Paranaländer se sulfura contra las patrañas satíricas y sensacionalistas del enésimo viajero inglés al Paraguay: la receta de hoy, nazis y hachís.
“At the Tomb of the Inflatable Pig. Travels through Paraguay”, del inglés John Gimlette, 2003, es uno de esos libros de viajeros que han descrito Paraguay ultra famosos que nadie se ha tomado la molestia de ponderar sus errores y delirios. Traigo dos casos puntuales en esta columna. El error tiene como fuente a una nota emborroneada por un pyrague y pertenece al Archivo del terror (y propalada por “investigadores” ingleses como Hugh Thomas). La fantasía, no leída en otro lado, es de etiología inimaginable, acaso leyenda urbana oída (para tomarle el pelo) por Mr. Gimlette en algún copetín asunceno.
Empecemos por el error.
Que Bormann murió de cáncer en Paraguay y está enterrado en el cementerio de Itá.
“Se dice que la ciudad recibió otro extraño visitante extranjero el 17 de febrero de 1959. Era un patán bajo y rechoncho que durante toda su vida había estado lleno de agresividad y cuyo rostro estaba lleno de cicatrices. Hijo de un albañil, había disfrutado de un éxito modesto como delincuente menor, pero sus aventuras habían terminado con demasiada frecuencia en las celdas de la policía. Luego, a los treinta y tantos años, descubrió que tenía un don para la intimidación y cayó en el fascismo. Se abrió camino hasta la cima, despachando a amigos y enemigos con pelotones de fusilamiento y chismes. Al final, era el Robespierre del búnker de Hitler: Martin Bormann, Reichsminister”. Esta seudo historia iba en contraposición a la historia oficial de que Bormann se suicidó el 1 de mayo de 1945. La convención dice que estuvo con el Führer hasta el final, en el búnker de Berlín.
El informe del pyrague o El archivo sugería que había llegado en 1956 y había vivido en Hohenau. Por alguna razón, la policía secreta había notado que había visto a un dentista en Fulgencio R. Moreno. Luego, en 1958, se quejó de dolores de estómago y, según los pyragues, el Dr. Mengele lo llamó para visitarlo. Incapaz de averiguar qué estaba mal, remitió a Bormann a un médico (al Dr. Otto Biss), pero ya no tenía remedio; el hombre estaba lleno de cáncer. Murió, después de una merecida agonía, el 15 de febrero de 1959. Dos días después, dice el expediente, estaba en su primer -y último- viaje a Itá”. Incluso incluye un segundo bulo, que su cadáver fue desenterrado en parte y enviado a Berlín (con el barro rojo del cementerio de Itá) para despistar a cazadores nazis (?). Al final, el flemático inglés concluye: “Quizás el eslabón más débil de la teoría, y se supone que es el más fuerte, es que se basa en documentos encontrados en la basura de un nido de los pyragüés. Su información tendía a provenir de personas venales o rencorosas o ahogadas en baños de aguas residuales. Los pyragüés (sic) no eran famosos por acertar”.
La fantasía es la siguiente:
Que el operativo de retorno de los restos de Madam Lynch (25 de julio de 1961) se usó en realidad para el primer contrabando de alijo de hachís en el país. He buscado largamente alguna mención aunque sea críptica de esto en el libro de Barreto y nothing.
“La tarea de devolver a Eliza recayó en un paraguayo-sirio llamado Teófilo Chammas. Ya había impresionado al gobierno con su aptitud para el contrabando y se le consideraba a la altura de una misión abrumadora: había que sacar a Eliza de la burocracia francesa, de debajo de una tonelada de granito y de los restos de Madame Martin y una docena de otros bien desparasitados. difunto. Cómo lo hizo era su secreto, y no era el único: Eliza Lynch llegó a Sudamérica cargada con cuatro kilos del mejor hachís libanés”.
Al parecer el Arzobispado De Asunción, entonces aún encargado del Panteón de los Héroes, rechazó el ingreso de una concubina -la chica de Cork vuelta la compañera del Napoleón del Plata- en tan sacro locus y fue arrumbada en el Ministerio de Defensa hasta su traslado final a la Recoleta.
De Chamas me suena un jugador del club Olimpia de los años 70-80.