Derian Passaglia escribe sobre la nueva edición argentina de Gran Hermano.
En Argentina, empezó Gran Hermano 2022, la décima edición del reality. Tomás Holder fue uno de los participantes elegidos para entrar en la casa, según su conductor Santiago del Moro, “más famosa del país”. Holder tiene veintiún años, es oriundo de la ciudad de Rosario y vive en el nuevo barrio, Puerto Norte, el último barrio rosarino que se desarrolló con ingresos y capitales provenientes de la exportación de soja. Vive con su mamá y sus hermanas. En la apertura del programa, antes de entrar a la casa, Santiago del Moro lo entrevistó, mientras Holder lagrimeaba:
-¿Esa es tu mamá? -le dijo señalando a una mujer del público.
Tomás Holder dijo que sí con la cabeza, un poco aturdido por todo lo que pasaba alrededor. Del Moro se acercó al público y, en el camino, antes de ponerle el micrófono en la boca a la mamá de Holder, dijo:
-Parece tu hermana.
Puerto Norte es una copia provinciana de otro nuevo barrio, Puerto Madero, que creció durante el menemismo en la Ciudad de Buenos Aires. Puerto Madero está ubicado en la orilla de la ciudad y sus rascacielos miran al río de la Plata; los edificios de Puerto Norte, no tan altos ni tan imponentes como los de Buenos Aires, abrazan el cielo del río Paraná y sus ramificaciones. Debe ser imponente mirar el río por uno de esos pisos vidriados, silenciosos y alejados, como que uno consideraría que todo eso, todo ese montón de agua, todo ese cielo, es suyo.
En una época, hace no mucho, me tomaba el colectivo 152 a las siete menos cinco de la mañana para llegar al trabajo. Durante el otoño apenas una franja anaranjada traía el amanecer. La luz era suave, baja. El 152 pasaba por atrás de la Casa Rosada, y doblaba en esa curva por Paseo Colón, donde se veía el amanecer de los rascacielos de Puerto Madero. De un lado tienen el río, del otro la ciudad. ¿Qué mirarán los habitantes de Puerto Madero, cuando ven para este lado, el movimiento de autos y de gente yendo a laburar con la espalda vencida, con mochilas y con camisas de oficina y maquillaje y olor a chivo?
Tomás Holder toma anabólicos desde los diecisiete años. Su espalda es ancha y cuando camina parece como si se balanceara con los brazos. Tiene un bigote fino, un poco ridículo, y el pelo fijado con algún producto de peluquería, tirado para el costado y con la parte de atrás de la cabeza con pirinchitos. Era el único ya famoso antes de entrar a Gran Hermano. En su cuenta de tiktok tiene seiscientos cuarenta mil seguidores y diecisiete millones de me gusta. Sus videos son peligrosamente adictivos. Holder, con su novia rosarina, en una pileta de un piso de un edificio con vista al Paraná; Holder mostrando la ventana azul de su departamento; Holder mirándose al espejo todo trabado, mostrando la fuerza de sus bíceps; Holder en un boliche, diciendo: “¿qué onda, gente? Hoy voy a presentar el nuevo estereotipo de Mili Hippie”; Holder levantando a su novia hasta el techo; Holder entrando a un local de Kagliari Clothes para hacer un canje y escribe: “quería llevarme lo más canchero, nunca en situación de outlet”.
Holder sacándose la remera en la sección de bebidas alcohólicas en un supermercado, Holder subiéndose a una Ferrari, Holder dando unas vueltas en bici por un parque, bajándose de la bici para decirle a una chica que le parecía hermosa y besándola sin mediar más palabra, Holder levantando 172 kilos de pesas con jean puestos, Holder escribiendo el hashtag “#tinchos”, “#gym”, “#parati”. La vida del tiktoker rosarino Tomás Holder escapa a los límites de mi comprensión de la realidad. ¿Era posible, me preguntaba, que su figura, que su propia existencia, la sola existencia de alguien así, definiera nuevos límites de lo humano? ¿Es Tomás Holder un ser humano? ¿O se trata del nacimiento de otro ser, totalmente mediatizado, preocupado únicamente por el propio cuerpo, que llevan a extender lo que conocíamos por humanidad?