«…Bolaño no es Onetti, no es un escritor aburrido, ni se engolosina demasiado con su propio talento.» Por: Derian Passaglia
Trata sobre la relación entre un padre y un hijo en la década de los setenta, con toda la carga significativa que ese tiempo conlleva. Van a hacer un viaje de vacaciones a Acapulco en auto, en un Ford Mustang. El lector no sabe por qué, pero durante todo el relato sobrevuela un aire siniestro, que le lleva a preguntarse: ¿qué quiere decir? Bolaño se inscribe en la tradición del cuento hemingwayano, americana, esa que Piglia definió como las dos historias: todo cuento cuenta siempre dos historias. Una visible, una oculta.
Los personajes son raros, y eso un poco lo saca de la típica historia de relaciones filiales entre padre e hijo. El padre casi no habla, apenas lo básico como para comunicarse con su hijo. Esta extrañeza se acentúa con los nombres de los personajes: el hijo se llama B y el padre es simplemente el padre de B, como si fueran funciones y no personajes reales. B (¿será por Bolaño?) también es raro. Nada hace pensar que este personaje es en realidad un intelectual, un nerd que se obsesiona con la Antología de poetas surrealistas, compilada por Aldo Pellegrini en la década del sesenta. Tanto el libro, como el Mustang y Acapulco son las únicas referencias que existen en la ficción y en la realidad.
B se obsesiona con un poeta surrealista francés de la antología, del que no se sabe mucho. Esta obsesión funciona como espejo en miniatura de la propia narrativa de Bolaño. En sus obras más conocidas, 2666 y Los detectives salvajes, los personajes buscan durante todo el relato un poeta desaparecido de la faz de la Tierra. Nadie sabe dónde está, nadie lo vio, solo unos pocos lo conocen.
La forma narrativa toma así el molde de un relato policial sin serlo: hay una investigación pero no policías, hay pruebas y evidencias pero tampoco ningún crimen. Es casi un género inventado por Bolaño mismo, que se apropia de las características de un género menor y lo vuelve diferente. El policial se vacía de sus significados y se le otorgan otros, algo parecido a Los adioses de Onetti, según la lectura de Piglia. Pero Bolaño no es Onetti, no es un escritor aburrido, ni se engolosina demasiado con su propio talento; quiere como el lector saber qué va a pasar en la escena siguiente, por qué el relato es tan oscuro, tan sórdido, y hasta dónde es posible tensar los límites del policial sin investigar nada. En el realismo de Bolaño no se revela la realidad, simplemente se la ve, como esa escena hermosa en la que B y el padre de B se tocan los dedos abajo del agua. El cuento se puede leer ingresando al siguiente link: https://www.literatura.us/bolano/ultimasa.html.