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miércoles, noviembre 27, 2024

Cuento paraguayo Stroessner época peguare

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Paranaländer fue a por café mientras esperaba a su yiyi y voló hasta los tiempos stronistas de 1985 entre monjas zoofílicas, buses de suicidas y fusilamientos de militares.

 

Estuve la semana pasada, después del streaming semanal extensión en vivo de esta columna diaria, por una cafetería de moda (omito su nomenclatura). Mientras esperaba mi expreso doble, tomé del estante de libros de la entrada un ejemplar llamativo: “Panorama del Cuento Paraguayo” (Lectores de la Banda Oriental, Uruguay, noviembre de 1985).

Son 12 cuentos de otros tantos autores paraguayos.

Comentaré dentro de esta selección los cuentos que me causaron más curiosidad. Por ejemplo, los cuentos del poeta Emilio Pérez Chaves y del poeta y crítico Roque Vallejos.Primera idea que se me ocurrió, los metieron en este saco para hacer número, engrosar el volumen. El primero, titulado “Peregrino inmóvil, regreso invisible”, nos da lo esperado, una escritura florida, recargada, sin brújula prosaica, al tuntún del vuelo ñemo poético.

El cuento de Roque Vallejos, titulado “Permiso para morir”, es decoroso, está bien escrito increíblemente (su prosa crítica solía ser más bien confusa y embolismática), y en el conjunto es el más interesante por su “recaída” persistente y, diría, planeada, pensada, en el guarani y el jopara. Los otros cuentos se apartan de tales hibridismos o contaminaciones wakala. Si no estoy meando fuera del tarro, ficcionaliza un caso real, que incluso se ha eternizado en un célebre compuesto del poeta limpeño Caballero-i: Godói Fusilamiento. Vallejos, sin embargo, mitiga el elemento decisivo del alcohol en la tragedia que se lee en el compuesto, enfatizando el medio castrense como cueva deletérea donde la política llevaba la batuta.

“Manuscrito encontrado junto a un semáforo después de un grave accidente”, cuento del poeta y crítico de arte Osvaldo González Real, se estropea cuando el propio autor nos señala que el guarda del micro (en que sube el protagonista con la intención de suicidarse), en la figura de una azafata, simboliza la muerte. Lamentable desliz, pues el tono satírico con que se motoriza el texto nos atraía sobremanera. Igual es potente esa metáfora de buscar la muerte en un bus, especie de muerte pública o social.

Otro desliz aún peor lo comete el prologuista uruguayo, cuyo nombre no anoté ni menos logro recordar ahora, cuando en el cuento de Moncho Azuaga, “La monja que iba en busca de las correspondencias”, premio Hispanidad de aquellos años tardoestronistas, nos adelanta quizá con morbo o exceso de didactismo que la monja sucumbirá junto al río en una perversión bestial (no me quedó claro, por la lectura vertiginosa apurada con una taza de expreso de moda, eso sí, si el chongo es al final un guyra o un ka’í. Volveré otro día y le haré una captura a todo el libro, acaso).

“El beso al leproso”, firmado por Guido Rodríguez Alcalá, merece atención, pues es el menos Guido de sus textos (sí ya tiene su mueca jocunda pero sin alcanzar la pedantería o la crítica engreída), por su lenguaje free, suelto, de puntuación irregular, no ortodoxa, diría que escrita bajo el influjo de “Las musarañas”, un cuento a todas luces ruiznestosiano.

Helio Vera comparece en el libro con “Angola” (tema afro muy aplaudido por el prologuista irrecordable).

Jesús Ruiz Nestosa se presenta con el cuento “La huida” (tema histórico-colonial).

Los restantes escritores (que no comentaré porque o me aburren o no me interesan) son Bareiro Saguier con “El sueño incompleto de Philibert”, Villagra Marsal con “Arribeño del norte” (hoy famoso por el cortometraje “Karai Norte”, versión muito cinema novo -sobre todo por la fotografía en blanco y negro de Luis Arteaga, deudora de “Os Fuzis” de Ruy Guerra-, realizado por Martinessi), “El serrucho calvo” de Esteban Cabañas (nombre de pluma del arquitecto y pintor Carlos Colombino, dato que podemos conectar con la pintura de la portada, obra de Migliorisi) y Raquel Saguier con “La niña que perdí en el circo” (mismo título de la primera novela de la autora).

En fin, más que una reseña de libro al dedillo, esto es el raconto de la aventura de tomar café (en una cafetería, supongo uruguaya) en Asunción. Vamos por café cheto y es un viaje al pasado, aipo estroner tiempopeguare.

 

 

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