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domingo, noviembre 24, 2024

Ya estamos todos muertos

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Paranaländer leyó al escritor inglés J.G.Ballard (1930-2009), eximio poeta de la muerte, hace añares y el paso de los años le mostró que esa historia ocultaba como tesoro una sabiduría que recién ahora se atreve a publicar.

 

Al nacer ya técnicamente y en potencia estamos muertos; todo lo que nace, muere, ley inapelable de la vida impasible.

Esta idea negra está magníficamente develada en el cuento “Tiempo de pasaje” de Ballard (del libro “El hombre imposible”, 1966 edición origianl, 1972 Minotauro en español).

El ejemplar que me pertenecía lo perdí o troqué con otro de Ballard: “El mundo sumergido”, ya no recuerdo los detalles.

Pero hasta el día de hoy sigue siendo mi libro de cabecera del escritor inglés. Y ese texto de metafísico ultra siniestra significa (hoy tomo conciencia de ello) una marca profunda en mí.

Autor, que por cierto, no figura en The Penguin Companion to Literature (edición de 1971).

Vayamos al cuento para explicar mi tesis que encabeza esta columna.

Time of passage, (Science Fantasy 63 ,Febrero 1964) empieza en el cementerio, donde nacen los hombres, entre ellos nuestro protagonista JAMES FALKMAN, 1963- 1901.

“– Siempre llegan temprano -murmuró, reflexivo-. Nunca esperan a que sea la hora.”

A su esposa Marion no la rescata de una fiesta sino del cementerio. “Al fin, cuando el abatimiento alcanzó el punto más bajo, se fue al cementerio a buscar a su mujer”.

Después pierde a la novia en una feria e incluso cuando intenta recordar su nombre no puede.

Entonces deja el empleo y se va a vivir con los padres.

Y de ahí a la escuela en donde “Entendió oscuramente que todo el proceso educativo estaba calculado para ayudarlo a entrar en el extraño mundo crepuscular de la más temprana infancia”.

Y los años se aceleran tanto que “Falkman pasó los últimos años de vida en la casa.

– Mamá, ¿puedo dormir contigo?”.

El cuasi final apoteósico es demoledor:  “Ahora Falkman empezaba a tener las primeras dificultades para caminar y alimentarse. Se tambaleaba torpemente por la casa, hablando con una vocecita aguda, y un vocabulario cada día más escaso hasta que sólo supo el nombre de la madre. Cuando ya no se pudo tener de pie, ella lo llevó en brazos, y le dio de comer como a un anciano inválido. La mente se le nubló a Falkman y sólo le quedaron flotando allí vagamente unas pocas constantes de calor y de hambre. Mientras pudo, dependió de la madre”.

Y la lápida de la vida cae sobre nosotros así: “Unos nueve meses después de volver del hospital, un período en el que ella y el marido pensaron continuamente en el hijo, en la tragedia compartida de esa muerte cercana, símbolo de la propia e inminente separación, los dos se sintieron más unidos y se fueron de luna de miel”.

La insignificante genialidad de contar la vida de Falkman de forma invertida nos lleva a una suerte de iluminación budista: gracias a este procedimiento podemos vernos de una manera distinta y sorprendernos brutalmente ante el aspecto horrible que es nuestra vida corriente.

Poner el cementerio en el inicio de la vida de Falkman y el hospital en el final, ha sido suficiente para que la ilusión que nos ciega se resquebraje irremediablemente.

Allí llega el gran despertar de nuestra conciencia, vemos que vivir es un morir minucioso y cotidiano. O, peor, que ya estábamos muertos mientras vivíamos.

Ballard es para mí el poeta de la muerte. Más aún que Thomas Gray o Heidegger inclusive.

Buscando datos en la biografía de John Baxter sobre la génesis del cuento, no hallé nada. Gregory Stephenson, sin embargo, encuentra dos textos (Las historias «Mr. F is Mr. F» y «Time of Passage») que “exploran la posibilidad del tiempo invertido en relación con la condición humana”. Sigue Stephenson. “Los avances científicos y el ingenio técnico no sirven como herramientas de escape del tiempo, según la ficción de Ballard, ni pueden ayudar a mitigar la pérdida y la muerte que acompañan a nuestro cautiverio en el  tiempo. Se muestra así que el tiempo es implacable, inflexible; el destino humano en el tiempo es inevitable, ineludible. La prisión es perfecta”. El énfasis en este autor está en el cautiverio del tiempo, pero mi axioma iba por la ubicuidad o presencia inderogable (copresencia) de la muerte.

 

 

 

 

 

 

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