El filósofo César Zapata escribe sobre la prueba ontológica de la existencia de Dios en San Anselmo y Descartes.
Hace ya algunos años que imparto un seminario de filosofía medieval, en la carrera de licenciatura en filosofía en Asunción, la verdad es que hasta el momento me he centrado sobre dos temas, según yo (imbuido por una formación con una dosis letal de Aristóteles y Santo Tomás) temas capitales en el sutil filosofar del mundo medieval de occidente, un mundo que a diferencia del cosmos griego antiguo, no buscaba la verdad, pues está ya estaba garantizada o mejor dicho registrada en un depósito de fe, conocido como la santa biblia. No obstante aquello, el asunto no es tan fácil, pues la naturaleza ama ocultarse[1] y por mas que la verdad esté escrita hay que interpretarla, y es en esa faena cuando la filosofía clásica griega comenzaba a ser útil a los teólogos de un tiempo en que la religión judeo cristiana devino en una institución tan siniestra como cualquier estado hegemónico.
Esto problemas son: la cuestión de los universales y el tema de la demostración de la existencia de Dios. Temas, por lo demás apasionantes, no solo por su sofisticado cuerpo teórico, sino por su practicidad existencial de peso, aunque no lo parezca.
Respecto de la existencia de Dios, revisamos el llamado argumento ontológico del notable obispo de Canterbury, el gran San Anselmo.
Lo primero que salta a la vista hasta pasar desapercibido, es que el argumento parece estar dirigido al él mismo.
Los miembros de la institución católica de ese tiempo, en sus escritos no le hablaban al pueblo, el pueblo creía en Dios, sobrevivía como podía y en su mayoría no entendía un carajo de filosofía o algún refinamiento teórico.
Por tanto, no resulta descabellado sospechar, que la figura conceptual del “insensato” a la que interpelaba Anselmo[2], para demostrarle que no está pensando correctamente cuando señala que Dios no existe, puede ser él mismo, simbolizando su lucha íntima con la irracionalidad de la fe. Y esto, más allá de lucir su musculatura metafísica ante sus pares y su declarado interés por abrir una puerta de acceso a sus semejantes desde la razón a la fe, después de todo él, al contrario del pueblo. no estaba protegido de la duda por la inocencia ignara de la creencia.
Pero antes de hablar, de Anselmo, es interesante viajar hacia el futuro del medioevo occidental: la modernidad, específicamente en el momento que el filosofar se convierte en duda encarnada en la figura de Renato Descartes, quien, en sus meditaciones metafísicas, desarrolla tres pruebas acerca de la existencia de Dios, de ellas la que ha obtenido más escenario gracias a Kant, es la segunda, bautizada como la prueba ontológica, por el alemán.
Resumida, de manera muy gruesa el argumento señala lo siguiente:
Sí concibo en mi mente la idea de perfección (cuestión abordada en el primer argumento) y atribuyo está característica a Dios, entonces es necesario que Dios exista, pues al ser perfecto debe tener todas las perfecciones, y la máxima perfección es estar en acto, es decir existir, dicho en otras palabras no se puede admitir que Dios sea perfecto, sin al mismo tiempo admitir que Dios, por el hecho de ser perfecto, necesariamente exista.
Pues bien, de dónde viene el hecho de que lo perfecto es aquello que tiene que estar en acto, Desde el sedimento mismo del filosofar griego, Aristóteles, el notable meteco de Atenas, llegó a la conclusión de que debería existir una suerte de entidad (Dios) que no tuviese ninguna potencia, ninguna prerrogativa de ser algo, que no sea ya en su ahora, esta entidad Dios, sería todo lo que es en una actualidad permanente, es decir sería un “acto puro”. Por cierto, hecho abrumador para cualquier imaginación humana.
Por ejemplo, una madre, no puede aspirar a ser madre con un grado fundamental de perfección, sino no lo es en acto, del mismo modo, no se dice de una semilla que es un árbol perfecto, sino tan solo cuando es un árbol en completa actualidad.
Nosotros los animalitos bípedos nos movemos en el mundo, no solo a través del desplazamiento, sino que sobre todo, por el continuo paso de la potencia al acto: de ser bebés con la potencia de caminar, pasamos a ser niños que corren y juegan, y así seguimos navegando en el tiempo, actualizando a cada momento nuestras potencias. Podríamos decir que para el Estagirita, en el feto que se incuba dentro del vientre materno ya está contenido todo lo necesario para ser un humano en su máxima expresión, solo falta el tiempo que en el transcurso de su existencia va a ir actualizando permanentemente sus potencias, sus posibilidades o prerrogativas.
Pero, Dios, es acto puro, es decir todas sus potencias están actualizadas, no depende del tiempo, Dios no tiene pasado ni futuro, tampoco fue algo o va a ser algo, que no sea ya en la actualidad.
Hasta aquí, hemos revisado brevemente unos de los argumentos de Descartes respecto de la existencia de Dios, y con ello hemos descubierto que Dios no tiene potencias que actualizar, pero lo que nos interesa es la demostración de San Anselmo, que tiene un peso muy distinto a la del maestro de la duda metódica, pues para el santo, Dios es quo maius cogitari nequit: aquello de lo cual nada mayor puede ser pensado, en otra palabras es la cúspide de la razón, pero esto lo desarrollaremos en la segunda parte de este ensayo.
Referencias
[1] physys khryptesthai philéi Frase potente del poema acerca de la naturaleza de Heráclito, que hace alusión directa al concepto de verdad para los griegos antiguos: Aletheia, aquello que está cubierto por un velo y que la inteligencia debe descubrir, pues la “verdadera” naturaleza ama ocultarse. Lo verdadero es lo latente, insistirá Ortega durante el siglo pasado, para enfatizar este misma concepción de verdad.
[2] En su obra, Proslogion, escrita entre 1077 y 1078, como una síntesis de su primer escrito: Monologion, en dicha obra, Anselmo resume, específicamente en los capítulos segundo y tercero, la prueba definitiva de la existencia de Dios.