«Los dos payasos» cuenta con apenas 60 páginas y se lee en menos de una hora. Es otro de esos relatos que el propio Aira llama “novelitas”… por: Derian Passaglia
Voy a compartir un secreto para fanáticos airanos de ley: cada tanto se puede entrar a MercadoLibre y teclear “César Aira” en el buscador, y ordenar los libros que aparecen de menor precio a mayor, y encontrarse joyas usadas a precios módicos, como la que encontré, esta novela inconseguible del maestro argentino, Los dos payasos, publicada en 1995 por Beatriz Viterbo. Podrán ustedes, lectores amigos, lectoras amigas, llamarme fetichista. No sé. ¿A quién no le gustaría tener primeras ediciones de sus escritores favoritos?
Los dos payasos cuenta con apenas 60 páginas y se lee en menos de una hora. Es otro de esos relatos que el propio Aira llama “novelitas”: una manera personal que tiene de escapar del género, de los géneros, y ajustar la extensión de sus relatos a la forma que le queda más cómoda. Las novelitas no son otra cosa que una excusa de la pereza. Aira no puede escribir más de 100 páginas por novelas o le da urticaria. Se cansa y se aburre, da igual, y quiere pasar a la siguiente. Aira convirtió la comodidad en una forma literaria. A esto le llamo “estilo”.
Los dos payasos parecería ser un meta-relato, parecía meta-literatura, es decir, una historia que cuenta otra, una historia que habla de sí misma o de la forma misma de su construcción. Ahora bien, uno lee esto, tan abstracto, y podría pensar: “qué embole ese tal César Aira”. Nada más lejos a su literatura. Quizá sea el escritor más divertido que existe. Esta novelita cuenta la historia de un sketch que se representa en un circo, particularmente de dos payasos que hacen payasadas, y se lo cuenta entero desde una primera persona que asiste como espectadora.
Desde la modernidad, o quizá desde antes, la literatura representa al arte mismo, a sí mismo. ¿No pintaban ya los renacentistas personajes de la mitología griega? Rubén Darío describía pinturas famosas en sus poemas, a veces sin decir que lo eran. En el Fausto, de Estanislao del Campo, un gaucho cuenta en forma de verso la representación que vio en el teatro del Fausto de Goethe. La novelita de Aira persigue esta línea de representación, solo que rebajando sus materiales: acá no se trata de los grandes temas del arte y la literatura, sino apenas de dos payasos de circo, pueblerinos y un poco chabacanos, que tropiezan de malentendido en malentendido.