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sábado, noviembre 23, 2024

-Quieren bajarme-, un temita de Damas Gratis

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El tema “Quieren bajarme”, de Damas Gratis, expone una situación social de diferencias, discriminación y odio por parte de una clase y sus intituciones hacia otra. Por: Derian Passaglia

Pablo Lescano canta desde una primera persona que resiste, está solo y su lucha es desigual:

Quieren bajarme y no saben cómo hacer,

poque este pibito no va a correr.

Me miras en la tele, te quieres matar.

La envidia te mata me quieres llevar.

El yo que canta se ve asediado, perseguido, injustamente señalado. Si no supiéramos quiénes lo persiguen se podría pensar que sufre de paranoia, pero esa es también la virtud de esta primera estrofa: el perseguidor es un ente abstracto, maligno, sin nombre, al que se tiene que imaginar. ¿Quién puede perseguir a un pibito? ¿Y por qué lo querría bajar? El tercer verso cambia la perspectiva de la mirada, la agranda, y especifica al perseguidor. Se sabe que está mirándolo atrás de la pantalla de la tele, así que podría ser cualquiera, un hombre que llega del trabajo, una señora que prepara el mate, un nene que mira los dibujitos, cambia de canal y en medio del zapping lo ve al pibito. Los que quieren bajar al pibito se delimitan a través de la tele, y se los asocia al sentimiento de la envidia. Algo que tiene el pibito el resto no lo tiene.

El verso siguiente descubre la causa por la cual es buscado el pibito, al mismo tiempo que se lo adjetiva. Se trata de un pibito “bien cumbiambero”, única razón por la que se lo busca por cielo y tierra, única razón para ser el blanco de una persecución. Vista así, la causa parece ridícula, porque no hay ninguna ilegalidad ni ningún delito en gustar de la cumbia. Hay ciertas marcas que no sufren condenas penales, sino solamente sociales, y escuchar cumbia villera, ser un pibito bien cumbiambero, está asociado en el imaginario social a la pobreza y la delincuencia. Si uno escucha cumbia villera (no si la baila, si la escucha) es un pibe chorro, no hay vuelta atrás, no hay nada que hacerle.

El sexto verso instala lo real, el marco de las instituciones que persiguen a las subjetividades condenadas socialmente: “Por ser un pibito bien cumbiambero / me subís a tu patrullero”. La policía, encargada de la seguridad de las personas, guardián del Estado, es la que asume la voz de una porción de la sociedad, esa que mira por la tele y tiene envidia; es la que persigue al pibito cumbiambero en representación de otros, la que encarna el espectáculo salvaje y ridículo de la represión tácitamente aceptada por el conjunto social. Casi sin proponérselo, Pablo Lescano introduce elementos del género policial en la letra de “Quieren bajarme”, un policial kafkiano: hay un perseguidor y un perseguido, hay víctimas y victimarios, hay alguien cuyo solo delito es la identidad y sus gustos.

Viene el estribillo, introducido por el prefijo “anti”. En ningún momento se aclara: ¿quiénes son anti? ¿Los que condenan y persiguen? ¿El pibito cumbiambero con el que se ensaña la policía? Funciona como una palabra sola donde se concentra toda la ambigüedad de la letra. El anti es una declaración estética de principios y muestra una oposición insalvable entre dos bandos. Cada uno necesita al otro para construir su identidad, pero hay uno que tiene más poder que el otro, porque es dueño de las instituciones, de los medios que construyen discursos y sentidos, de la palabra oficial. Anti es la forma de construir un discurso alternativo a la concentración de los grandes poderes por medio del arte; anti es una voz que se alza entre muchas para mostrar su existencia, para no ser hablado, para contar una verdad en boca de su protagonista. El estribillo introduce una posición política:

Porque si un negro corre dicen que ese robó,

vamos a llevarlo preso que algo se afanó.

Y si un cheto lo hace, no, no,

ese pibe no robó.

Pablo Lescano cambia la perspectiva otra vez, y se pone en el lugar de los persiguen, algo que ellos no podrían hacer nunca porque se ubican en una posición de superioridad con respecto al perseguido. El policial se transforma en ironía y terror. Es irónico porque reproduce un sentido común vulgar de determinado sector: hay quien piensa cuando ve a un negro corriendo que efectivamente algo malo habrá hecho; el terror se produce por la injusticia, ante una situación cotidiana que está naturalizada y se revela como una pesadilla. El solo hecho de correr, según la ropa o el color de piel, puede resultar peligroso para algunos.

El negro es el negro villero, un despojo humano al margen del sector productivo que no tiene futuro ni esperanza. El gordo Baiocchi, en una clase de Catequesis durante la secundaria, dijo que él pondría a todos los negros enfrente de un paredón y los cagaría a tiros hasta que no quede ni uno vivo. Llamarse a sí mismo negro, en la voz de Pablo Lescano, es una forma de apropiarse de la violencia perpetrada por los perseguidores, de neutralizar al enemigo, de usar sus armas, como los putos que se dicen putos. Somos negros de la villa, somos putos, ¿y cuál hay?

La policía no se nombra en ninguna parte de la letra, apenas es aludida a través del patrullero. El otro no es la policía, que parece solamente un órgano de coacción, el ejército zombie que no piensa ni toma decisiones, cumple órdenes y ejecuta; el verdadero otro es el cheto, una entidad impune que se caracteriza por su libertad. El cheto corre libremente sin que nadie lo señale, sin que nadie lo persiga. Nunca un cheto podría robar, ni siquiera un caramelo. “Quieren bajarme” asigna funciones preestablecidas para los seres humanos en el mundo.

 

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