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martes, noviembre 26, 2024

Lo cómico en Mainländer

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Paranaländer sigue a Philipp Mainländer (1841-1876): aún no es un sabio apenas porta el humor y se sabe especímen esencialmente cómico, es decir, disgustado consigo mismo, saltando entre el banquete de los dioses y el barro mundano.

 

Pero el humorista es diferente. Él ha saboreado la paz del sabio; ha sentido la beatitud del estado estético; ha sido huésped en la mesa de lo dioses; ha vivido en un éter de claridad meridiana; y, sin embargo, un impulso incontenible le empuja de nuevo al fango del mundo. Huye de él, porque solo tiene un anhelo: el de reposar en la tumba, y solo puede rechazar todo lo demás como una solemne estupidez; pero una y otra vez cede a la llamada que le lanzan las sirenas desde la vorágine, y baila y salta en el sofocante salón, con el profundo anhelo de la paz en su corazón; por eso, se puede decir de él que es hijo de un ángel y de una hija de los hombres. Pertenece a dos mundos, porque le falta la fuerza para renunciar a uno de ellos. Cuando se encuentra en el festín de los dioses, una llamada desde abajo interrumpe su alegría; y, cuando se lanza en sus brazos, despeñándose desde el aire, le amarga el anhelo de puro goce, que le reclama desde arriba. Así, su demonio se ve lanzado de acá para allá, y se siente desgarrado. El talante fundamental del humorista es estar a disgusto.

Puesto que el humor puede darse en cada carácter y en cada temperamento, siempre tendrá un matiz individual. Recuérdese al sentimental Sterne, al desgarrador Heine, al seco Shakespeare, al sensible Jean Paul y al caballeresco Cervantes.

Está claro que, entre los mortales, el humorista es quien puede convertirse mejor en un auténtico sabio. Si, por ventura, alguna vez se enciende el conocimiento indeleble en la voluntad, la broma huye de sus risueños labios y los dos ojos se ponen serios. Entonces, el humorista, igual que el héroe, el sabio o el héroe sabio, se pasa por completo del ámbito estético al ético.

Lo cómico de la causalidad [das Komische der Causalität] se presenta cuando se da un tránsito dificultoso del efecto a la causa, es decir, en la estupidez; en el movimiento que carece de fin, o superfluo: en una gesticulación muy rápida, en la rigidez de los brazos, en los movimientos afectados de la mano, o un andar tieso y amanerado; cuando se mueve el trasero, o uno se inclina torpemente; en general, en las maneras torpes, en el ceremonial chinesco, la ceremoniosidad, la pedantería; en los movimientos desafortunados, como escurrirse, tropezar, fallar al dar un salto; o en la utilización de una fuerza desproporcionada para alcanzar un fin, como cuando se abren puertas ya abiertas, hacer mucho ruido para nada, realizar violentos preparativos, con grandes introducciones y fabulosos rodeos, para alcanzar un resultado minúsculo; en la utilización de medios falsos para alcanzar un pretendido fin, como por ejemplo: utilizar falsas palabras extranjeras, o citas falsas; expresarse incorrectamente en una lengua extranjera, pero también hacerlo en el lenguaje materno; pararse largo tiempo, cuando se está pronunciando un discurso; en la imitación, cuando no se corresponde con el ser imitado, como cuando los habitantes de las islas Sándwich afectan el ceremonial y los títulos de las cortes europeas, hombres vestidos de mujer, y mujeres vestidas de hombres; y, en fin, en la inadecuación de la pose.

Lo cómico del tiempo [ das Komische der Zeit] hace acto de presencia en el tempo demasiado rápido, o demasiado lento del lenguaje: precipitación de las palabras, extender las palabras con unción sagrada, tartamudear, hablar alborotadamente, proferir palabras abruptamente, salmodiar una melodía …

Lo cómico de la sustancia [ das Komische der Substanz] se da cuando se muestra una composición chillona de colores vistosos en el vestido; en un tono de voz gruñón, nasal, cavernoso o aflautado.

Lo cómico abstracto se divide en: 1 ) la ironía, 2) la sátira, 3) el chiste, 4) la acción enloquecida, 5) el juego de palabras.

En la ironía [Ironie], se toma como medida a un hombre, tal como él es realmente. A su lado, el burlón esboza, con total seriedad, una copia con palabras, que se desvía esencialmente del original, sea por la forma, sea por el carácter, y desde luego hacia algo gracioso. Cualquiera que esté atento, se da cuenta enseguida de la burla y la discrepancia entre el original y la copia, y no puede por menos que reírse. Naturalmente, darán mayor pábulo a la ironía aquellos que se tienen por mejores de lo que son, o quienes quieren parecer mejores y más bellos y nobles, o talentudos, de lo que son. El burlón se introduce en su imaginación, y los embellece, o ennoblece de forma sutil, aparentemente inocente, hasta que, finalmente, presenta un ideal, que se alza frente a la triste realidad; pues se trata de dos representaciones que, con excepción de aquel que sufre la burla, no puede poner ningún hombre bajo el mismo sombrero.

También ofrecen terreno abonado para el despliegue de la ironía las opiniones, perspectivas, hipótesis, prejuicios, etc. El burlón se pone, aparentemente, en el punto de vista del burlado, desarrollándolo en todas las direcciones, y extrae las consecuencias. Entonces, las hunde en el pantano de la contradicción lógica y del absurdo, con gran regocijo de todos los presentes.

En la sátira [ Satire ], se miden con un ideal estados corrompidos de índole política o social de una nación, de una provincia, de una ciudad, o de ciertas familias, figurándolos como separados de un buen tiempo anterior, o de la vida de otro pueblo, o del lejano futuro del ser humano; y luego la discrepancia es presentada despiadadamente por el satírico. También aquí se suscita la risa, pero se trata de una risa rabiosa, que restalla.

En el chiste [Witze], o se traen dos representaciones bajo un concepto, mediante una adecuada comparación, o se captan con la vista dos representaciones que están ya bajo un concepto. Luego, se realiza el concepto, diciéndose de cada una de ambas representaciones lo mismo, con lo que las dos enseguida se separan. La discrepancia es total, pues la medida y lo medido únicamente se tocan en el límite.

En la inscripción sepulcral de un médico, sumamente chistosa, que rezaba: «Aquí yace, como un héroe, rodeado por los que hizo polvo», se pone primeramente al médico en comparación con un valiente conductor de ejércitos, bajo el concepto de «héroe»; pero luego se predica de ambos lo mismo, a saber: que ambos reposan entre aquellos que han matado, lo que les separa de nuevo por completo, pues los muertos justifican el honor del uno y la vergüenza del otro (la medida es el héroe en sentido estricto).

Es conocida la anécdota de aquel gascón, que llevaba un traje de verano en el frío invierno, lo que hizo reír al rey, contestándole él: «Si os hubieseis puesto lo que yo me he puesto, que es todo mi guardarropa, no os reiríais»; aquí, se encuentran dos objetos muy diferentes bajo un concepto: «el guardarropa »; luego, se dice lo mismo de ambos, y enseguida ambos objetos se separan (la medida es el guardarropa del rey).

En la acción enloquecida [närrichen Handlung], el que actúa lo hace partiendo de un concepto dado, como le sucede, por ejemplo, a Don Quijote, cuando actúa guiado por la máxima general, según la cual un buen cristiano debe ayudar a todos los forzados. Siguiéndola, actúa a tontas y a locas, también en aquellos casos que no caen bajo la regla. Así, Don Quijote libera a los galeotes, que eran, ciertamente, forzados, pero no del tipo de los que debe ayudar un cristiano. En este caso, la medida la da el pensamiento, muy razonable, de que hay que liberar de su situación de opresión a los forzados, pero no a criminales.

En el juego de palabras [ Wortspiel], en fin, se intercambian conceptos que suenan igual, o de forma parecida (en el juego de palabras perfecto, solo las que suenan igual), pero que tienen un significado diferente, a capricho.

Aquí, lo que da la medida es la palabra en su significación habitual, mientras que lo medido es la palabra en su otra significación. La discrepancia es total. Desde la posición que ocupa el pueblo, lo que ofrece la pauta es lo común. Aquello que a un hombre le parece inhabitual, lo considera, sin más, cómico. Así, se suele decir: «¡Qué gracioso estás hoy! ¡Vas tan diferente de como vas siempre!». Y así, he oído a menudo expresiones como: «¡Qué gracia, el vino sabe hoy distinto!», o: «El sonido de ese reloj resulta cómico», con las que únicamente quería señalarse una determinada discrepancia.

De este modo, un campesino que va por vez primera a una gran ciudad considera todo lo que ve cómico, es decir, lo encuentra poco habitual; y así, adoptando una relación estética, encuentra una gran discrepancia, y ríe de corazón. Un chino podrá encontrar cómica Europa, pero esta impresión remitirá en San Francisco, porque allí rompe con el restringido círculo de lo que le es habitual, mientras que aquí está en él.

A menudo, se habla de caracteres cómicos, y con ello se entiende gente excéntrica, cuyo carácter, maneras de actuar, e impulsos son diferentes de los del hombre común. Tales individuos raramente son juzgados justamente, pues nadie hace esfuerzo alguno por penetrar en su ser, y muchas veces ni siquiera se tiene capacidad para hacerlo. De manera que se aplica la misma medida estrecha a todos aquellos que han abandonado la calle principal y van por su propio camino. El simple burgués encontrará risible a aquel que posee un carácter noble y liberal, y no desaparecen nunca aquellos espíritus limitados, que toman a un sabio, o a un héroe sabio, por un loco.

Parece claro que casi exclusivamente el hombre puede ser objeto cómico. Hay muy pocos animales cómicos (por ejemplo, un caballo de carreras utilizado en un coche de caballos). Se vuelven cómicos solo cuando se les pone intencionadamente en situaciones humanas ( como sucede con el Zorro Reineke), o si se los ha de comparar con los hombres, como sucede con los monos.

Solo en el humor encontramos un estado moral de la voluntad, la compasión ( consigo mismo, o hacia los demás), que tendremos que considerar más detenidamente en la Ética. El éxtasis estético, los estados sublime y cómico, son, por consiguiente, movimientos duales físico-estéticos, y el humor representa un movimiento físico-estético-ético de la voluntad.

 

fuente: Filosofía de la redención, Edición original (1876), PHILIPP MAINLÁNDER, Introducción, traducción y notas de MANUEL PÉREZ CORNEJO, Edición de CARLOS JAVIER GoNZÁLEZ SERRANO y MANUEL PÉREZ CORNEJO, EDICIONES XORKI, 2014,  MADRID

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