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sábado, noviembre 23, 2024

Misión guaraní. Educación para los pueblos originarios

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El filósofo César Zapata escribe sobre el proyecto «Misión Guaraní», en el que participa dando clases de filosofía a indígenas de los pueblos ancestrales: Nivaclé, Ayoreo, Aché, Maskoy Sanapana, Toba Maskoy, Chamacoco, Ava Guaraní y Angaité.

Profesores y alumnos fuimos invitados a ver la película documental Apenas el Sol de Aramí Ullón. Al salir, nos bastó mirarnos de reojo para adivinar que una angustiante emoción se nos había adherido al cuerpo. Una pena originaria fraguada desde el inicio de la agresiva colonización europea, una tristeza acompañada de una culpa cultural: la culpa de ser mestizos y criollos latinoamericanos, incorporados sin presentar resistencia alguna a la cultura occidental, la culpa de haber generado nada más que marginalidad urbana para los pueblos originarios.

La película documenta magistralmente el intento de Sobone Chiqueño, rebautizado como Mateo, por rescatar y registrar la cultura de su pueblo Ayoreo antes de ser contactados y redefinidos socialmente como un cordón de pobreza obrera por los blancos.

Tal vez lo más abrumador es que solo había que caminar una cuadra del prestigioso colegio donde vimos la película para ver a algunos indígenas mendigando en la calle: hombres, mujeres y niños pequeños. Ellos en la dura intemperie urbana y la mayoría de los paraguayos pretendiendo no verlos.

Con algunos colegas intentamos llevar a cabo algunas acciones para ayudar, pero el asunto era más complejo de lo que esperábamos. En fin, nos replegamos momentáneamente y la vida nos arrinconó nuevamente en nuestros quehaceres diarios.

Pasó un año, llegó el 2023 y, de pronto, me encuentro dando clases virtuales de filosofía a indígenas de los pueblos ancestrales: Nivaclé, Ayoreo, Aché, Maskoy Sanapana, Toba Maskoy, Chamacoco, Ava Guaraní y Angaité, que están estudiando licenciatura en educación. El proyecto se denomina Misión Guaraní y nació en el ISEHF bajo la dirección del Paí jesuita, Ricardo Jacquet.

La vida me daba la oportunidad de actuar de manera más directa. No hablaré de las motivaciones para crear Misión Guaraní ni de sus proyecciones, porque eso corresponde a sus gestores. Solo quiero relatar mi experiencia como uno de sus profesores de filosofía.

Comencemos por lo difícil: lo primero tiene que ver con los niveles de educación disímiles entre ellos. La mayoría tenía una base muy endeble en educación formal, poco dominio del español académico, escasa práctica en métodos de estudio y otras limitaciones similares. Yo, por mi parte, no conocía sus idiomas. A esto se suma que las clases son virtuales; no es lo mismo interactuar en una sala que en una pantalla. Y, como si faltaran desafíos, en el curso de Filosofía Antigua que imparto, hay estudiantes con niveles educativos variados, incluso uno ya tiene una carrera, con una educación formal sólida. ¿Cómo enseñar a un grupo tan heterogéneo sin dejar atrás a ninguno?

¡Qué más se puede pedir si crees que ser profesor es lo tuyo!

Sigamos con lo fácil. Primero que todo y vaya que es importante, es la simpatía y el carisma a toda prueba de los chicos y chicas de Misión Guarani, jóvenes adolescentes entre 19 y 24 años con ganas de aprender y de vivir, lo cual los convierte en algo que no siempre se puede encontrar: estudiantes motivados, y eso se nota a pesar de encontrarnos a través de una pantalla.

Respetuosos, tímidos pero participativos, solo hay que darles confianza. Algunos, una minoría, trae una mejor base y me sirven de contrapeso para alcanzar a mis alumnos más adelantados; les salen al paso, pues entienden y pueden dialogar con ellos. Lejos de sentirse menos, intentan y logran ponerse al nivel.

Los demás avanzan con rapidez, se dedican a estudiar, leen, escriben, investigan por internet, repasan las clases; para ello, tienen un tutor que los ayuda a sistematizar su estudio. La verdad es que da mucha emoción constatar su progreso, escuchar sus preguntas, sus resúmenes de la clase anterior que de vez en cuando les pido o el resultado de alguna investigación que les requiero para que usen internet.

Cuando comencé a hacerles clases en marzo de este año, no era principiante; ya tenía 11 años de pedagogía en el ISEHF compartiendo con estudiantes que en su mayoría viene del campo e ingresan a congregaciones religiosas, las cuales les exigen para iniciar su formación católica por lo menos dos años de estudio en filosofía. Para algunos es solo un requisito, otros, la gran mayoría, quedan prendados con la materia y unos pocos continúan estudiando hasta llegar a hacer su doctorado.

El mundo campesino de donde provienen la mayor parte de mis alumnos habla y piensa en guaraní y castellano. Llevo 11 años interactuando con ellos con la misión de potenciar su castellano y su conocimiento de la occidentalidad latinoamericana y global, sin que pierdan un centímetro de su capital cultural aborigen. Claro que, en ese sentido, en lo único que puedo colaborar, y que tal vez no sea poco, es en hacerlos más conscientes del valor de su condición de hablantes de una lengua natural de América. Por suerte, mis otros colegas, profesores de guaraní, historia y otras materias, son los que potencian su acervo cultural.

Misión Guaraní representa para mí, como profesor, el intento por conjugar tres fuerzas: una es la templanza de un profesor básico capaz de evidenciar todas las dificultades de sus estudiantes desde el apoyo y la convicción absoluta de que se van a vencer, solo es cuestión de tiempo. Otra es desarrollar una especie de olfato epistemológico para tratar de entender, lo más exactamente posible, qué es lo que ellos están comprendiendo, cómo traducen e interpretan aquello que se les enseña, y por último, la capacidad para aprender de ellos, descorrer el velo de la transculturización y asomarse a su mundo, lamentablemente en huida.

Cierta vez les dije que ellos no tenían por qué sentirse menos que un estudiante alemán, argentino o paraguayo, que eran dueños de una inteligencia despierta y una voluntad ávida por aprender, y realmente lo creo. Además, proseguí, hoy existe internet, y eso hace que tengan prácticamente el mismo acceso a la información que cualquier otro estudiante del mundo.

Ahora me doy cuenta de que lo verdaderamente primordial no es que lleguen a ser profesores de calidad, pues estoy completamente seguro de que eso lo van a conseguir. Lo realmente importante es que puedan conservar, rescatar y difundir su cultura en el apuro diario de vivir y sobrevivir en la difícil urbanidad latinoamericana. Pues aquí, lo único que falta es que nos «cobren la luz del sol», como lo manifiesta dramáticamente Mateo en la película Apenas el Sol.

Para terminar, me resta decir que estoy feliz de poder compartir mi conocimiento con mis queridos estudiantes de Misión Guaraní y contemplar, aunque sea a través de una pantalla, cómo su inteligencia y espíritu se iluminan y avanzan en el complejo y apasionante mundo de la filosofía.

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