Sexo, mentiras y video es una de las primeras películas que tematiza las relaciones de pareja donde la fibra del sexo, como único problema, condiciona y determina las conductas. Por: Derian Passaglia
El sexo fue un tema que inventó el cine hace treinta años atrás, cuando agonizaba el siglo XX. Las escenas de sexo dejaron de ser solo piernas, brazos, sábanas blancas y luces tenues para transformarse en largos minutos de pieles y bocas fundidas en una pieza silenciosa. Eran escenas largas, incluso contemplativas, con una música de fondo donde siempre predominaba un instrumento de viento, una trompeta o un saxofón, como si el sexo tuviera un ritmo errático, improvisado y casual. Si uno era chico en los noventa, estas escenas generaban una rara incomodidad, porque las pasaban por cable de aire, mientras la familia comía alrededor de la mesa. Esa fue nuestra educación sexual. En redes sociales, a veces se lee hoy: “que el sexo vuelva a ser tabú”.
Sexo, mentiras y video es una de las primeras películas que tematiza las relaciones de pareja donde la fibra del sexo, como único problema, condiciona y determina las conductas. ¿No es por el sexo, por la atracción, que nacen las parejas? Cuenta el mito que Estela Canto, novia de Borges, cuando éste le propuso matrimonio, le respondió: “primero tenemos que tener relaciones sexuales”. Hacía siete años que llevaban juntos. Entonces, ¿no es el sexo todo lo importante, lo único importante? ¿Está sobrevalorado? La película se estrenó en 1989 y ganó todos los premios que uno pueda imaginarse: Palma de Oro en Cannes, Festival de Sundance, Independent Spirit Awards, mejor guión en los Óscars. La dirigió Steven Soderbergh cuando tenía 26 años. Más que una película, es una leyenda.
Pero una leyenda de la modernidad. Él es infiel a su esposa con la propia hermana de su esposa. Ella no parece tener interés en el sexo, quizá, intuye el espectador, porque al marido no le importa tener sexo con su esposa. Un antiguo compañero de universidad de él viene a romper este triángulo, y a enredarlo todavía más: a la esposa de él le parece interesante, le da curiosidad, lo ve con ojos nuevos de ama de casa enfrascada únicamente en su universo burgués de pareja. Se llama Graham el antiguo compañero de universidad, y será el personaje sobre el cual gire la trama. ¿Qué tiene Graham de especial? Parece un muchacho tranquilo, solitario, introvertido, un poco excéntrico, “arty” como lo define la esposa de él frente a su psicólogo. Hacia la mitad de la película nos enteramos, y esto no es spoiler, o quizá sí: Graham es impotente.
La deriva de la trama será cada vez más inesperada, y las relaciones cada vez más complejas. La intensidad, muy sutil, va creciendo únicamente en los detalles: una mirada sostenida, un labio que tiembla, una mano que tira sin querer, por nervios, un vaso de té helado. Y el sexo, a diferencia de lo que podría pensarse, aparece solo sugerido, de manera que tal vez el título defraude nuestras expectativas, pero será sólo momentáneamente, porque la película, las escenas no vistas, las elipsis, seguirán creciendo y desarrollándose en la imaginación