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lunes, noviembre 25, 2024

Modernidad, post-modernidad y política en el pensamiento de Augusto Merino Medina

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Leandro Prieto Ruiz escribe sobre el pensador chileno Augusto Merino Medina y su diagnostico sobre la política en la modernidad/postmodernidad.

El termino modernidad proviene de la palabra latina modo que se usa para aludir a lo reciente, a lo que está ocurriendo o acaba recién de ocurrir. Lo moderno, es lo actual. Sin embargo, desde la disciplina histórica se la considera como la historia occidental que tiene su origen desde el renacimiento hasta el siglo 20.

Los rasgos culturales que les son atribuidos y nos interesa al efecto del presente artículo son:

Por una parte, una total visión secularista que pretende o procura excluir de la actividad pública o colectiva a la religión, relegándola al ámbito de lo privado y particular.

Por otra, el cambio de concepción de la razón humana que existiera en la edad media, entendida como un instrumento metafísico y revelador de la creación y su esencia, algo lento rodeado de vicisitudes, a la razón en algo instrumental a favor del hombre y su provecho de la naturaleza para bienestar propio. De esta manera renace la ciencia y la técnica.

Estos factores resultaron en la “exclusión de la religión del ámbito de lo público para traducirse, en términos políticos, en que aquello que se había esperado de la religión, es decir, la felicidad humana en –otro mundo-, comenzó a esperarse de la política y, en concreto, del Estado, en este mundo”

“La razón instrumental, aplicada a la política, fue entendida como la facultad capaz de organizar, de un modo técnicamente satisfactorio, el ámbito de la cosa pública”.

Quedaba así, a cargo de la razón, la creación de un paraíso terrenal conocido luego como estado de bienestar o welfare state.

Uno de los derechos que más se proclamó en la modernidad fue el de participar en la toma de decisiones comunes, y ésta terminó por constituirse en un problema para la técnica política según Merino, que luego pasa a exponer sobre la tendencia política de la época:

“Para comprender acertadamente esto, es indispensable referirse aquí a la idea liberal de que la cosa pública debe organizarse de modo análogo a como lo hace la actividad económica privada –arquetipo o modelo de toda actividad social en el liberalismo-: ésta reposa siempre, en último término, en la libre decisión de la voluntad individual. Así, por ejemplo, una sociedad comercial no tiene sobre sus socios más derechos que los que estos, libremente, le han otorgado en el contrato social que le sirve de base. Pues bien, el liberalismo postula, del mismo modo, que en el ámbito político la sociedad no tiene sobre el individuo más derechos que los que éste le otorga en el contrato o pacto social. Aunque la existencia de tal pacto en el tiempo resulte ser más teórica que históricamente demostrable, dicho pacto exige que los individuos concurran a la toma de decisiones, tal como lo harían en una sociedad comercial como la mencionada. Supuesto el inconveniente de tal participación en sociedades numerosas, como las modernas, la técnica política terminó por diseñar y perfeccionar notablemente la teoría de la representación política. Según ésta, la voluntad de los individuos, que no pueden concurrir todos a la toma de decisiones públicas, es delegada a determinados representantes que, en nombre de todos, pueden cómodamente reunirse para tomarlas. De este modo, se «salva» la teoría de que ninguna decisión obliga a quien no haya concurrido con su voluntad a tomarla y, al mismo tiempo, se hace practicable la toma de decisiones en sociedades numerosas.”

Considerando lo anteriormente expuesto enlazamos a la post-modernidad, “que, para algunos autores, es un periodo histórico que parte del reconocimiento de las difíciles crisis que produjo la modernidad en Europa. Sin embargo, no queriendo renunciar a la validez de aquellos principios que están en la base de la modernidad (de los cuales hemos mencionado el secularismo y la instrumentalización de la razón), la post modernidad estaría procurando, por el contrario, profundizar en ellos a fin de solucionar los problemas detectados. Es decir, estaría optando por la opción de «más de los mismo» a fin de superar la crisis, en lugar de variar el diagnóstico y el tratamiento. Así, se insiste en una concepción radicalmente de la vida, en la exaltación de libertades y derechos humanos prácticamente sin límites mientras se silencia todo lo relativo a deberes del hombre; en la decisión de la voluntad humana como fundamento de toda ética, con la consiguiente profundización del relativismo ético; en la desaparición total de toda dimensión trascendente de la vida, que trae como consecuencia, de modo paradojal, la disminución del valor de la misma y, por ende, de la persona humana.”

Uno de los grandes errores de la modernidad y su continuidad con el nombre de post-modernidad sería entonces el insistir con formulas ya probadamente fallidas y principalmente con el planteamiento del liberalismo de manejar lo público como una empresa privada.

Muchos autores reniegan de reconocer en ese contexto a una post-modernidad debido a su similitud con la modernidad, cuya única diferencia es la amplitud e intensidad de los postulados que comparten. Aquellos autores prefieren conceptuar post-modernidad (describiendo lo que realmente está sucediendo en occidente) a una nueva forma de cultura o a una refundación de la cultura que, en varios aspectos, vuelve a retomar ideas desplazadas por la cultura moderna. Sobre el punto, Augusto Merino nos dice:

“En primer lugar, los individuos han comenzado a percatarse de que la felicidad que se pedía a la política y al Estado, no llegó nunca. Por el contrario, a pesar de la opulencia de bienes económicos de que ha gozado el mundo occidental durante el siglo 20, las guerras, los odios, las divisiones e innumerables otras causas de infelicidad, lejos de haber desaparecido, no parecen sino haber aumentado. De aquí se ha derivado un desencanto con la política, un verdadero desengaño: tanto se esperaba de ella, y tanto prometió sin cumplir, que ya no se cree más en ella. De ella solo se ve el lado oscuro: la mediocridad de los políticos, la corrupción, el deseo de medrar más que de servir al bien común etc.

Este desengaño ha motivado, especialmente a vastos sectores de la juventud, a poner sus esperanzas nuevamente en ámbitos de la vida social preteridos por la modernidad. En particular, pensamos en el surgimiento de una nueva y heterogénea religiosidad, la mayor parte de las veces no cristiana sino pagana en su contenido y formas, que se expresa en la aparición de innumerables colectividades. O sea, nuevamente es de la religión –o espiritualidad- que se aguarda la felicidad. Mientras, numerosas de dichas colectividades fomentan un apartamiento del mundo, es decir, un desinteresarse de las cosas de la vida pública, de la política. Los «refugios psicológicos» que ellas crean, desde los cuales se denigra lo que ocurre en política, contribuyen sin duda al desinterés de sus miembros respecto de esta”

“En segundo lugar, la idea de la representación política era la fórmula ideal para conciliar el respeto de la voluntad individual de los ciudadanos con un funcionamiento técnicamente óptimo de las instituciones públicas, ha resultado igualmente frustrante. Los ciudadanos particulares no se sienten representados por los temas que interesan a los políticos que opinan por ellos, no vibran con las discusiones de los parlamentos, o sienten derechamente que estos últimos, lejos de beneficiar a la colectividad, la perjudican. En consecuencia, han comenzado a exigir, más que representación, participación en los asuntos que les conciernen. En la participación ven la única forma de asegurarse que las decisiones tomadas sean acordes con sus verdaderos intereses

De ahí el surgimiento, al margen de las estructuras oficiales de representación, de innumerables movimientos sociales de la más variada especie con el fin de defender posturas o propugnar intereses de los ciudadanos. Entre ellos abundan los movimientos feministas, los ecologistas, los defensores de minorías étnicas o religiosas y aun de causas específicas y transitorias, como la protección de un determinado poblado frente a la «picota del progreso».

Esta nueva forma de cultura se caracteriza también por una revalorización de la mujer en la sociedad, una reformulación de la ética y de la estructura organizativa de la empresa, un nuevo aprecio por lo nacional, lo regional y aun lo local que desafía la homogeneización de enormes espacios propia de la modernidad, una renovada defensa de la paz, una reaceptación de criterios objetivos para juzgar la moralidad, una «nueva sensibilidad» propia del post-modernismo que vivimos, como lo denomina un autor de esta corriente.

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