La última película se puede ver por HBO Max. Dirigida por Peter Bogdanovich en 1971, todo pasa en un pueblito de Texas de los años cincuenta… Por: Derian Passaglia
Hay un cuento de Faulkner, “Septiembre seco”, donde la palabra polvo y sus variantes (polvareda, polvillo) se repiten catorce veces en un mismo párrafo. Muchos escritores le tienen miedo a las repeticiones, pero Faulkner transforma una palabra, en su insistencia, en algo palpable, en una materia que sale de la página, que se puede sentir: es un pueblo polvoriento el que imagina, desolado, vacío, quieto, triste. ¿Será la narrativa norteamericana del sur la que inventó la idea de los pueblos como un lugar opuesto al progreso de la ciudad, en el que desfilan personajes estrafalarios, criaturas inocentes y violentas, sin esperanzas ni destino? Quizá cuando Tolstoi pronunció su famosa frase, “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, estaba anunciando gran parte de la literatura del siglo XX.
La última película se puede ver por HBO Max. Dirigida por Peter Bogdanovich en 1971, todo pasa en un pueblito de Texas de los años cincuenta, y esto es muy raro, porque la ambientación es tan precisa que uno mira pensando que son los años cincuenta pero en realidad son los setenta. En esa diferencia temporal está lo mejor de la película. Es un desfasaje que funda una realidad que no existe: los años cincuenta vistos por los años setenta, en pleno siglo XXI. Toda lectura del pasado es hoy señalada como nostálgica, como vintage o sencillamente cancelada. ¿Pero qué pasa cuando no hay ninguna de estas tres cosas? Es como si la película, La última película, se encargara de estudiar los sentimientos de los personajes, como si descubriera que en todas las épocas y en todas partes del mundo los seres humanos somos iguales.
Hay así escenas que serían imposible de filmar en los años cincuenta, y que solo la recreación temporal lo permite, como cuando un adolescente, desnudo, se sube arriba de otra, una chica hermosa que quiere dejar de ser virgen. La escena es impactante por su realismo. El adolescente, Jeff Bridges, se ve desde la perspectiva de la chica, con su pecho lampiño. Parece no estar disfrutándolo, porque parece también que no le está funcionando el amigo. Ella se impacienta, está tensa, nerviosa. Le dice: “¿qué pasa? No me gusta que me hagan cosquillas?”. Jeff Bridges se levanta y se va. Pero antes de cerrar la puerta ella le dice: “No le digas a nadie esto que pasó. Decile a todo el mundo que estuvo maravilloso”. Y es lo mismo que ella hace delante de sus amigas. Finge que todo está bien, que fue hermoso.
El tiempo, los veinte años que pasan en el medio, desde el momento en que se filma hasta el momento en que se recrea, es la forma que construye la película, como la palabra polvo en el cuento de Faulkner. El blanco y negro de los colores nos transporta a un tiempo del que no quedaban más que los sueños rotos para el momento en que se filma. Así era la vida antes, así seguramente seguiría siendo, y así sería, tal vez, por los siglos de los siglos…