iguales o parecidos al nuestro, donde otras vidas, con otras leyes de la física, con otras realidades, son posibles.
Los chichis pertenecen al mundo de Laiseca en un universo autónomo que solo puede definirse a través de su nombre. Nunca llega a entenderse, nunca queda del todo claro qué son los chichis. Quizá ni el mismo Laiseca lo sabía, porque dentro de la palabra “chichis” caben un montón de cosas, y esa capacidad para no fijar el sentido vuelve increíble al relato, porque el lector tiene que andar imaginando, se tiene que preguntar, tiene que buscar y comparar en el texto todos los sentidos superpuestos relacionados a los chichis. La literatura, entendida así, pareciera mucho más amplia que la palabra, y hasta pareciera superar los límites del lenguaje mismo, porque es tan abstracta en su materialidad que cada definición queda chica, resulta insuficiente.
La literatura sería una metáfora en la ciencia ficción. Así como la ciencia ficción construye mundos autónomos que no se tocan con el nuestro, o se tocan de manera tangencial por medio de coincidencias (en los mundos paralelos de Dick los personajes tienen autos como en nuestra realidad con la diferencia de que son voladores), así también en la literatura se crea un mundo autónomo, parecido al nuestro, y muchas veces los escritores tienen la ilusión de retratarlo exactamente igual, con sus gorriones y sus tilos, sus días y sus noches, su tiempo y su espacio. Lo que no pueden entender es que nunca va a ser el mismo mundo, porque lo que cambia es el creador. En nuestro caso, el mundo fue creado por todos o por el mismo Dios, y en el caso de la literatura pasa lo mismo: es creada por todos y al mismo tiempo por un pequeño dios, la que escribe, el que escribe.
Los chichis, como los alienígenas de Carpenter, pueden estar bajo el disfraz de cualquier objeto, pueden aparecer en los momentos en que uno menos se lo espera, están al acecho y lo único que quieren es joderle la vida a Sotelo. ¿De Quevedo y Sotelo sufren de paranoia donde no hay más que una realidad llana, esa misma que vemos todos, sin universos paralelos ni nada de esas cosas de ciencia ficción?
También como en otra de Carpenter, los chichis pueden adoptar cualquier forma. Los chichis son máquinas, pero no las máquinas que creemos: “Cuando uno dice ‘máquina’, la gente enseguida piensa en algo hecho con rueditas, válvulas, circuitos integrados, etc. A veces puede conseguirse lo mismo con barro mezclado con oro y plata en polvo”. Estos chichis son milenarios, y la ciencia ficción que practica Laiseca proviene de civilizaciones antiguas, como si la ciencia y la ficción hubieran estado unidas desde el principio de los tiempos. La escritura misma es una tecnología, y aunque obsoleta, se puede practicar con dos piedras. Laiseca cambia el eje de la ciencia y lo tecnológico, las máquinas siguen siendo destructoras de lo humano como en Terminator, o como en las imaginaciones clásicas de Frankenstein, pero es una ciencia que proviene del pasado y no del futuro. Ciencia ficción antigua, ancestral.