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sábado, septiembre 21, 2024

Emo o la escritura como ultraje al pudor

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Paranaländer hoy se enfrenta a uno de los “imperdonables” de la literatura italiana: Andrea Emo, filósofo secreto durante más de 50 años, durante los cuales dejó 322 cuadernos.

 

Por: Paranaländer.

 

Andrea Emo (1901-1983) Descendiente de una familia noble veneciana, fue un pensador solitario que eligió el camino de la reclusión y la autoexclusión del mundo académico. El filósofo, para Emo, es mitad científico, mitad artista y enteramente, ya que no puede haber una tercera mitad, sacerdote, ya que para él la filosofía es una forma de soportar el atroz absurdo de la vida.

En 2018 París rindió homenaje a Andrea Emo Capodilista: el filósofo oculto, el filósofo de la nada, un «imperdonable», según la definición de la escritora y amiga Cristina Campo, una voz fundamental de la literatura italiana, a su vez redescubierta después de su muerte.

De los cuadernos de Emo Capodilista, fue “El dios negativo”, gracias a Massimo Cacciari que quiso publicarlo, fue el reveló la existencia de un filósofo del que muy pocos habían oído hablar, y que nadie había sido capaz de leer. Porque el noble paduano, en su maravillosa Villa Rivella, al pie de las colinas Euganeas, guardó, a su muerte en 1983, cientos de cuadernos, llenos de letra minuciosa, enteramente dedicados a un análisis filosófico de 38.000 páginas. Trescientos veintidós cuadernos escritos entre 1925 y 1981 son los que se han analizado y publicado en parte, pero no mientras vivió. La suya era una escritura totalmente privada, que no buscaba ni quería lectores: un diálogo consigo mismo, una obsesión por la claridad buscada, que encontraba sólo de vez en cuando, por un corto trecho de camino, algún compañero, como el escritor y pintor Alberto Savinio, al igual que el filósofo Ugo Spirito, como Cristina Campo. Por lo demás nada, un filósofo oculto que, sin embargo, todos los días, desde 1918 (cuando sólo tenía 17 años) hasta 1983 (unas semanas antes de su muerte) ha recopilado páginas de filosofía, dedicadas al ser y a la nada, al Dios que se niega a sí mismo, porque «al negarse a sí mismo, el ser y la nada coinciden, el ser y la nada se niegan mutuamente».

Como aristócrata de la vida como del pensamiento, ni siquiera se graduó, aunque fue alumno de Gentile. El título sobraba, lo que importaba era entender, escribir. Amaba la perfección y la belleza; por eso, para Cristina Campo, él formaba parte del círculo muy restringido de los imperdonables.

“Cine: pura distracción; sin fundamento en la realidad, sin profundidad. Imagen de pantalla en sí misma sin terceras dimensiones; evanescencia e ilusión de sombras fugaces. Los atenienses y la sombra del burro. Entonces un espejo de toda mediocridad que es la huida de uno mismo, el miedo al momento presente, la prisa por el momento futuro. Las proyecciones se hacen por la tarde, es decir, en las horas en que más se siente la inutilidad del día pasado; la gente lleva sus remordimientos al cine para divertirse con las sombras y guardar silencio”.

“La más macabra de las artes: la fotografía. Un cementerio de profanaciones, un cementerio sin cruces. La imagen sin expresión. La figura como máscara de una calavera”.

“La filosofía, como la arquitectura, es el arte de abstraer, simplificar, encontrar la forma de las coas”.

“Poesía: cuando la expresión de algo muy particular, individual, adquiere un carácter de necesidad, que mágicamente extrae lo necesario de lo casual, lo universal de lo particular, de chispas súbitas el fuego cósmico de lo absoluto”.

“Poeta es un hombre que ha perdido todo pudor, la poesía es un ultraje al pudor. En los poetas antiguos la inocencia original no se daba cuenta de la desvergüenza; ahora que la serpiente ha mordido, ¿cómo encontraremos el pudor antiguo? Cómo aliar el pudor de la inocencia con la desvergüenza de la belleza exhibicionista y arrogante”.

 

 

 

 

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