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martes, noviembre 26, 2024

La noche que tuvimos un Charmander

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Nos encantaba Pokémon, y lo mirábamos comiendo vainillas con chocolatada a la cinco de la tarde, y también teníamos las figuritas. Por: Derian Passaglia

Volvíamos de la casa de la nona Peti, ¿se acordará Milton? Volvíamos de los monoblocks laberínticos de Ovidio Lagos, esas zonas casi soviéticas de la ciudad, de dos o tres colores, rojo, o bordó y crema… En esos monoblocks donde vivía gran parte de la familia paterna, con largos pasillos y frentes de pasto y pozos. Milton, ¿se acordará? Era de noche ya, porque habíamos ido a comer, cosa que no hacíamos muy seguido, porque en general íbamos a comer de mi otra abuela, la materna, la Mabel…

La luna estaba alta allá arriba y nos perseguía, y nosotros mirábamos por el vidrio de la luneta cómo la luna doblaba en cada esquina que doblaba el Clío, estaríamos todos callados, cada uno con sus pensamientos volviendo a casa, o habría una pelea quizá, un reclamo que mamá le hacía a papá por algo que dijo o algo que hizo, porque papá cuando toma se transforma, según el Hugo, es otra persona… Y ahí empieza a hablar cuando toma, porque si no es más bien callado, “introvertido” como le gusta definirse a él, un tipo tranquilo de siestas sentado sobre la silla, con los brazos cruzados, después de la comida…

Y esa noche volvíamos de la casa de la nona Peti, quizá por Amenábar o por Virasoro para llegar a San Martín, la avenida, y el Clío se quedó entre esas calles oscuras y solitarias, como cualquier calle de Rosario de las afueras, lejos del centro, lejos de las luces y el río también… El Clío habrá recalentado, o el motor habrá tenido un problema, o habrá sido algo de transistores o dispositivos eléctricos que no entiendo, ni nunca voy a entender por más que trabaje en una escuela “industrial”. Papá había salido afuera, y levantó el capot, mientras Milton y yo seguíamos en la nuestra, mirando por la ventanilla o por la luneta ese disco blanco que era la luna, un medio ojo con las puntas afiladas, persiguiéndonos…

Mamá miraría entonces por la ventanilla, pensando todavía en lo que había dicho papá, en que debería cambiar sus formas y pensar antes de hablar, porque no podía ser así. Entonces, ahí fue que por puro aburrido, porque papá seguía arreglando el Clío o agarrándose la cabeza, sacando cálculos de lo que costaría el arreglo, y preocupado porque al otro día habría que ir a trabajar o a la escuela… Fue ahí cuando le dije a Milton:

-¿Sabías que tengo un Charmander?

Y Milton abrió grandes los ojos, a los dos nos encantaba Pokémon, y lo mirábamos comiendo vainillas con chocolatada a la cinco de la tarde, y también teníamos las figuritas, Milton tenía las figuritas y el álbum, y yo le robaba algunas, o me daba las repetidas, y él pegaba algunas también en la madera de la cucheta.

-¿Un Charmander? ¿Dónde? -habrá dicho él.

-Lo tengo guardado, y nunca se lo mostré a nadie, lo tengo en el ropero en una pokebola…

Así que le expliqué a Milton cómo era la pokébola, y cómo era el Charmander que yo tenía, un animalito rojo con una cola, que largaba fuego cuando se enojaba, o cuando yo le pedía, un pokémon que largaba fuego por la boca…

-Ahora cuando lleguemos a casa te lo muestro -le dije.

Y papá había logrado arreglar el Clío provisoriamente, al otro día quizá tendría que llevarlo al mecánico, y Milton y yo esperábamos volver a casa, lo esperábamos con mucha emoción y entusiasmo, y también un poco de locura, porque veríamos a mi pokémon, veríamos Charmander largar fuego por la boca antes de ir a dormir…

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