Derian Passaglia escribe sobre tres libros que tratan de la vanguardia: Fantasma de la vanguardia (2018), de Damián Tabarovsky, ¿Qué será la vanguardia? (2021), de Julio Premat y La vanguardia permanente (2021), de Martín Kohan.
Fantasma de la vanguardia (2018) de Tabarovsky, es un libro prescriptivo que se pregunta sobre el sentido de la vanguardia hoy, por qué seguir hablando de vanguardia. Tabarovsky se propone invocar la vanguardia a través de su fantasma, como un Karl Marx chiquito y con menos gracia, un chamán literario que hace magia con ramitas secas de árboles. Para Tabarovsky, el fantasma de la vanguardia representa la ruina, los restos de lo que no fue, la ambigüedad misma. Tabarovsky propone pensar una literatura de vanguardia desde el fracaso que implicaron las vanguardias históricas, ahora que sabemos que ninguno de sus anuncios futuros se cumplieron, o quedaron sepultados en la ruina de la historia. Invocar el fantasma es invocar el malentendido: el fantasma nos habla pero no lo escuchamos, y cuando nosotros le hablamos, es él quien nos huye. Toda esta retórica que despliega Tabarovsky se vuelve cada vez más confusa, página tras página, y se vuelve todavía más embrollera cuando se autocita y remite a su hit anterior, Literatura de izquierda. Como pasa en la mayoría de esta clase de libros, cuando tiene que inscribir autores dentro de su teoría, menciona a Hernán Ronsino, Selva Almada, Leonardo Sabattella, es decir, escritores tradicionales y conservadores.
¿Qué será la vanguardia? (2021), de Julio Premat, desarolla un aparato crítico más sólido, pero demasiado temeroso de sus propias capacidades de innovación. Premat se ampara bajo la sombra de Ricardo Piglia y sus Tres vanguardias para pensar desde ahí qué significados adquiere la palabra vanguardia en un contexto actual. Cambia la pregunta: en vez de “¿Qué es la vanguardia?”, propone el más amplio “¿Qué será la vanguardia?”, que remite no a la esencia sino a las distintas posibilidades y variaciones del concepto vanguardia. Su análisis es académico, controlado, estructurado como todo académico, con los vicios propios de los académicos al usar esas palabras que ellos creen que dice algo pero no dice nada, como “perimida”, “piedra de toque”, y otras tantas expresiones graciosas. A pesar de esto, Premat tiene muchas ideas, maneja un concepto muy amplio de la vanguardia, al que trata como un significante que se puede llenar con casi cualquier significado. Cuando analiza casos concretos el libro se cae irremediablemente. Entre sus escritores de vanguardia están los estériles o aburridos Sergio Chejfec, Gabriela Cabezón Cámara, el mismo Damián Tabarovsky. Los únicos escritores verdaderos de vanguardia que analiza son Aira y Katchadjian.
Reservo para lo último el mejor: La vanguardia permanente (2021), de Martín Kohan. La mirada de Kohan, lejos del academicismo impostado y vicioso, es amable, claro, sencillo, siempre didáctico, serio, exhaustivo. Kohan hace un repaso histórico de la vanguardia a través de problemas que va desarrollando capítulo a capítulo: vanguardia en la Unión Soviética, en la Argentina de Florida y Boedo, la vanguardia vista por la crítica misma, el vanguardismo muerto de Cortázar, la vanguardia sin épica de Aira, etc. La capacidad de Martín Kohan para volver un argumento crítico una forma de la narración asombra al lector y lo lleva de la mano por un estilo que no necesita mostrarse para brillar. Como Premat, pero más narrativo, Kohan revisa las distintas concepciones y significaciones que adquirió la vanguardia. Quizá faltó que desarrolle su concepto de “vanguardia permanente”, anunciado en el título pero al que apenas dedica un párrafo de dos o tres oraciones al final del libro, y con el que pretende ligar la vanguardia a la revolución política. El intento de ligar vanguardia y política, literatura y política, lo acerca al análisis de Tabarovsky, pero lo aleja en otro sentido. Para Tabarovsky la vanguardia es ruina, y tomar conciencia de su fracaso puede promover una literatura nueva; para Kohan, en cambio, la vanguardia puede ser adornianamente un concepto negativo: la vanguardia permanente entabla “su lucha contra la vanguardia misma”.