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sábado, noviembre 23, 2024

Literatura y boxeo

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El boxeo pone a prueba la virilidad. Es un deporte de machos, de hombres, a pesar de que existan grandes boxeadoras. Por: Derian Passaglia

Hay algo en el boxeo que me llama mucho la atención, pero todavía no sé bien qué es. Hace poco tuve una revelación: me gustaría escribir, pensé, alguna vez un libro sobre el Chino Maidana, un boxeador argentino campeón de dos categorías distintas, superligero y welter, y que peleó con la leyenda Floyd Mayweather. Me vi algunas peleas, fui aprendiendo. Poca técnica tiene el Chino, pero lo que le falta en técnica lo llena con el corazón: golpea y golpea, se cansa y vuelve a golpear, lo tiran y se vuelve a levantar, es una máquina destructora que va al choque, que necesita ganar porque tiene que subsistir y alimentar a sus hijos. ¿Tendrá sueños recurrentes, me pregunto, el Chino Maidana? ¿Y cuáles serán?

Leyendo Fat City, una novela de Leonard Gardner de 1969, la única que Gardner escribió y publicó, y que fue llevada al cine por el mítico John Huston en 1972, descubro que la soledad es un elemento importante en la representación ficticia del boxeo. El boxeador está solo, es pobre y vive en hoteles de mala muerte a lo largo de su carrera. Son pocos los que se salvan, los que llegan a tener contratos millonarios por transmisiones de televisión. La mayoría no cruza la línea que separa el amateurismo del profesionalismo, y entonces la soledad se transforma en un monstruo existencial, en la otra pelea que debe ganar el boxeador. En el ring está solo. Los gritos de la tribuna, las indicaciones del entrenador, las luces del estadio son solo ruidos. Al boxeador no le queda otra opción. Tiene que ganar.

Los personajes de Fat City son perdedores, pero Hollywood los representó de otra manera, y quizá sea Rocky la única obra de arte relacionada al tema que penetró en la cultura como ninguna otra. Rocky es la historia de superación personal que engrandece los corazones humanos dispuestos a luchar por lo suyo, que celebra el sistema capitalista y sus posibilidades mínimas de ascenso social. Solo si se lucha duro, si uno cree en sí mismo, si se hace fuerte, puede salir de su condición actual. Cualquiera de nosotros, nos hace sentir Sylvester Stallone, podría ser Rocky. La meritocracia convertida en película. ¿Es cierto que solo basta con proponérselo para alcanzar lo que uno quiere? ¿Y qué hay del medio? ¿Y qué pasa con las condiciones que nos rodean, con las limitaciones materiales naturales?

El cuento más famoso de Hemingway, Los asesinos, tiene un personaje boxeador que aparece hacia el final. Lo buscan dos sicarios que quieren matarlo. No sé sabe por qué lo quieren matar, quizá sean deudas, quizá alguna otra cosa, no importa. Ole Anderson, una vieja gloria del boxeo, un sueco de casi dos metros que ocupa toda la cama de hotel donde duerme, está tirado y no piensa levantarse, y aunque sabe que quieren matarlo no le importa, no quiere salir de la cama, no quiere levantarse, para él ya no hay ninguna esperanza: no hay nada que se pueda hacer, van a matarlo y va a esperar la muerte así, acostado en la cama.

El boxeo pone a prueba la virilidad. Es un deporte de machos, de hombres, a pesar de que existan grandes boxeadoras. Bukowski le dio una vuelta de tuerca al género, y escribió un cuento donde su alter ego, Henry Chinasky, se enfrenta en el cuadrilátero con Hemingway.  En el primer asalto Hemingway le da una buena combinación de golpes y lo deja aturdido, pero en el segundo round Chinasky se repone y lo lleva contra las cuerdas. Le da tantos golpes que lo deja frío. ¿Estaba inconsciente o muerto? Chinasky es un joven escritor del que nadie escuchó hablar, y Hemingway es Hemingway. El boxeo es una metáfora, pero ¿de qué?

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