Paranaländer sigue la excavación policial de Graciela Chamorro en las hojas de Montoya, en busca de una imagen del cuerpo y la sexualidad guarani.
Por: Paranaländer
En “Decir el cuerpo: Historia y etnografía del cuerpo en los pueblos Guaraní” (2009), la investigadora Graciela Chamorro excava en las hojas del Bocabulario y el Tesoro de Montoya para extraer la idea del cuerpo, del erotismo y la sexualidad que tenía el indio reducido por la catequesis jesuita. La experiencia es bastante provechosa, trasegando en toda la ideología cristiana que enturbia la visión, se logra vislumbrar la concepción del cuerpo del guarani del siglo XVII. Pescar lo guaraní en traducción española y sin olvidar la mediación del evangelio. La idea guaraní del cuerpo reconstruida en un trabajo detectivesco, paciente, exacto, examinando atentamente las páginas de los léxicos escritos por Antonio Ruiz de Montoya. El tesoro lingüístico del jesuita colonial ofrece innumerables datos que la antropóloga-etnolingüística ordena, valora, clasifica y compara con las formas actuales del decir guaraní que ella tan bien conoce. ¿Cómo los grupos guaraní vivían y comprendían sus cuerpos en esa época, especialmente en el ámbito erótico, sexual, reproductivo y en el del desarrollo personal?
Los diccionarios del Padre Antonio Ruiz de Montoya, diccionarios del guaraní de la primera mitad del siglo XVII, representan la fuente más rica de nuestros conocimientos del mundo guaraní, de la lengua y de la cultura guaraní de la época. El Bocabulario (castellano-guaraní) y el Tesoro (guaraní-castellano), publicados en Madrid en 1640 y 1639 respectivamente, junto con el Arte y el Catecismo, contienen el acervo cultural guaraní accesible al autor —jesuita, “Superior de todas las Misiones” a partir de 1620— y correspondiente a los intereses de un misionero. Montoya no dice nada concreto sobre la diversidad de los pueblos guaraníes de su tiempo, nada concreto sobre la variación dialectal del guaraní, que ciertamente existía. Advirtiendo que “algunos vocablos serán más usados en unas partes que en otras; pónense todos los que hemos podido alcanzar, porque no se haga nuevo al que oye en una parte el vocablo que en otra no oyó” (Tesoro, 1), alude a esa diversidad, pero no es su interés informarnos sobre dialectos y rasgos dialectales. Su interés es documentar un guaraní “estándar” y poner a disposición de sus compañeros de misión todos los instrumentos necesarios para la enseñanza del guaraní y su uso en lo “espiritual” y en lo “temporal”. No registró en guaraní las creencias, los mitos ni los ritos indígenas. Registró, sí, muchos términos de la fauna y flora, pero sin describirlos o ejemplificarlos con la misma riqueza con que lo hizo al anotar otros aspectos de la cultura indígena. Por otra parte, sus diccionarios ponen a disposición del usuario una riqueza léxica asombrosa, que está en la base de muchos diccionarios modernos del guaraní, como el de Peralta y Osuna, de Guasch y de Ortiz Mayans. Los 10.000 lemas sucintos de su Bocabulario remiten al lector a los 5.000 artículos del Tesoro. A primera vista, Montoya parece haber evitado todo lo que los misioneros consideraban como “indecente” en el contexto del cuerpo humano y de las actividades corporales. Uno de los resultados sorprendentes de los estudios de Graciela Chamorro es el realismo de la descripción y, con eso, la presencia de varios términos que no figuran como lemas, pero sí se encuentran “escondidos” en los ejemplos dados en el Tesoro.
Los ‘senos [tetas] de la mujer’ fueron registrados como kãma por Ruiz de Montoya. Tevi, por ejemplo, puede ser traducido por ‘trasero, nalgas, genitales, ano, fondo de una vasija y la parte trasera de cualquier cosa’. Hembo o tembo, que se refiere al ‘órgano sexual masculino’, es también usado para dar nombre a los ‘vástagos o renuevos de algunos vegetales’ (tacuarembo, por ej.). Con ‘kuára’ ocurre lo mismo. Puede ser aplicado a cualquier ‘agujero’ y al ‘órgano sexual femenino’. El desear una mujer e intentar ganar su consentimiento aparece como ‘andar tras alguna mujer’ aiko kuña rakykuéri. Cuando él mismo manosea su miembro dice ajapirog. Cuando la mujer dice en guaraní ‘el indio me cogió’, ava che pysy, Montoya lo traduce por ‘el varón pecó conmigo’. El placer es registrado como algo ‘bueno, alegre, saludable’, jerekua katu, horyvíva’e, hesãingatúva’e. En el caso del orgasmo es el término, he, ‘sabroso’, el que sugiere una valoración positiva de esta experiencia. Siendo la edad canónica 14 para los varones y 12 para las mujeres, los jesuitas recibieron críticas por “retardar demasiado los casamientos entre sus feligreses, con peligro inminente de lascivia, en el ínterin, a causa de los apetitos de la naturaleza” (Peramás, 1949, p. 64). El motivo del “retardo” probablemente fue la costumbre guaraní de “desposar niñas”. El amancebamiento es otra forma de sexo ilícito. El término diferencial aquí es aguasa, que significa ‘manceba’, ‘mujer experimentada’. Montoya cuenta en su carta de 1628 que ellos se casaban con dos mujeres hermanas entre sí y con la viuda de su hermano, aun cuando ésa era la hija o la madre de su propia mujer. El teko aguyje, ‘modo de ser aprobado, bueno’, sugiere que, según el sistema cristiano, las personas tenían que negarse para llegar a la virtud. En contrapartida, el teko ei, ‘andar de balde, instintivamente’, es presentado como el modo de ser indígena que debía ser suplantado por el cristiano. En los léxicos de Montoya el cuerpo de la mujer es ataviado con una enorme cantidad de prejuicios y connotaciones negativas y es usado como representación del mal y sinónimo de pecado. Así, la mujer que toma iniciativas sexuales es considerada trampa del demonio. Cuando ella tiene relaciones sexuales, se corrompe. En algunas expresiones, la palabra kuña, ‘mujer’, es exactamente el término usado para traducir, por ejemplo, “pecado carnal”. Así, kuñambotahára y kuñambotase, que literalmente significan ‘aquel que desea mujer’ y ‘tener deseos de mujer’, acaban traduciendo para el jesuita el adjetivo carnal. En las más de sesenta expresiones elencadas que ilustran el lema kuña, ‘mujer’, en el Tesoro se destaca la mujer pecadora, que aparece treinta y dos veces. Por otro lado, el término ‘hombre’, kuimba’e, aparece como sinónimo de ‘valentía, coraje, conquista, capacidad’. En amomemby él dice ‘yo la fecundo, yo le doy un hijo o una hija (a la mujer)’. Nótese que ta’ýra, ‘semen masculino’. Ta’ýra es también el ‘hijo o descendiente masculino’, cuando habla el padre.