Elías Castelnuovo no puede todavía salir de las clasificaciones de la crítica: su obra y su persona pertenecen al grupo Boedo, en una vieja división de la literatura argentina… Por: Derian Passaglia
El deporte favorito de la historia y de la crítica es las clasificaciones, los períodos y las categorías. ¿Pero qué pasaría si, como quiere Daniel Durand, se apostara al caos? Al leer un clásico, dice Borges, no hacemos otra cosa que releerlo, por el simple hecho de que forman parte de la cultura universal. Si una obra, si un escritor, se puede resumir o identificar con un emoji, es porque sobrevive más allá de la dimensión virtual o física, en la conciencia de todos, en el espíritu de cada uno.
Toda esta cháchara inútil es porque quiero hablar de un escritor olvidado, que no se lee más que en facultades de humanidades y carreras de letras. Elías Castelnuovo no se transformó en un emoji, ni en un meme, ni superó las clasificaciones del tiempo y de la historia, y ahora es solo un nombre y una foto con una cara arrugada en un rictus angustiante y la boca abierta en Wikipedia, como pronto a ser sorprendido por el fantasma de la muerte.
Elías Castelnuovo no puede todavía salir de las clasificaciones de la crítica: su obra y su persona pertenecen al grupo Boedo, en una vieja división de la literatura argentina, en otro siglo, que separó la literatura en dos. En el grupo Boedo estaban los trabajadores, los lúmpenes, los amigos de las prostitutas y practicaban una literatura de tipo social; en el grupo Florida se concentraban los escritores pulcros, de sombrero y bastón, la clase media alta y alta, la elegancia y la distinción, la oligarquía, y se asocia al formalismo literario, al arte por el arte, a la ausencia de ideología.
Hubo un mejor Elías Castelnuovo, dicen los que saben, la crítica especializada, llamado Roberto Arlt. ¿Pero leyeron a Castelnuovo? ¿Y qué leyeron en lo que leyeron? ¿Solo aquello que se sabe de Castelnuovo? ¿Solo los sentidos asociados a Castelnuovo y no otros? “Tinieblas” es un cuento que habla de un pobre que la pasó mal en la vida, como es usual en el realismo naturalista de Zolá o quizá en Dostoievski: el narrador trabaja en el sótano horrible de una fábrica, y así pasa los días, hasta que se hace amigo de una linyera, huérfana, y se la lleva a vivir a la casa. Cada tanto, Castelnuovo le agrega su toque argentino a este realismo pobrista y ramplón: los personajes son tan deformes, tan desgraciados, que da risa la caricatura, los contornos sin formas, los slapsticks, como en una película muda de Chaplín, en blanco y negro. Se lee acá.