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domingo, noviembre 17, 2024

El bosque – Hudson. Cuarta Parte

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¿Podrá ser el yo una forma de resistencia a los valores contemporáneos o no es más que otro dispositivo que transmite su ideología, el tornillo que le faltaba para ponerse a funcionar? Por: Derian Passaglia

Es un momento de eternidad y plenitud: sus amigos están vivos y no muertos, y están con él, la inmortalidad de la primavera abrazaba su conciencia, y la tierra siempre viva era mejor que cualquier viaje a las estrellas, y que cualquier cuento o película de ciencia ficción, o cualquier millonario en su nave privada viajando por el espacio exterior. Esa laguna y ese bosque habían entrado en su ser, como cuando nos cruzamos, sin saberlo ni buscarlo, con alguien que nos cambia la vida. Pero ese torrente eterno de pasión y plenitud con el universo, dura solamente un instante, después la vida sigue con sus inconstancias… ¿Podría yo, se pregunta Hudson, seguir adorando y amando ese poder terrible que creaba, en aquel lugar de ensueño, y llenaba su corazón de alegría, aunque ese mismo sentimiento terminara por matarlo? La belleza plena de ese paisaje se volvió angustia para Hudson, la dulzura mutó en amargura, y no fue necesario más que un momento indicado en un lugar indicado para que esa equivocación involuntaria tomara la forma de la realidad. Sentir, entonces, sentir algo, amor o dolor, felicidad o tristeza, ¿no tendrá que ver también con una toma de conciencia, con los circuitos invisibles que conectan el sentimiento y la razón, con para la pelota y decirse: “sí, estoy sintiendo esto, y no lo puedo evitar, porque no soy yo quien puede evitarlo, ni nadie, es el corazón quien habla…”

El corazón, el sentimiento… Hudson escribe sobre el motivo romántico por excelencia, como lo es también escribir sobre el bosque. Cuando se piensa en el romanticismo se cree que solamente se trata de una idealización, que no implica lo real, sino nada más que una serie de turbulencias que pasan en el interior de uno mismo, en el yo. Pero pensar que se puede escapar del romanticismo es caer en otra idealización, aunque de distinto tipo. No romantizar el mundo es ver el mundo con otros ojos, sin el filtro de los sentimientos, como una máquina, como un objeto. Pero máquinas ya hay muchas, y se dice que algún día nos van a reemplazar, y ya empezaron con nuestro trabajo, hace varios siglos. ¿Por qué ir hacia la máquina, el fetiche del siglo XX? ¿Para qué seguir yendo hacía la máquina, que es la que nos hace creer que el mundo avanza hacia su destrucción? Qué sé yo, hay mucha plata de por medio, y todo eso mueve al mundo.

¿Podrá ser el yo, la construcción del yo, una forma de resistencia a los valores contemporáneos o no es más que otro dispositivo que transmite su ideología, el tornillo que le faltaba para ponerse a funcionar? Hudson, finalmente, apacigua su pasión desatada en la laguna, la tempestad se calma. Después del torrente sanguíneo de intensidad, Hudson queda profundamente melancólico, y su mente en un estado de expectativa. Como que le pasan muchas cosas en ese momento, y no las puede controlar, las estudia. Esta vez, Hudson es un naturalista de sí mismo, como si fuera el último gran título que le faltó escribir: Un naturalista de mí mismo.

En este naturalismo de lo humano que practica Hudson en la laguna, hay una relación entre el sujeto y el objeto muy especial. Hudson pone en el centro de la laguna, es decir, de la escritura, a su sentir. Pero para escribir lo que siente tiene que suspender al yo, tiene que correrse de sí mismo y volverse objeto, junto con el trasfondo maravilloso que lo rodea. Para escribir sobre el yo, Hudson construye su yo, lo inventa, y para inventarlo tiene que imaginarlo, y para imaginarlo se va al bosque, a la laguna, y en ese desplazamiento, en ese simple pasaje que va de un lugar a otro, se produce mágicamente su literatura. Hudson no necesita decir que lo que escribe es auténtico, real, que le pasó de verdad, como es tan común también hoy en día en la escritura de no ficción, porque es su mismo nombre el que funciona como una contraseña ficticia, como la máquina, el objeto y el sujeto de la no ficción. El lugar, el bosque, no provee solamente un escenario, sino que es la forma misma en que se inventa una literatura de los sentimientos y de la humanidad en un sentido, si  se quiere, naturalista.

En la melancolía, Hudson parece sufrir una fiebre, una imagen típica del romántico enamorado, como el joven Werther, y siente como si ese amigo imaginario que estaba con él en la laguna se hubiera transformado en una voz, una voz llena de compasión que le dice:

-Vamos, abre tus ojos una vez más a la luz del sol, déjala entrar libremente y llenar tu corazón, pues en ella y en la naturaleza está la curación. Es verdad que el poder que has adorado y en quien confiabas te ha de destruir, pero hoy estás vivo y el día de tu muerte será definido únicamente por el destino.

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