Scream, a diferencia de las películas de terror anteriores a su surgimiento, define y caracteriza a su público, como si no tuviera miedo de señalar a quiénes va dirigida. Por: Derian Passaglia
Debido al estreno de la sexta parte de la saga, volví a ver Scream, la original de 1996. Dicen, dicen porque todavía no la vi, y tengo pensado volver a ver todas, que esta Scream 6 es la más oscura de todas. Es difícil que una película llegue a tener una secuela, y mucho más difícil todavía que tenga tantas, y se haya mantenido en el tiempo y facturado tanto a lo largo de casi dos décadas. ¿Cuántas películas tienen seis partes? ¿Rocky? ¿Rambo? ¿Rápido y furioso? ¿Cuántas más? No es fácil llegar a ese número, entonces habría que pensar cuáles son las claves de ese éxito.
Scream llegó al mundo como una película de terror “adolescente”, que parodiaba a las viejas películas de slashers de los años ochenta, o si no parodiaba, al menos era consciente de la existencia de un género, el de terror, que tiene determinados códigos: siempre hay un asesino enmascarado con un cuchillo, las rubias mueren, los que tienen sexo mueren, transcurre en un pueblito alejado de provincia, el asesino habla por teléfono con la chica con la voz distorsionada. De hecho, esta autoconciencia se funda también a partir de referencias explícitas, ya que en la película se menciona a Halloween o A Nightmare on Elm Street, a la que todos conocemos sencillamente como “Freddy Kruger”.
Esta autoconciencia era quizá una novedad para la época, porque los géneros están muy codificados, es decir, tienen elementos tan rígidos y pautados donde el espectador espera que pasen ciertas cosas y otras cosas no, reconoce los elementos del género. Lo mismo pasa con cualquier género: en una telenovela, esperamos como espectadores que la protagonista se enamore sin saberlo de su primo o hermano, o que existan relaciones interclases, o que un mayordomo escuche una conversación secreta parado atrás de una puerta entreabierta. ¿La autoconciencia nace en la década de los noventa? Tal vez sí para el cine, pero no para la literatura, por ejemplo, que es un arte infinitamente más antiguo.
Scream, a diferencia de las películas de terror anteriores a su surgimiento, define y caracteriza a su público, como si no tuviera miedo de señalar a quiénes va dirigida. Se trata de una película sobre adolescentes en un instituto de escuela media norteamericano que apunta a ser vista por adolescentes en un instituto de escuela media norteamericano. Todas las películas de terror parecen, o parecían allá en los años ochenta, dirigirse a ese tipo de público, pero ninguna había llegado a la conclusión, o había puesto de manifiesto, el lugar que debería ocupar en el cine y entre su público. Esto le permite a Scream sacarse un peso de encima: como va dirigida a adolescentes, no tiene miedo de ser ridícula, de ser graciosa o exagerada y de no tomarse en serio, porque sabe que su público, adolescentes con granos necesitados de fuertes emociones, es un gran consumidor del género terror, y que vio todas las películas del género.