29.7 C
Asunción
lunes, noviembre 25, 2024

Paraguay era una fábula de La Fontaine

Más Leído

Paranaländer asoma sobre los hombros del vizconde De Brettes, encargado en 1887 de una misión geográfica y etnográfica por parte del Ministerio de Instrucción Pública, para buscar una vía de comunicación terrestre entre Paraguay y Bolivia.

 

 

“Ninguna de estas tribus comercia permanentemente con el mundo civilizado. Los Guanas, que son los más directamente relacionados con los blancos, vienen en épocas indeterminadas a cambiar pieles de venado y jaguar y plumas de avestruz por cuchillos y piezas de hierro, de las que hacen sus hachas, las puntas de sus flechas, y a veces por fusiles, pólvora y gorras.

Ninguna clase de moneda se encuentra en uso y corriente entre los indios. Si alguna moneda cae en sus manos, inmediatamente la perforan y la cuelgan alrededor de sus cuellos como un adorno. Un rifle se cambia fácilmente entre los guanas por un caballo, un buey o un niño prisionero, de 14 a 15 años.. La piel de un jaguar vale diez cajas de fósforos, la piel de un oso hormiguero veinte cargas de pólvora

La desproporción que existe entre el valor de los objetos intercambiados prueba su ignorancia de todo comercio y su indiferencia a la propiedad. He aquí lo que dice el señor De Brettes sobre este asunto: ‘Dame eso’, me decían muchas veces los indios, señalándome la camisa o el poncho. Pero cuando les señalé que necesitaba esta ropa, no insistieron y no he tenido un solo robo por el cual culparlos.

Como ya os he dicho, su vida común es la de un rebaño que come lo que encuentra y se acuesta donde se le encierra.

La autoridad del cacique sólo se reconoce en la guerra. En tiempos ordinarios, el cacique trabaja como los demás. No pude encontrar el menor rastro de religión en ellos. Les pregunté, mostrándoles las estrellas:

“¿Qué es eso?” Me respondieron: “Eso es fuego.” — “¿Por qué hacen este fuego?” — “¡Ah!, no sé”, dijeron con total indiferencia.

Ni siquiera tienen un nombre para referirse el uno al otro. Cuando quieren hablar de otro hombre de la tribu, lo indican de la siguiente manera: ‘El que estuvo acostado junto al fuego anoche’, o bien: ‘El que fue a la fuente esta mañana’. Sólo unos pocos caciques tienen nombre, pero se lo dieron los guaraníes paraguayos; ellos mismos no habrían sido capaces de encontrarlo. Uno se llama Karapé (bajito), otro Puku (alto), un tercero Kira (gordo), etc. A mi partida de Apa, tuve como segundo a un peón paraguayo llamado Ayala. Oyendo con frecuencia este nombre, los indios de mi escolta lo adoptaron y la misma tarde ya eran tres los que respondían al nombre de Ayala.

Los hombres no siempre recuerdan a su padre y aún más raramente a su abuelo. No tienen sentido de la edad. ‘Yo nací’, te contestan cuando les preguntas sobre este tema, ‘el año en que mi padre fue herido por el tigre’, o ‘Yo nací el día que mi padre se cortó el dedo’. Sin historia, sin tradiciones. No recuerdan nada. Sólo le temen a los truenos. Si les preguntas por qué, te dicen: ‘Porque mata’.  Algunas tribus, los Chamacocos, por ejemplo, y los Zumacos (sic) llevan años peleando entre sí, sin saber por qué.

Sólo los guanas, a veces en relación con los blancos, son más inteligentes, visten ropas rudimentarias y tienen armas y ganado. Uno encuentra entre ellos rastros de literatura -la palabra es quizás un poco pretenciosa-, como atestigua esta fábula, sin duda de origen guaraní, que nos trajo el explorador, y que es difícil reproducir en toda su ingenuidad:

‘Una joven iba a la toldería, llevando un cántaro de leche en la cabeza. Alegre, pensaba en el producto de la venta. Tendré collares, pulseras; Seré hermosa, y los días de fiesta los jóvenes me verán pasar, me sonreirán y me saludarán. Y también les sonreiré y los saludaré.  Así los saludaré…, así los saludaré.  Acompañando su pensamiento con un gesto de saludo, la joven inclinó la cabeza, y la lechera cayendo al suelo derramó la leche’.

Puede parecer sorprendente encontrar en América del Sur una fábula de La Fontaine, que en sí misma no es más que una imitación de Fedro, Esopo y los narradores orientales; pero entre todos los pueblos hay un fondo común de tradiciones populares que sirven de base a cosmogonías y leyendas.

Los modismos son muy variados y completamente diferentes al español (así los ojos, que en español se llaman ojos, se traducen al guaraní por déressa (sic), en toba por laiteh, en chamacoco por ri, en guana por anonamo… La pronunciación suele ser gutural .

En general el color de la piel es rojo bronce; los guanas a veces son de color bronce claro, mientras que el color de Kamananghas, Xéenssémakas y Aksseks es más oscuro.

Su cabello es duro y plano, cortado en la parte delantera de la frente; ellos allí plantan una peineta de cuerno grueso y unas cuantas plumas o bien las atan al occipucio con un cordón de karaguatá. La barba, las pestañas y las cejas siempre se depilan cuidadosamente.

Sus ojos son rasgados y ligeramente levantados hacia las sienes; los pómulos son salientes y la mandíbula inferior es prominente.

Sus dientes son de un blanco reluciente y siempre están de pie con la boca abierta, sobre todo porque el labio inferior perforado está distendido con diversos adornos, como vainas de bayas, pelos de hormiguero, colas de serpientes de cascabel, etc. Los indios no están tatuados, sino pintados. Trazan de uno a otro, en la cara y en el cuerpo, líneas y círculos azules y rojos, con bolitas de maquillaje que llaman etëima.

El fruto de la genipayer (genipa americana), les da un color azul oscuro, mientras que el rojo lo obtienen los tegumentos de la semilla de un arbusto (bixa orellana): es el urucú o achiote”.

 

 

Fuente: “L’Amérique inconnue”, Mallat de Bassilan, de la Bibliothèque Nationale, d’après le journal de voyage de Joseph De Brettes, Chargé d’une Mission scientifique par le Ministère de l’ Instruction publique. Dessins de M. Gaston Bonfils, d’après les documents de l’explorateur, Paris, 1892

 

Más Artículos

Últimos Artículos