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martes, noviembre 26, 2024

El bosque- Thoreau, parte 3

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La naturaleza está puesta en la poesía de Rilke, y también en Thoreau, de una forma tal que parece un argumento. Por: Derian Passaglia

Algo lindo del Walden son los animales. Hay toda clase de pájaros: el tordo, tordo canoro, la tángara escarlata, el gorrión del campo, el chotacabras, halcones, palomas silvestres, el reed-bird, pájaro cuyo nombre no se traduce en mi edición de Emecé, tapa dura marrón, del año 1945, que conseguí por MercadoLibre, pero se aclara en una nota al pie que es un pajarito americano que se cría en los arrozales. Como en el romanticismo tardío, y pienso en los poemas del poeta alemán del siglo XIX Rainer María Rilke, la naturaleza representa un tipo de saber específico con el que puede compararse a la vida. La naturaleza está puesta en la poesía de Rilke, y también en Thoreau, de una forma tal que parece un argumento. Esos argumentos construyen una sabiduría natural, son hombres que saben sobre la tierra, como campesinos, o como mi abuela Mabel, que por el olor del vientito adivinaba una lluvia cerca. ¿No es mucho cuando las flores en el florero -se pregunta Rilke en el poema V de Los sonetos a Orfeo– sobreviven a veces unos días? Y en otros versos: lleno de manzanas, peras y plátano / frutillas. Todo esto habla / de la muerte y la vida en la boca. Las personas que tienen un saber natural sobre la tierra son hermosas, porque parecen integradas al mundo de una forma distinta a cualquier otra, como si fueran un elemento más del universo y no el universo su instrumento.

Thoreau compara al bisonte con el hombre. ¿Se vería reflejado en ese animal, tan simbólico de “América”, como les gusta llamar a los yanquis a su país (y tan simbólico el bisonte de esa América que no es mía como el milkshake, las masacres en escuelas, Batman y el concepto de libertad)? Thoreau quiere despojarse, reducirse a las cosas necesarias de la vida, y el bisonte de la pradera se reduce a lo necesario, porque su alimento consiste en pocos metros de sabroso pasto, con agua para tomar; a menos, agrega Thoreau, que también busque albergue en el bosque, o a la sombra de una montaña. ¿Tan grande es el bisonte americano que necesita una montaña entera para taparse del sol? Thoreau es un poco esquemático, a diferencia del bisonte, y clasifica lo necesario del hombre para vivir en el lago de Walden a través de una serie de elementos: alimento, albergue, vestido y combustible. Si uno tiene en cuenta esto, y es precavido, no tiene que pensarlo más: ya está listo para irse a los bosques.

Hay otros animales además de los pájaros y el bisonte. Con ellos Thoreau se siente menos solo en el bosque. El búho ululante le daba una serenata por las noches, y lo envolvía en el sonido más melancólico de la naturaleza, como si fueran los gemidos de un ser humano moribundo, de alguna pobre y débil reliquia de mortalidad que abandonó toda esperanza, y aúlla como un animal, pero evitando llanto humano, al entrar en el valle oscuro. Hay también perdices y conejos y marmotas y tortugas, ranas que son como espíritus de antiguos borrachos, no arrepentidos todavía de la fiesta en la orilla del lago, intoxicados como por un alcohol que no llega a ahogar la memoria de lo pasado. Los zorros, en vez de los perros, ladraban por la noche, y las ardillas no paraban, en todo el día, de andar de acá para allá sobre los techos y debajo del piso. Había zorrinos que no serían como en los dibujitos, blancos, negros y olorosos, sino solamente animales nerviosos que nunca descansaban buscando a su presa, guardias de la naturaleza (¿guardias privados o guardias estatales de la naturaleza?), eslabones que concretaban los días de la vida animada.

Quizá la condición del hombre y de la mujer actual, de la humanidad toda, se parezca a una serpiente que un día Thoreau vio meterse en el agua y quedarse en el fondo, sin incomodidad aparente, y tanto tiempo, como estuvo mirándola por más de un cuarto de hora, porque no había salido del todo de su estado letárgico: la serpiente estaba cambiando la piel. Así los hombres, dice Thoreau, permanecen en su condición baja y primitiva, pero si sintieran, si sintiéramos la influencia del impulso de las primaveras, nos elevaríamos necesariamente a más alta y más etérea vida. La serpiente, asociada históricamente al pecado, a la cabeza de Medusa y al veneno, cambia su significado en Walden, a través de una iluminación que tuvo Thoreau un día que se le salió el mango del hacha, y se hizo otro con madera de nogal verde, y fue al lago a mojarlo para que se hinchara la madera. ¿Se daba cuenta que él era, que se transformaba también en otro eslabón vital que mediaba entre el mundo natural y el mundo humano?

Las cucarachas fueron los animalitos con los que conviví cuatro años en el monoambiente de la calle Honorio Pueyrredón mientras estudiaba. Eran cucarachas de las chiquitas, no de las grandes y bobas, que son lentas y a veces, sin razón, aparecen muertas. Estas eran muy vivas y detectaban el movimiento antes de que corriera a buscar una chancleta para perseguirlas hasta abajo de la mesada. La ligereza que tenían era una cosa tan natural que parecía adherida a ellas antes que el color marrón en la repugnancia de sus patas. El burlado, el estúpido era yo en ese departamento, como si las cucarachas hubieran sido las verdaderas inquilinas. ¿O era yo entonces una cucarachita más en esos treinta metros cuadrados, o casi treinta, con una ventana donde el paisaje era el rosa descascarado de una pared interior en las sombras? ¿Sería que la convivencia cotidiana, porque las cucarachitas andaban hasta en las fotocopias de mis apuntes, me convirtió a mí también en una cucarachita, o reveló, de una forma que no sabía en ese momento, mi lugar en el mundo?

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